Con la garantía que nos ofrecen, los fabricantes se ahorran
las tareas y los costos de controlar la calidad.
Una observación minuciosa podría llevarnos a
la conclusión de que los seres humanos no inventamos nada sino que, lo más que
logramos, es modificar lo que ya existe, combinar ingeniosamente algunos
fenómenos que en la naturaleza se encuentran separados, cambiar tamaños,
energías, diseños, pero nada sale de nuestra mente que ya no esté en la
naturaleza.
El axioma que sostiene esta afirmación es
aquel que dice «No se
puede sacar de donde no hay».
La
naturaleza tiene una forma de tratar a los nuevos ejemplares de cada especie,
dejando que mueran cuando no están en condiciones de seguir viviendo (viabilidad).
Para los
humanos es difícil admitir esa crueldad y nos esforzamos denodadamente para
salvar todas las vidas que podamos, aún a costa de prolongarle la existencia a
alguien que no desee vivir con esas limitaciones.
Los
fabricantes le copian a la naturaleza esta conducta y largan al mercado
productos que no superaron los controles de calidad. Eso sí, le aseguran a los
compradores que contarán con un período de algunos meses para reclamar por los
defectos encontrados.
Cuando digo
que «no superaron los controles de calidad» quiero decir en realidad que esos
controles nunca se hicieron porque, si se hubieran hecho, habrían elevado el precio final disminuyendo
de esa forma la competitividad con otros fabricantes más inescrupulosos (que no
controlaron la calidad).
El consuelo
para los compradores está en que se sienten gratificados cuando reclaman y su
pedido es atendido, inclusive entregándole una unidad nueva en remplazo de la
fallada.
En
realidad, los compradores estamos trabajando para el fabricante, haciéndole la
tarea de controlar la calidad del producto y perdiendo nuestro tiempo en ir a
cambiarlo por otro que quizá funcione.
(Este es el
Artículo Nº 1.657)
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