lunes, 3 de septiembre de 2012

El cliente controla la calidad





Con la garantía que nos ofrecen, los fabricantes se ahorran las tareas y los costos de controlar la calidad.

Una observación minuciosa podría llevarnos a la conclusión de que los seres humanos no inventamos nada sino que, lo más que logramos, es modificar lo que ya existe, combinar ingeniosamente algunos fenómenos que en la naturaleza se encuentran separados, cambiar tamaños, energías, diseños, pero nada sale de nuestra mente que ya no esté en la naturaleza.

El axioma que sostiene esta afirmación es aquel que dice «No se puede sacar de donde no hay».

La naturaleza tiene una forma de tratar a los nuevos ejemplares de cada especie, dejando que mueran cuando no están en condiciones de seguir viviendo (viabilidad).

Para los humanos es difícil admitir esa crueldad y nos esforzamos denodadamente para salvar todas las vidas que podamos, aún a costa de prolongarle la existencia a alguien que no desee vivir con esas limitaciones.

Los fabricantes le copian a la naturaleza esta conducta y largan al mercado productos que no superaron los controles de calidad. Eso sí, le aseguran a los compradores que contarán con un período de algunos meses para reclamar por los defectos encontrados.

Cuando digo que «no superaron los controles de calidad» quiero decir en realidad que esos controles nunca se hicieron porque, si se hubieran hecho,  habrían elevado el precio final disminuyendo de esa forma la competitividad con otros fabricantes más inescrupulosos (que no controlaron la calidad).

El consuelo para los compradores está en que se sienten gratificados cuando reclaman y su pedido es atendido, inclusive entregándole una unidad nueva en remplazo de la fallada.

En realidad, los compradores estamos trabajando para el fabricante, haciéndole la tarea de controlar la calidad del producto y perdiendo nuestro tiempo en ir a cambiarlo por otro que quizá funcione.

(Este es el Artículo Nº 1.657)

El mérito de ser humano





Para alabar a otras especies, señalamos sus rasgos humanos y para señalar la superación de las mujeres, señalamos su masculinización.

¿No han notado ustedes que cuando describimos a los demás seres vivos lo hacemos desde la arrogante petulancia de considerarnos superiores? ¿No han notado ustedes que cuando queremos realzar algún rasgo de las demás especies, ese rasgo casualmente se parece a un rasgo humano (pararse en dos patas, abrazar a un semejante, mirarnos con «humana ternura»)?

Pues bien, los humanos tenemos la convicción de que somos superiores al resto de los seres vivos.

Para reforzar esta idea, para emitir alguna señal de que somos ecuánimes, objetivos, ponderados, imaginamos a los marcianos y venusinos como superiores a los humanos, aunque no por casualidad, nunca hemos tenido un contacto real con ellos.

Nuestra idealización y hasta nuestro temor a los extraterrestres, logra el objetivo de reafirmar la creencia en que «la ciencia no miente, que sus observaciones son indiscutibles, que la mente humana solo percibe lo real».

Recuerdo ahora la película E.T. El extraterrestre (USA-1982), en el que el supuesto ser de otro planeta, parece humano, tiene poderes especiales, sufre la incomprensión de todos menos de unos niños humanos y que, cuando tiene que abandonar nuestro «maravilloso planeta», se lo nota muy compungido.

Por lo tanto, cuando los humanos narramos algo, lo hacemos según los intereses del quien lo cuenta. «La historia la hacen los historiadores», dice un refrán, lacónico, irónico, corrosivo.

Cuando se cuenta la historia de las acciones masculinas y femeninas, observamos que ocurre algo parecido: es fantástico que más y más mujeres ocupen lugares masculinos, asuman responsabilidades tradicionalmente varoniles (gobernar, liderar, conducir camiones), como si parecerse a los varones fuera un avance, un logro, una forma de superarse.

Cuando esto ocurre, reafirmamos que los seres humanos somos ligeramente imbéciles.

(Este es el Artículo Nº 1.675)

La angustia existencial de los ricos



 
 
Quienes calman su angustia existencial enriqueciendo, generan fortunas de las que, indirectamente, se benefician los menos angustiados.

Por lo que entiendo, los seres humanos somos mezquinos porque no tenemos otra alternativa y popularmente creemos que somos solidarios porque tampoco tenemos otra alternativa.

La causa de ambas características que aparentan ser opuestas, es que apenas podemos con la vida, somos muy vulnerables, nacemos prematuramente, a todos tienen que ayudarnos para seguir viviendo.

El instinto gregario no es una cualidad de la que podamos enorgullecernos sino la consecuencia de que si estuviéramos mucho tiempo alejados de los demás, pereceríamos.

En suma: somos naturalmente débiles pero nuestra psiquis necesita pensar que somos fuertes para no enfermarse. Somos muy egoístas pero necesitamos pensar que somos generosos, solidarios, dadivosos.

Sin embargo, ocurren cosas que nos permiten teatralizar, representar, fingir que podemos dar, ayudar, donar.

En ese afán de compensar la debilidad que nos caracteriza, muchas personas logran alterar su condición natural y comienzan a tener más de lo que necesitan para vivir.

Efectivamente, sin perder la inevitable debilidad, aquellas personas que suponen que con bienes materiales puede enmendarse la debilidad de la especie, terminan convirtiéndose en económicamente ricos.

El fenómeno se parece a quien se sintiera menoscabado por su baja estatura y se esforzara para tener una gran colección de zapatos con suelas muy altas.

De hecho, podríamos pensar que cualquier posesión que exceda lo estrictamente necesario para vivir, está cumpliendo el rol de compensar imaginariamente la carencia humana de la que todos somos más o menos conscientes.

Esta angustia existencial que padecen algunos (los ricos), los vuelve particularmente productivos, gracias a lo cual es posible conservar un promedio de ingresos mínimamente aceptable, mediante la redistribución que logran los Estados aplicando impuestos que financien las políticas sociales.

Así los ricos angustiados ayudan a los pobres.

(Este es el Artículo Nº 1.650)

Los gustos éticamente correctos




Algunas piensan (aunque no lo dicen), que «ellos deberían ser como nosotras», y viceversa.

Los varones buscan la aceptación sexual de varias mujeres porque son naturalmente polígamos y las mujeres buscan la aceptación global de la mayor cantidad de gente posible porque son naturalmente dependientes de ser amadas, protegidas, mimadas, como una abeja reina.

La especie «mujer» y la especie «varón», son igualmente adorables, pero nos ponemos de mal humor cuando pretendemos funcionar como si fuéramos de la misma especie.

Este no es un problema exclusivo de los homosexuales. Los heterosexuales también pretendemos que el otro sexo se nos parezca, dando por cierto que si sus gustos y conductas difieren de las nuestras, nos están criticando, desautorizando, juzgando.

Lo planteo en otro tema para ser más claro.

Si una persona gusta comer productos del mar y el otro no los puede ni oler, es muy de los seres humanos que alguno de los dos sienta que el otro lo está criticando indirectamente por no tener la misma preferencia.

Ocurre muy a menudo que, cuando le preguntamos a alguien si le gusta el verano, en vez de decirnos serenamente que no, que prefiere los climas fríos, le agregue a la respuesta un énfasis que incluya, por ejemplo, asco por la transpiración, furia contra la pesadez, repulsión contra las moscas.

Para muchas personas, los gustos son cuestiones valorativas, éticas, sagradas.

Muchas personas piensan (aunque no lo dicen): «Es bueno tener mis gustos. Yo gusto de lo que gusto porque es lo mejor que un ser humano puede preferir. No preferirlo es de malas personas, de viciosos, de desprolijos, de incultos, de insensatos».

Es con esta forma de ver las cosas que muchos hombres y mujeres no logran entenderse. Piensan (aunque no lo dicen), que «ellos deberían ser como nosotras», y viceversa.

(Este es el Artículo Nº 1.660)

La espiritualidad y el dinero




La espiritualidad puede ser el desenlace de una fuerte represión sexual que alcanza inclusive a los cobros en dinero.

Aún reconociendo que más de la mitad de lo que se dice en Facebook es falso, son muchas las personas que parecen muy espirituales.

Aunque la espiritualidad tiene buena prensa, algunos sienten que esa es la forma de ser queribles, respetables, confiables.

Una persona que dice tener poco interés en lo material parece indicar que no nos robará, nos devolverá lo que le prestemos y que podremos invitarla a nuestra casa sin que se quede a vivir para siempre.

La genealogía (la cadena causas-efectos) de la espiritualidad suele ser el resultado de una represión a la sexualidad.

Quienes imaginen tener genitales peligrosos porque son capaces de provocar cosas tan horribles como un embarazo indeseado, una enfermedad venérea o un sometimiento vergonzoso hacia quien sea capaz de provocar placer, quienes imaginen todo esto, repito, tendrán una gran temor a cualquier señal erótica (miradas, gestos, piropos, roces).

Hace unos años comentaba (1) que el orgasmo es la remuneración que paga la naturaleza a quienes intentan conservar la especie mediante la actividad sexual.

El placer que sentimos en el acto sexual es suficiente para que lo hagamos impulsivamente, con el resultado a veces indeseado de gestar una nueva vida.

Quienes tienen asociado el placer sexual a situaciones siempre negativas, vergonzosas, perjudiciales, claramente lo evitarán. Muchas veces el cuerpo colabora con esa represión inconsciente provocando anestesia en los genitales, anorgasmia, eyaculación precoz, impotencia.

Es posible plantear como hipótesis que esa renuencia a disfrutar de la sexualidad, pueda ser también un rechazo a eso que nos «paga» la naturaleza por concepto de «conservación de la especie».

La espiritualidad puede ser el desenlace de una fuerte represión sexual que alcanza inclusive a los cobros en dinero.



(Este es el Artículo Nº 1.638)