La naturaleza humana tiene ciertas características,
pero la cultura se empeña en ignorarlas o modificarlas. ¡Así nos va!
Todos
respetamos y hasta admiramos a quienes «tienen huevos».
Literalmente,
el primer atractivo de un varón es el de fecundar a la mujer que lo elija. Sin
embargo, sería un plus muy valorado que ese varón también asumiera otros
compromisos además del biológico (embarazar).
Si
el varón puede correr riesgos para defender la simiente suya que depositó en el
vientre de la mujer que lo eligió, simultáneamente está haciéndose cargo de
algo que va más allá del simple impulso instintivo (fecundarla).
«Tener
huevos», hasta cierto punto es ser capaz de «sembrar» y también ser capaz de
cuidar la «cosecha» (los hijos que gestó en la mujer que lo eligió).
En
condiciones normales, el varón no «tiene huevos»: su naturaleza lo impulsa a
deambular y aceptar las convocatorias de cuanta mujer lo invite para que la
fecunde, pero luego se va porque otras mujeres también podrían convocarlo.
Esta
condición está insistentemente mencionada en las películas que refieren a un
héroe masculino quien, luego de cumplir una peligrosa misión (¿fecundar?), se
va a cumplir otra misión, a pesar de los ruegos de una hermosa mujer enamorada
(rol protagónico femenino).
Este
deambular seguramente se detendrá con la ancianidad (alrededor de los sesenta
años, si no está conservado por la medicina longevizante).
Cuando
el varón envejece, buscará dónde quedarse y nada mejor que aceptar el lugar que
le ofrezca otra vez una mujer.
Esta
segunda convocatoria femenina que reciben los varones más afortunados, no será
para fecundarla sino para asociar la vocación agresiva, constructiva y
reparadora de él con la vocación alimentaria, maternal y curadora de ella.
La naturaleza humana tiene
ciertas características, pero la cultura se empeña en ignorarlas o
modificarlas. ¡Así nos va!
(Este es el
Artículo Nº 1.634)
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