La Academia
Nacional de Letras, en su Diccionario del
español de Uruguay, define la palabra «cholulo» con mortífera indiferencia,
diciendo que es la «persona que se interesa por la farándula».
Si
me hubieran pedido que redactara esa definición, habría dicho que «cholulo» es
el espectador que idolatra a los artistas, que no sólo intenta devorarlos con
los ojos y los oídos, sino que los pondría en un plato hondo, con mayonesa y
kétchup, y se lo comería literalmente, con la esperanza de incorporar algo de
ese encanto que lo seduce.
El
hecho es que no fui convocado para redactar ese diccionario.
El
Diccionario de la Real Academia Española (1), a pesar de mostrarse tan
prudente, define el verbo «adular», diciendo:
«Hacer o decir con intención, a veces inmoderadamente,
lo que se cree que puede agradar a otro.»
Estoy
de acuerdo con usted que «cholulo» y «adulón» no tienen significados idénticos,
pero en los hechos las personas de una y otra categoría se parecen muchísimo.
En
varios artículos me he comportado como «cholulo» o «adulón» del sexo femenino,
pero siempre dando argumentos:
Si
la «única misión» de cualquier ser vivo es conservar la especie a la que
pertenece, la hembra humana tiene un cuerpo que la obliga a cargar con 90% de
esa responsabilidad. Los varones que la fecundamos apenas contribuimos en un
modesto 10% en la «única misión» (2).
En
este artículo agrego un comentario más: Si son los deseos (junto a las
necesidades) los que nos mantienen vivos (creativos, trabajadores,
emprendedores), es también el sexo femenino el principal generador (motor) de
deseos.
Hombres
y mujeres, no solo deseamos el cuerpo femenino (3), sino que ellas inspiran el
deseo de realizar las pequeñas y las grandes obras.
(Este es el
Artículo Nº 1.519)
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