domingo, 4 de septiembre de 2011

El desnutrido amor familiar

A nuestros hijos los queremos tanto como nos queremos. Ellos son nosotros. Si nos queremos, los queremos. Es puro amor narcisista.

Me quieren porque doy y me quieren en la medida que doy.

¿Qué doy? Doy mi trabajo, compañía, miradas, abrazos, comida, dinero, protección, escucha atenta, memoria de lo que me contaron, opiniones.

No doy nada de eso porque sea generoso sino que lo doy porque necesito que me quieran.

Como la necesidad de que me quieran es infinita, doy todo lo que puedo para que me quieran el máximo posible. Por eso no me quieren más porque «no doy más».

Este artículo tiene por objetivo darle visibilidad a un sentimiento que se nos presenta como muy inespecífico.

No todas las personas necesitan lo que tengo para dar. Por eso para muchos resulto indiferente.

Me parece que los clientes me eligen así como yo elijo a los proveedores por lo que tienen para ofrecer.

Es poco probable que visite comerciantes que venden objetos que no necesito (caviar, maquillaje, opio, aviones).

No sé por qué no visito a esos vendedores y tampoco sé por qué no me interesan sus productos siendo que otras personas iguales a mí sí los precisan.

Lo cierto es que necesito sobrevivir (por instinto de conservación) y tener hijos (por instinto de conservación de la especie) aunque no todos me ayudan a sobrevivir y no todas se interesan en tener hijos conmigo.

Me costó mucho tiempo aceptar que necesito el amor ajeno además del que recibo de mis padres, hermanos, tías y de mí mismo.

Los amores incondicionales de los parientes los recibo porque ellos sienten que yo soy ellos pues tengo su misma sangre y apellidos. Preciso que me quieran a mí.

Para lograrlo tuve que empezar a dar: trabajar, amar, acompañar, pagar, alimentar.

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Subordinar no deshonra al subordinado

Según la lógica psicoanalítica, el varón debería ser jefe y la mujer subordinada, pero como la cultura sobrevalora la figura del «jefe», la «pareja humana» funciona mal.

En otro artículo (1) mencioné la característica cerebral por la que creamos símbolos (balanza, palomas, hoz y martillo).

También creamos las metáforas, que permiten que alguien diga «cabello rubio como el trigo» o las metonimias que permiten que alguien diga «posee varios Figaris», queriendo significar «posee varios cuadros pintados por Figari».

Hay quienes afirman que el lenguaje hace al cuerpo porque tomamos conciencia del cuerpo cuando en la primera infancia nuestra madre nos toca y enuncia: «esta es la pierna», «este es el ombligo», «¿de quién es esta nariz?»

El psicoanálisis utiliza este supuesto y presta atención cuando alguien alude a su cuerpo y dice «me duele la cabeza», lo cual puede significar que algunas ideas lo perturban, o dice «tengo gastritis» lo cual puede significar que no puede «digerir» una situación, o dice «me duelen las piernas» lo cual puede significar que «un negocio ‘no camina’».

Estas formas de escuchar son especialmente importantes en el tratamiento de enfermedades psicosomáticas.

Si lo más importante es conservar la vida personal y de la especie, la sexualidad es el eje de nuestras preocupaciones, aunque la cultura se encarga de quitarle importancia, con lo cual no hace más que exacerbar la carga emotiva como ocurre con todo lo deseado pero a la vez prohibido.

Lo natural sería que el varón, que endurece su pene para penetrar la vagina lubricada, también tuviera ideas firmes y aceptables por la mujer. Por eso sería natural que él fuera jefe, pero como lamentablemente nuestra cultura pretende que un jefe sea más valioso que un subalterno, el vínculo más lógico (que ellos manden y ellas obedezcan), es muy conflictivo.

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La represión de las coincidencias

Porque nuestro cerebro hace comparaciones y asociaciones, resulta que la represión sexual indirectamente termina inhibiendo las «coincidencias» (acuerdos, contratos, negociaciones, pactos, alianzas).

El psicoanálisis propone que nuestro cerebro produce comparaciones, analogía, equivalencias, asociaciones y otras funciones más que implican apartarse de la realidad material, de la percepción objetiva.

Por ejemplo, pensamos que la justicia se parece a una balanza de dos platillos porque este instrumento de medida funciona tomando en cuenta la igualdad de los pesos y la justicia trata de que todos seamos iguales ante la ley para que nadie tenga más «peso» (privilegios) que otros.

Decimos que la balanza simboliza a la justicia.

Por similares motivos decimos que las palomas simbolizan la paz y el amor, la hoz y el martillo a los trabajadores rurales e industriales según la visión comunista.

Los símbolos son abundantes y variados, pero se parecen en que provocan en nuestro cerebro significados colaterales al más explícito (una balanza no es más que una balanza).

He mencionado otras veces (1) que lo único que tenemos que hacer los humanos, al igual que los demás seres vivos, es conservar la vida —individual y de la especie—.

Porque esto es lo único que tenemos para hacer, la sexualidad es la función más importante pues de ella depende la conservación de la especie.

Los humanos tenemos dos características que combinadas generan un resultado digno de comentario.

1º) Para los humanos es muy importante ponernos de acuerdo, negociar, resolver los conflictos que tenemos con los demás y con nosotros mismos.

2º) Los humanos reprimimos culturalmente nuestra sexualidad.

Buscar «coincidencias» tiene en el coito (coincidencia del pene y la vagina) la simbolización perfecta, pero como la cultura reprime la copulación, también tenemos conflictos por la represión sexual pues, indirectamente son reprimidas las coincidencias.

(1) La compulsión a la repetición

La gestación de hijos ideales

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La tolerancia a la saciedad

Nuestro patrimonio está determinado por cuánto podemos poseer sin perder las ganas de vivir, es decir, sin perder necesidades y deseos estimulantes.

Pueden surgir nuevas ocurrencias (hipótesis) si una idea conocida la formulamos (redactamos) de un modo diferente al clásico.

La nueva redacción de una idea antigua dice lo siguiente:

Todos somos igualmente ricos o pobres si para determinarlo nos fijamos en el nivel de saciedad y no en el valor patrimonial expresado en dólares.

Parto de la base de que Descartes estaba equivocado y que no existe un cuerpo y un espíritu, sino tan solo un cuerpo que produce manifestaciones tangibles e intangibles respectivamente.

En el supuesto materialista de que somos un organismo biológico que funciona de una determinada manera (fisiología), es posible afirmar que la necesidad o el deseo son manifestaciones dolorosas imprescindibles para que el fenómeno vida ocurra el mayor tiempo posible (1).

Por lo tanto todos necesitamos padecer las molestias provocadas por las carencias (necesidades o deseos).

Nos diferenciamos en que ese dolor es distinto para todos y en que la tolerancia al dolor también es diferente.

Lo único importante es conservar al individuo y a la especie (2), o sea que lo único importante es conservar la vida y como esta depende de que sintamos las molestias de la carencia (necesidad o deseo), todos tenemos la carencia que necesitamos.

Si lo imprescindible es tener una carencia mínima que nos excite el fenómeno vida, algunos conservan la carencia con un patrimonio de U$S 1:000.000 pero otros la conservan con un patrimonio de U$S 100.-

En caso de exceder esos topes patrimoniales el sujeto pierde a mediano plazo el interés por vivir (necesidad o deseo), se deprime, deja de producir y si no disminuye su patrimonio hasta el máximo necesario, algo le ocurre (enfermedad, accidente, suicidio) que lo mata.

(1) Los pensamientos narcóticos
(2) Sobre la indolencia universal

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Una mujer con dinero no (siempre) es prostituta

Resabios de épocas pasadas provocan dificultades en el desempeño de las mujeres fuera del hogar.

En dos artículos recientes (1) he mencionado el valor de intercambio que tiene la mirada, al punto de compararla con el dinero.

Este gesto tiene valor inclusivo. Quien mira a otro le demuestra interés, deseo, necesidad, lo invita a participar en el tejido social.

No es lo mismo la mirada masculina que la mirada femenina, en especial la que ella le dirige a él.

He mencionado muchas veces que en nuestra especie también es la hembra la que selecciona al varón por quien ella quiere ser fecundada (2).

Por exigencias culturales, ese genuino interés de ella por él debe ser disimulado (3) para que de esa forma él vea estimulado su interés en copular con ella al punto de ampliar su compromiso de constituirse como un buen padre de familia.

Estas conductas existen desde tiempos inmemoriales pero ocurre que desde hace unos pocos siglos a esta parte (sobre todo 19 y 20), la mujer ha ganado terreno en el espacio público con el consiguiente abandono del hogar físico (la casa, el domicilio).

La Revolución Industrial y las guerras la obligaron a tomar tareas que antes eran sólo masculinas y eso las llevó a usar dinero cotidianamente.

Sin embargo, estos cambios culturales no fueron acompañados por una actualización de los sentimientos, creencias y prejuicios referidos a los roles de la mujer y el hombre.

Hoy todavía existen personas (de ambos sexos) que conservan alguna idea inconsciente de que una mujer con dinero es una prostituta, que si una mujer mira a un cliente, compañero de trabajo, chofer, este pueda imaginarse seducido y en calidad de locatario pues “los lugares públicos son de los hombres”, obstaculizando (molestando, complicando) innecesariamente el normal desempeño de ellas fuera del hogar.

(1) Miradas hacia arriba
Las miradas se parecen al dinero
(2) La histeria aparente
(3) El deseo es inconveniente

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Una estrategia femenina

Es lógico y natural que las mujeres repriman su deseo de ser fecundadas y lo hacen inconscientemente, pero quizá eduquen a sus hijos con una prejuiciosa represión de cualquier deseo.

Los varones estamos (o deberíamos estar) felices cuando una mujer nos seduce porque eso significa que el instinto de ella le indica que nuestra capital genético combinado con la de ella gestará hijos que mejorarán la especie (1).

A partir de que ella nos encuentra, nos seduce y nos damos por aludidos, indicando que no tenemos problema en ceder gustosos a sus convocatoria (porque somos heterosexuales, no tenemos otros compromisos ineludibles, es oportuno para nuestros planes de vida), comienza un “tire y afloje” por el cual nuestro deseo de “¡copular ya!” se enfrenta al instinto femenino que la obliga a maniobrar para que aumentemos nuestro deseo al máximo como para prometer cualquier pago, entrega, responsabilidad, compromiso, con tal de aplacar la agitación hormonal que la situación nos provoca (2).

En el mismo artículo (2) les comentaba que esta maniobra de simular desinterés para exacerbar el deseo masculino, luego se incorpora en la educación de los hijos (niñas y niños), porque las mujeres lo hacen inconscientemente y sienten que así debe ser (ocultar y disimular el deseo de “entregarse”).

Si nuestra madre nos aconseja no mostrar nuestro deseo ante otros porque este puede depredarnos, abusarnos, explotarnos, también nos está diciendo que:

— los otros son mal intencionados;
— nosotros también tenemos malas intenciones porque somos semejantes a los otros;
— el ser humano es peligroso;
— el deseo es un instinto debilitante;
— es saludable no tener, reprimir o desconocer nuestros deseos;
— las tentaciones (expresiones del deseo) son demoníacas;

De instalarse en el niño-joven-adulto estas ideas-prejuicios, la postura ante la vida incluirá elementos paranoicos, desconfiados, suspicaces, bajando así la exposición al riesgo necesaria para negociar, transar, asociarse.

(1) La sexualidad recreativa femenina
Los tres posibles enamoramientos femeninos
El enamoramiento genético
(2) La histeria aparente

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El deseo es inconveniente

Porque las mujeres necesitan disimular su deseo de copular con el hombre que les interesa, nos enseñan a disimular todo tipo de deseo.

En otro artículo (1) comento que la mujer tiene que disimular su interés por el hombre que la embarazará porque de no hacerlo seguramente él podría desentenderse de la parte de responsabilidad que asume al fecundarla.

Los humanos, como otros animales, tenemos mal repartido el compromiso vital con la conservación de la especie porque las hembras asumen una cuota infinitamente mayor a la cuota de los machos.

Como somos una especie tan vulnerable, que demora tanto en alcanzar la adultez, la que tarda más en desarrollarse lo suficiente para hacerse cargo de fecundar y proteger a los nuevos ejemplares (niños), hemos elaborado un conjunto de usos y costumbres que denominamos cultura.

En suma: los humanos tenemos un desempeño igual o superior a otras especies porque creamos normas de convivencia que se mezclan con los instintos hasta convertirnos en seres viables, capaces de sobrevivir a pesar de nuestra debilidad congénita.

En otras palabras, si no fuera por las costumbres, organizaciones, leyes, familias, no sobreviviríamos.

Como digo al principio, las mujeres tienen que simular ser conquistadas por los varones para que esta cultura imprescindible y complementaria de los instintos, nos permitan vivir muchos años.

Si nuestra madre (esa mujer que aparentó ser conquistada) tuvo que reprimir su deseo de tener sexo con nuestro padre sin ningún disimulo, seguramente nos trasmitió, sin quererlo, la idea de que debemos ocultar nuestros deseos para no salir perjudicados.

Así como la cultura le impuso a mamá “hacerse rogar”, “reprimir su deseo de hacerse embarazar” para asegurarse de que papá no nos abandonara, tampoco son convenientes otro tipo de sinceridades, confesiones, demostraciones.

Quizá somos pobres porque exageramos la represión de nuestros deseos.

(1) La histeria aparente

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La parodia pre-matrimonial

En nuestra cultura, ellas eligen al cónyuge pero para que este se responsabilice económicamente se necesitan muchos testigos de que él quiso desposarla.

Aunque ellas son las que seleccionan y eligen (1), la necesidad de que ellos se responsabilicen económicamente de los hijos que gesten ha desarrollado la costumbre de que la parte activa la tomen ellos, entonces ellas se dejan seducir, demoran en aceptarlos, esperan ser cortejadas, reciben los regalos y en el mejor de los casos, aceptan formar una familia con el mejor candidato.

Después que él ha dado muestras de interés, es decir, de que la desea, la necesita, quiere tomarla como su esposa y que todo esto fue observado por suficiente cantidad de testigos (la presentó a los familiares, se paseó con ella por la ciudad, la tomó por los hombros, la celó en los bailes) y que en forma redundante, aceptó comprometerse (aún más) con ella regalándole un anillo, concurriendo a una reunión de muchas personas, entonces ella (y los familiares de ella), pueden suponer que a él no le será tan fácil abandonarla.

Lo digo de otra forma:

Lo real es que en nuestra especie como en cualquier otra especie de mamíferos, es la hembra la que convoca a los machos que le sirven (1), pero como en nuestra organización económica es preciso que él se comprometa formalmente (contraiga y reconozca la responsabilidad) a contribuir patrimonialmente a la crianza de los hijos, entonces se monta esta escena según la cual es el varón el que seduce, persuade y conquista (concepto bélico) a la mujer, la cual simula una claudicación, un renunciamiento, un dejarse convencer, sólo a los efectos de que el deudor quede lo más comprometido posible a cumplir con su deuda: satisfacer las necesidades y deseos de ella y de la prole.


(1) «A éste lo quiero para mí»
«Soy celosa con quien estoy en celo»
«La suerte de la fea...»

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El pre-fallecimiento de los sabios

Las personas adultas mayores (con 50 años o más), si creen saberlo todo, están cultivando un estado depresivo bastante penoso.

En la vejez nos jactamos de estar de vuelta y descalificamos (menospreciamos, hasta nos burlamos) a nuestros jóvenes cuando nos hablan con entusiasmo de sus descubrimientos, inventos, hazañas, diciéndoles: «cuando tu vas yo ya estoy de vuelta».

Si nos expresamos de esta forma entonces nos creemos sabios, conocedores de verdades, creyentes en la certeza de nuestras opiniones irrebatibles e indiscutibles.

Esto no es así. Se trata de un delirio propio de algunos adultos porque estamos cansados, con poca energía, desalentados, deprimidos y como siempre ocurre en la naturaleza humana, compensamos el deterioro (la carencia, la falta, la juventud perdida) exagerando las antípodas (el extremo opuesto).

En general, si afirmamos algo, si hablamos con seguridad sobreactuada, demostramos tener o estar poseídos por una ilusión, una fantasía, un sueño.

Los apartamientos de la realidad son necesarios y tienen un costo.

En nuestra especie somos frágiles, débiles y vulnerables. Si no podemos tolerar la realidad sin distorsionarla aunque sea un poquito es porque en estado puro nos marea, asusta, desestabiliza.

Imaginarnos sabedores, conocedores, suficientemente preparados para la vida se parece a sentirnos egresados, recibidos, doctorados, sin más por aprender. Esta sensación es muy agradable y, como dije, tiene un costo.

El referido costo, (infortunio, pérdida) consiste en padecer la sensación de haber llegado al final, a la meta, al objetivo, a la tumba. Cuando llegamos a la meta nos quedamos sin proyecto.

La palabra «proyecto» significa «tirar hacia adelante» (proyectil, algo a realizar).

En otras palabras: las personas adultas cuando contamos con la alegre credulidad en las producciones de nuestras cabezas y suponemos haberlo aprendido todo, nos quedamos sin futuro y hasta afirmamos «estar de vuelta». Algunos se jactan de una situación muy parecida a un «pre-fallecimiento».

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El consumismo y la súper población

Buscamos la felicidad en fuentes externas (consumismo) porque la fuente natural (reproducirnos) está transitoriamente desestimulada por la autorregulación que realiza la naturaleza de nuestra población mundial.

Esperar que la felicidad venga de afuera no solo es una consecuencia de la economía de mercado, mercantilismo, marketing y consumismo sino también una consecuencia del exceso de población.

Efectivamente, estamos provistos de la capacidad de crear nuestra propia felicidad procreando.

El orgasmos que goza un varón cuando siembra en la mujer que lo eligió para ser padre de sus hijos, es una ganancia a cuenta de mayor cantidad.

Ella a veces también cobra ese adelanto (tiene orgasmos), pero no le son imprescindibles porque fisiológicamente los espasmos orgásmicos son necesarios para que el líquido seminal sea expulsado de los testículos y no son necesarios en la hembra receptora (1) porque su cuerpo está diseñado para recibir los espermatozoides y silenciosamente (sin que ella lo registre), el líquido avance por las trompas de Falopio en busca de algún óvulo maduro para fecundar.

La súper población mundial genera en los humanos un incontrolable desinterés por la procreación porque la naturaleza se autorregula de esta manera.

Cuesta entender esto a quienes están convencidos de que todo el acontecer humano es producto del libre albedrío, pero es fácil entenderlo para quieres asumimos que la naturaleza es la única que hace y deshace, utilizándonos o no.

Como nuestra principal fuente de alegría (felicidad) proviene de la procreación o de alguna de sus metáforas (creación artística, construcción de objetos, edificación, etc.), la desmotivación de nuevos nacimientos (por súper población), colateralmente también abate (disminuye, restringe) otras formas humanas de procrear (las metafóricas, por sublimación) y por eso utilizamos fuentes externas de felicidad consumiendo.

En suma: el consumismo es una consecuencia indirecta de que ecológicamente nuestra especie está llegando al máximo de ejemplares.

(1) Los orgasmos inútiles

Artículos vinculados:

Las sutilezas de la ecología 
Más producción y menos reproducción
«A éste lo quiero para mí

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La desnudez en familia

Una opción consiste en hacer que nuestro hogar sea como el resto de la sociedad y otra opción consiste en que sea marcadamente diferente.

A lo largo de la historia de nuestra especie pueden observarse cambios en los valores, prioridades, moral, modos (modas) de hablar, de vestirnos, de comerciar.

Sin embargo, algunas cosas se mantienen en todas las culturas y las épocas. Son las que refieren a la conservación del individuo y de la especie.

Universalmente cuidamos nuestras vidas, castigamos a los homicidas así como también genéricamente protegemos a las embarazadas y a los niños. Las condenas a muerte y la eutanasia están regidas por normas muy estrictas

La permanencia y constancia de estos valores referidos a la vida a lo largo del tiempo y de las culturas me llevan a confirmar que para la naturaleza nada es más importante que la conservación de las especies (1).

No paramos de averiguar qué debemos hacer para conseguir un cónyuge, para mantener a nuestra familia y para educar a nuestros hijos.

En este punto comparto con ustedes una idea sobre si es conveniente o no la desnudez dentro del hogar, si es bueno o malo que los adultos y los niños puedan exhibir y percibir la anatomía de los padres y hermanos.

Como siempre ocurre, algunos piensan que está bien y otros que no está bien según criterios morales, éticos, religiosos, pedagógicos.

Mi aporte consiste en plantear el asunto desde otro punto de vista.

Si nosotros queremos que nuestro hogar sea lo más parecido a la sociedad dentro de la que vivimos, lo mejor es mantenernos tan vestidos dentro de casa como fuera de ella; si pensamos que es mejor que haya una diferencia significativa entre el hogar y la sociedad, marquemos la diferencia en todo lo posible, incluso con la vestimenta.

(1) Ver este mismo blog La única misión

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Las mujeres son más pobres que los hombres

Simbólica e inconscientemente, una mujer pobre es más femenina, deseable y apta para ser fecundada y un hombre rico es más masculino, deseable y apto para fecundar.

Sobrevivir como individuos y como especie constituyen la única misión (1) de todo ser vivo. Cualquier otro desempeño es accesorio, innecesario, superfluo.

Por este motivo nuestro cuerpo y sus respectivas funciones son imprescindibles para sobrevivir como individuos mientras que es el aparato genital el verdaderamente importante para la conservación de la especie.

Algunas personas recelan del tratamiento reiterado de los asuntos sexuales sin considerar quizá esta importancia fundamental y sin considerar tampoco la influencia de una cultura notoriamente represora de esta función vital.

Los órganos más protagonistas de esta única misión (reproducirnos) son los genitales de uno y otro sexo.

Las formas de esos genitales permiten la complementariedad (el pene sobresale y la vagina es un hueco).

Esos aspectos más visibles llegan a la conciencia en forma de lenguaje y es así como cada sexo tiene o no tiene lo más visible: el pene.

Esta simplificación con el verbo «tener» surge exclusivamente de los aspectos visuales porque en rigor, hombres y mujeres «tienen» órganos genitales.

El verbo «tener» queda entonces asociado a los rasgos genitales masculinos (tener) y femeninos (no tener), para todo otro uso que se haga de él.

Esta hipótesis que estoy desarrollando en torno a

— la «misión» reproductora,
— la genitalidad de ambos sexos y
— el verbo «tener»,

explicaría por qué la pobreza afecta mayormente a las mujeres.

Ellas, necesitadas de poder complementarse con los hombres para embarazarse, «no tienen» (pene) y sí tienen un hueco que simboliza la carencia (pobreza), lugar apto para poner, para llenar ... de semen.

En suma: De una cultura «machista» deriva que sus mujeres prefieran «no tener» (bienes, patrimonio, riqueza) para sentirse femeninas.

(1) La única misión

Artículos vinculados:

El orgullo de José y la humillación de María


Las jefas de hogar crían hijos pobres

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El embarazo no reproductivo

La humanidad está modificando su volumen corporal por causa de la súper población y para simular un embarazo frustrado.

Estamos muy preocupados por la obesidad, el sobrepeso, la gordura.

La cultura envía señales que nos motivan (nos mueven, conmueven, preocupan) a casi todos.

Parece obvio que esto es algo que ocurre desde que los sistemas de comunicación han alcanzado un nivel de eficiencia muy alto.

En poco tiempo la población mundial entró en pánico con el SIDA, la gripe N1H1 y consideró que fumar tabaco es algo terrible, demoníaco, homicida.

Como vemos el común denominador de estas campañas publicitarias tan exitosas refieren a temas de salud, la medicina y su omnipotente aparato represor cuyos principales soldados son los médicos y demás trabajadores de la salud.

A los obesos se los acosa de tal forma que hasta ellos mismos integran los escuadrones persecutorios.

A diferencia de las enfermedades contagiosas por virus o por el humo tóxico (padecimientos hetero-agresivos), la gordura es algo que sólo perjudica al portador, incluyéndolo en un grupo de riesgo cardiológico, óseo, estético.

Los psicoanalistas tenemos el rol de pensar diferente. Si no aportamos alguna sugerencia alternativa, nos llamamos a silencio.

En este caso les propongo la siguiente hipótesis:

Las etapas de desarrollo psíquico del ser humano son:

1º) oral (comer, mirar, informarse);

2º) anal (defecar, ahorrar, dominar);

3º) genital (fornicar, (re)producir, crear).

La mayoría tenemos perfectamente desarrollada la conducta oral, moderadamente desarrollada la anal y escasamente desarrollada la genital.

Como la única misión (1) que tenemos como individuos es conservar la especie, el bienestar depende sobre todo de cuán desarrollada sea nuestra conducta genital.

Siendo que las funciones naturales de regulación demográfica (2) desestimulan la conducta genital (reproducirnos), fornicamos menos (gastamos menos calorías) y comemos más (ingerimos más calorías) ... porque la obesidad simula el embarazo frustrado.

1) Ver el blog del mismo autor La única misión 
2) El consumismo y la súper población

El beneficio secundario de algunos fenómenos penosos
La pobreza proporcional a la población

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