lunes, 3 de marzo de 2014

Vestimenta y población mundial


Si por algún motivo a los humanos se nos ocurriera enlentecer el crecimiento demográfico sería esperable que la desnudez se convirtiera en moda.

No creo que exista otro animal, grande como los humanos, que tenga una población tan abundante como la nuestra: somos 7.000 millones de ejemplares.

Hago énfasis en el tamaño porque los roedores, los insectos, los microbios, seguramente son muchos más.

Dando por aceptada esta afirmación, me pregunto cómo hicimos para llegar a este dominio, siendo que somos tan débiles, prematuros y dependientes.

Propongo una sola idea aunque manifestada por dos ejemplos. Somos tantos por nuestro apego a lo prohibido.

Efectivamente: La prohibición del incesto quizá sea la causa de la que menos se habla. El incesto es un tabú, tanto para practicarlo como para hablar de él. Por ese motivo somos tan prolíficos y amantes de copular.

La prohibición de mostrarnos sin ropas quizá sea la causa de la que mucho se habla pero sin considerarla como un factor que favorece la conservación de la especie.

Obsérvese que cuando estamos más desvestidos, cubrimos los genitales y, en la mujer, los senos, por tratarse de algo intensamente asociado a nuestra primera infancia.

No poder ver ni los genitales de ambos sexos ni los senos es algo tremendamente erótico. Si los viéramos continuamente perderíamos casi todo el interés por ellos y, me animo a pronosticar, no seríamos 7.000 millones sino muchos menos.

También me animo a pronosticar algo más: si por algún motivo a los humanos se nos ocurriera enlentecer el crecimiento demográfico sería esperable que la desnudez se convirtiera en moda.

(Este es el Artículo Nº 2.157)


Una verdad sobre la verdad

La verdad es algo que sobrevuela nuestros discursos, pero que casi nunca se dice o se oye. Consideramos verdad a ciertas historias que contamos y nos cuentan, con la solemnidad de lo que merece respeto.

Me parece que la verdad nunca tiene forma de confesión. Al contrario, cuando alguien está  confesando es cuando más control intenta tener sobre lo que dice. Quizá la máxima expresión de falsedad y cinismo ocurra cuando alguien anuncia que está dispuesto a confesar.

Hasta la persona más pudorosa pueden llegar a exhibir su cuerpo con absoluto desparpajo, pero no así sus deseos, las intenciones, los sentimientos que guarda en su mente bajo siete llaves.

La máxima desnudez corporal solo puede llevarnos a demostrar que somos animales mamíferos, pero la desnudez psicológica puede llevarnos a demostrar que no somos humanos sino monstruos abominables, imposible de amar. Por esto preferimos que se burlen y nos humillen por nuestro cuerpo sin ropas, pero eso no dejará de ser una forma de mirarnos, de incluirnos, de amarnos, aunque sea negativamente (repudiándonos).

Sin embargo, algunas verdades decimos, quizá para desahogarnos, pero lo hacemos con gran disimulo. Filtramos los contenidos a revelar.

Quizá existan dos formas de colar eso que diremos: la ficción (imaginativa, surrealista, delirante, metafórica) y la humorística (sardónica, cínica, despectiva, descalificante, destructiva, agresiva, cómica).

Nunca confesaremos la envidia que sentimos por nuestro hermano menor, pero insinuaremos que «no es tan inteligente como parece»; nunca confesaremos quién robó aquel objeto de valor cuyo ladrón jamás fue descubierto, pero comentaremos extrañados «¡qué cantidad de delitos nunca son descubiertos por la policía...y de eso nadie habla!»; nunca confesaremos las atormentadas dietas que hacemos para conservar un cuerpo delgado, pero le haremos bromas a los obesos.

Y así por el estilo. A todo esto es a lo máximo que podemos aspirar en sinceridad, en confesión, en franqueza. Los humanos decimos la verdad, pero sin darnos cuenta. No la registran ni quienes las dicen ni quienes las oyen. El psicoanálisis intenta hacer una lectura entre líneas del parloteo humano y, probablemente, a veces encuentra verdades químicamente puras, tan insólitas que ni el propio confesor puede dar crédito a lo que dijo sin darse cuenta.

Quizá existan dos condiciones predisponentes para entender algo de lo que se dice sin querer:

1) Poseer un inventario exhaustivo de nuestros defectos personales; y

2) Asumir que nadie puede hacer, pensar o decir algo que no sea estrictamente humano. La especie es una cárcel hermética: nadie escapa de ella ni puede incorporar características no humanas.

(Este es el Artículo Nº 2.156)


La ignorancia que necesita nuestra especie


Quizá necesitemos ignorar por qué existe la desigualdad socio-económica generadora de ricos y de pobres.

Les planteo una hipótesis que podría explicar la existencia de la pobreza.

1) Aunque somos animales mamíferos como tantos otros (perros, gatos, caballos), ninguna de las otras especies sufre tanta desigualdad en la disponibilidad de recursos como sufrimos los humanos. Por lo tanto, además de diferenciarnos porque hablamos, hacemos grandes construcciones y vivimos muchos años, también nos caracterizamos porque entre nosotros existen desigualdades significativas en la posesión de bienes;

2) Aunque existen muchas especies, —mamíferas o no—, que son gregarias (que viven en grandes comunidades), los humanos funcionamos como un todo, es decir, mantenemos una interacción entre los ejemplares que nos lleva a funcionar como si la especie fuera un gran organismo, que tiene cabeza, cuerpo, órganos vitales, aparato circulatorio;

3) Por esta condición de formar un gran organismo, cada uno de nosotros participa (sin darse cuenta) ejerciendo algún rol, ya sea de mando, de ejecución, de administración, de combate, de salvataje, de gestación de nuevos ejemplares, de curación, de legislación, y muchos otros;

4) Por esta condición de formar un gran organismos y de tener asignados roles, también tenemos asignados recursos materiales que determinan nuestras condiciones de vida. Sin que aun podamos explicarlo, muchos tienen que ser pobres, muchos menos tienen que ser ricos y varios tienen que tener posesiones de nivel intermedio. Proporcionalmente, muy pocos ejemplares migran de una condición a la otra, aunque todos deseamos la riqueza y huimos de la pobreza.

Como en un organismo humano, el aparato circulatorio de la especie nos asigna desiguales cantidades de sangre a cada ejemplar-célula.

En suma: así funciona nuestra especie. Esa desigualdad nos provoca reacciones necesarias para el funcionamiento orgánico. Si encontráramos una explicación satisfactoria sufriríamos un daño importante porque una parte de la energía vital surge de la disconformidad y de luchar por mejorar o defender nuestra situación. La incomprensión del fenómeno nos mantiene activos. Si lo entendiéramos perderíamos esa parte de la energía vital.

(Este es el Artículo Nº 2.133)


El enamoramiento y su evolución esperada

El enamoramiento es un fenómeno mental provocado por una transitoria sensación de completud, alcanzada por una imaginaria fusión entre dos personas recíprocamente enamoradas.

Nunca está de más hacer algún comentario sobre el amor. En este caso, destinaré unos pocos párrafos a la enfermedad mental asociada, esto es, el enamoramiento.

Escribiré como si supiera, para que usted, acostumbrado a leer lo que escriben personas que se creen sabihondas, no extrañe. Si yo dijera honestamente que ni yo ni nadie sabe algo, usted podría aburrirse y no leer todo.

La psiquis tiene varias características muy notorias; una de ellas es que se angustia cada vez que se da cuenta de cuán incompletos somos. No solamente somos tristemente vulnerables, sino que además nacemos diez o doce meses antes. Todo andaría mejor si fuéramos gestados en unos 20 meses. En este caso saldríamos del útero un poco mejor terminados.

Esta carencia (la incompletud) es determinante de una cantidad de reacciones que no tendríamos si naciéramos tan perfectos como los demás mamíferos (perros, gatos, caballos).

Todos conocen el dibujo del burro y la zanahoria. Pues bien, ha llegado el momento de que usted sepa que ambos personajes, (el burro y la zanahoria), representan al ser humano: el burrito persigue a la zanahoria así como los humanos perseguimos a otra persona creyendo que, si contáramos con su compañía, abandonaríamos definitivamente esa insoportable sensación de incompletud.

Pues bien, como en todas las especies mamíferas, nuestra hembra es la que seduce a, por lo menos, un macho, quien, a partir de ese momento ingresa en un estado pre-psicótico porque lo invade la omnipotencia, la soberbia, el delirio de grandeza y otros síntomas de la misma enfermedad: psicosis delirante aguda, vulgarmente llamada enamoramiento.

Si el varón responde adecuadamente, la mujer ingresa en una patología similar y también imagina que a partir de ahora terminarán para siempre las penosas sensaciones de incompletud. Como ambas locuras son similares y complementarias, la pareja ingresas en el mismo cuadro: el enamoramiento.

¿En qué consiste este síndrome (el enamoramiento)? En que ambos se imaginan completos; pierden transitoriamente la lucidez de reconocer que uno es el burro y que la otra es la zanahoria, objetivamente separados y distantes.

La Naturaleza ha dispuesto que esta locura a dúo, sea reversible y, cuando la mujer ha dado por terminada su gestación de nuevos ejemplares, paulatinamente comenzará a darse cuenta que está incompleta.

Seguidamente, al varón le ocurrirá lo mismo porque ella comenzará a enviarle señales de prescindencia (es decir, que puede prescindir de él).

Estos dos seres, ahora padres de algunos hijos, recobran la salud mental pero sintiéndose apenados porque, por la propia sabiduría de la Naturaleza que procura la conservación de las especies, aquella patología fue más gratificante que la horrible realidad, es decir, que somos irremediablemente incompletos.

(Este es el Artículo Nº 2.147)


El dinero es un instrumento bueno

De alguna manera, el Papa Francisco I propone trabajar gratis, o no estamos entendiendo qué quiere decir.

El próximo 25 de febrero de 2014, será presentado en el Vaticano un libro escrito por el cardenal alemán Gerhard Müller (imagen), titulado:  Pobre para los pobres. La misión de la Iglesia.

El título del libro evoca una de las primeras declaraciones del flamante papa Francisco I, en marzo del 2013: "¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!"

Del prólogo, redactado por el Papa, extraigo este pensamiento suyo: «el dinero es un "instrumento bueno en sí mismo" pero, si no es ofrecido a los demás, se vuelve contra el hombre».

Comparto con ustedes unos comentarios:

Es un gran avance que la principal autoridad moral de los católicos diga expresamente "el dinero es un instrumento bueno en sí mismo".

Como digo, es un avance, especialmente si tenemos en cuenta dónde están parados los más espirituales, esto es, repudiando «el vil metal» (como suelen llamarlo).

Otra frase importante: "¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!" No es mucho lo que pueden hacer los curas sin recursos materiales. Ni los curas ni nadie. Quizá lo que quiso decir Francisco I es «Cómo quisiera una Iglesia rica (como la que tenemos) para (empezar a) ayudar a los pobres».

Otra idea valiosa: «si (el dinero) no es ofrecido a los demás, se vuelve contra el hombre». ¿Estaremos refiriéndonos al mismo ser humano o él está pensando en algún otra especie? ¿Usted se imagina qué pasaría si ofreciéramos nuestro dinero? Dependiendo de la fortuna de cada uno, ingresaríamos en la indigencia en no más de 30 segundos, gracias a lo cual, pasaríamos a ser los menesterosos que otros tendrían que ayudar.

Imaginemos: Si un partido gobernante, —a quien el pueblo le pide que haga algo para contener una ola delictiva—, propone la inmediata evangelización de los encarcelados actuales y también de los que alguna vez estuvieron presos, ¿cuánto mejoraría la seguridad ciudadana?

Lo que intento decir es que los humanos no somos generosos por una simple razón: SOMOS DÉBILES, nacemos prematuros, necesitamos dos décadas para convertirnos en adultos jóvenes. Con esta debilidad congénita, ¿alguien puede pensar seriamente que vamos a ofrecer el dinero que tanto nos cuesta ganar?

Con este tipo de política, expuesta desde la máxima autoridad eclesiástica, que llega a muchos millones de fieles (1.214 millones de bautizados en 2011), la Iglesia Católica está patrocinando más pobreza (¡cada vez tenemos más pobres!), así como el imaginario Ministro de Seguridad Interior tendría una pésima gestión si solo tratara de persuadir a los humanos delincuentes que comiencen a portarse mejor.

Las referencias fueron tomadas de INFOBAE  del 19-02-14

(Este es el Artículo Nº 2.128)


Lo que cambia mientras todo sigue igual

La Naturaleza, segura de que nuestra especie ya tiene suficiente cantidad de ejemplares, quizá se preocupe menos por la conservación de cada inviduo.

Para muchas personas el psicoanálisis es una técnica, arte o ciencia demasiado sexualista, pansexualista, obsesionada con la función sexual.

Tienen razón: el psicoanálisis hace un gran hincapié en la sexualidad.

El motivo es que lo único importante para cualquier especie es perpetuarse. Todos los seres vivos estamos dotados de ese impulso a conservarnos como especie.

Como puede deducirse, para poder conservarla es preciso conservar a cada ejemplar.

Aunque la psiquis humana nos impulsa a priorizarnos como individuos, ahí tenemos uno de los tantos puntos de desencuentro entre lo que cada uno desea y lo que la naturaleza nos impone.

Efectivamente, parecería ser que a la naturaleza le importa bastante poco qué nos pasa a los individuos. Lo primordial siempre es la especie. De ahí que los individuos podemos quedar expuestos a peripecias que aumentan nuestra vulnerabilidad y mortalidad.

Peor aun: ahora que ya somos siete mil millones de ejemplares y que la especie parece tener un seguro de vida por muchos años más, es probable que la naturaleza (que se expresa en cada uno con los funcionamientos orgánicos automáticos, con los instintos, con las características más animales) se despreocupe aun más de los individuos.

En otras palabras: como somos muchos valemos individualmente menos pues cada uno dispone de múltiples suplentes.

¿Cómo se manifiesta este supuesto desinterés de la naturaleza por los ejemplares individuales de nuestra especie?

1) Nos reproducimos menos;
2) Perdemos interés por las relaciones sexuales;
3) Aumenta la cantidad de personas homosexuales (que no pueden reproducirse);
4) La proporción de ancianos respecto a los jóvenes es mayor;
5) Los métodos curativos pierden interés colectivo y, por lo tanto, eficacia;
6) Aumenta las posibilidades de conflictos armados y de epidemias;
7) La solidaridad pierde fuerza;
8) Se incrementan los casos de depresión;
9) El trato entre los individuos es más intolerante o indiferente;
10) El consumo de sustancias que nos apartan de la realidad, es mayor;
11) Las religiones disminuyen la cantidad de fieles;
12) Los entretenimientos solitarios ganan adeptos;
13) Se hace más difícil y costoso encontrar un espacio donde alojarse;
14) La presión económica sobre los Estados genera frecuentes crisis;
15) Las personas más vulnerables (niños, enfermos, ancianos) perecen en mayor cantidad;
16) Aumentan los delitos contra la vida;
17) Al aumentar el estrés aumentan las enfermedades psicosomáticas;
18) Aunque tenemos anatomías muy diferentes, los roles de los varones y de las mujeres cada vez se parecen más.

Los interesante es que, a lo largo de la historia, estas sensaciones siempre existieron. La única novedad es que nunca antes fuimos siete mil millones de ejemplares, mientras que el tamaño del planeta sigue siendo el mismo.

(Este es el Artículo Nº 2.140)


La mitad pobre alegra a la mitad menos pobre

La mitad de la población mundial disfruta enterándose de que la otra mitad está peor, que sufre, que es más pobre.

Cursa el mes de febrero de 2014 y, desde el mes pasado, la prensa destina un gran espacio de sus noticias a indicarnos que las 85 personas más ricas del mundo poseen el mismo patrimonio que posee la mitad más pobre de la población mundial.

El dato, desde mi punto de vista, directamente estimula la envidia, propia de la psiquis de cualquier ser humano y además alegra los corazones egoístas de la otra mitad de la población mundial.

El objetivo de este artículo es reflexionar sobre cómo manejan los medios de comunicación las desigualdades económicas que existen dentro de nuestra especie.

Aunque infaltablemente esas reiteradas informaciones abundan en alusiones a conceptos, tales como: «injusticia distributiva», «imperdonable avaricia», «pecaminoso egoísmo», «aberrante obscenidad», el fenómeno periodístico quizá tenga un motivo más profundo, además de condenar a la mencionada desigualdad económica.

En primer lugar, no creo que las empresas periodísticas estén interesadas en erradicar la desigualdad distributiva porque, si esto ocurriera, ellos tendrían menos para informar.

Si saliéramos del planeta por un momento y nos guiáramos por la mencionada información, podríamos decir que la mitad de la población mundial sufre y que la otra mitad mira cómo la primera sufre.

Desde la estratósfera, podríamos pensar que los únicos en condiciones económicas de comprar información son los integrantes de esa mitad de la humanidad que no es la más pobre. Por lo tanto, todo lo que se diga de los más pobres no llegará a ser conocido por los mismos, pues son tan pobres que no tienen dinero para informarse ni siquiera cuando se los menciona.

Es probable que la dimensión de las empresas informativas sea la adecuada para conservar su salud económico-financiera vendiéndole las noticias solo a la mitad de la población mundial. Estas empresas cuentan con que la otra mitad de la población no sea cliente.

Para que los clientes sigan comprando tienen que estar felices con las noticias. Las únicas noticias que compramos son las agradables, las que nos proveen algún tipo de placer. No compramos noticias que nos provoquen úlcera, insomnio, diarrea. Esto es así y debe ser aceptado como una verdad axiomática.

Si la mitad de la humanidad compra la noticia de que la otra mitad está pasando hambre es porque algún tipo de placer recibe con esa información. Por ejemplo, puede disfrutar pensando: «Yo no estoy tan mal como los otros»; «Tengo que cuidarme de no convertirme en pobre»; «Reafirmo que los gobernantes son todos unos inútiles porque no logran sacar de la pobreza a la mitad de la población»; «Si no integro el grupo de los 85 es porque me daría vergüenza ser tan rico»; «Quienes son más pobres que yo ‘algo habrán hecho’ para recibir ese castigo»; «¡Qué divertido es ver cómo se pelean los ricos y los pobres! Los de clase media somos los mejores».

En suma: Las noticias sobre la injusticia distributiva complacen a la mitad de la humanidad (tres mil quinientos millones de personas).
Bebito hace caca leyendo un diario.jpg

(Este es el Artículo Nº 2.121)


La Iglesia Católica evita un genocidio

  
La Iglesia Católica es imprescindible porque los humanos no sabemos organizarnos sin desigualdad en el reparto de la riqueza.

Nos dice el Papa Francisco I en uno de sus mensajes de Cuaresma (febrero de 2014):

«Así, explica Francisco, “la pobreza de Cristo es la mayor riqueza”, y Cristo “nos invita a enriquecernos con esta rica pobreza y pobre riqueza suyas”. Es más, “la riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza”.»

Para que nadie quede sin entender este párrafo, les informo que el mismo integra un texto que se titula La pobrísima riqueza y la riquísima pobreza - A la miseria material se la combate con la caridad, a la moral y a la espiritual con la misericordia. (1)


Como usuario del idioma, me cuesta entender el párrafo entrecomillado. Quizá si yo no fuera ateo lograría una mejor comprensión.

Sin embargo, les comento a quienes sí lo entienden: En general, la Iglesia Católica le hace suaves recomendaciones a los ricos para que regalen un poco más de las fortunas que ganan honradamente y alienta a los pobres para que toleren, sufran, soporten, aguanten.

Si mal no entiendo, la Iglesia Católica les dice a sus creyentes que imiten a Cristo: en su infinita bondad, en la austeridad de su vida, en la resignación ante la injusticia, que incluye dejarse matar en una máquina de tortura (la cruz).

¿Qué logra la Iglesia Católica con esta actitud, que ya lleva varios siglos? Lo que logra con su prédica es apaciguar los ánimos, evitar los estallidos sociales que podrían ocurrir cuando se informa que las 85 personas más ricas del mundo poseen la misma cantidad de recursos materiales que los 3.750 millones de personas más pobres del planeta (es decir, la mitad de la población mundial) (2).

El agua bendita que utilizan en sus ritos parece apagar un incendio inminente, por el cual la minoría más adinerada tendría que perecer descuartizada por una mayoría indignada ante la obscena desigualdad en la distribución de la riqueza.

Una posible explicación de por qué convivimos ricos y pobres sin matarnos, es:

En nuestra especie solo sabemos organizarnos generando fuertes desigualdades en la distribución de la riqueza. Para evitar el genocidio de los ricos a manos de los pobres, la Iglesia Católica, como si fuera una Agencia de Publicidad, se encarga de enfriar los ánimos, por lo cual los ricos le pagan grandes sumas de dinero, cuya aplicación puede observarse en la riqueza fastuosa que vemos en el Vaticano y en casi todas las iglesias del planeta.

Conclusión: si los ricos no mantuvieran económicamente a la Iglesia Católica, serían ajusticiados y no existirían empresas donde ganarnos el pan de cada día.

(1) Ver artículo de ALETEIA

(2) Resumen del informe anual de Oxfam, presentado en la cumbre de Davos llevada a cabo a comienzo de 2014.

(Este es el Artículo Nº 2.119)


La naturaleza nos dice ‘DESconócete a tí mismo’

Todas las culturas nos impiden conocer nuestra psiquis para convertirnos en ciudadanos inseguros, temerosos y eventualmente traidores de nuestros semejantes.

La sociedad nos enseña a conocer lo que debemos saber para colaborar con ella y también nos enseña a ignorar lo que no debemos saber (también) para colaborar con ella.

Por ejemplo, debemos ignorar que nos enseñan a ignorar porque si lo supiéramos podríamos enterarnos, por ejemplo, que es absolutamente normal tener miedo a estudiar, a trabajar, a vincularnos afectivamente.

La enseñanza de la ignorancia se parece a esas situaciones en las que un hermano le dice a otro: «Te contaré algo pero prométeme que no se lo dirás a mamá». En este caso dos hermanos, por alguna razón, necesitan la ignorancia de la madre. Las sociedades también necesitan que los ciudadanos ignoren algunas cosas pero, paradójicamente, de sí mismos.

La cultura necesita que sintamos mucho miedo, que seamos cobardes, asustadizos. ¿Para qué? Para que seamos fácilmente dominables, para que seamos obedientes, incapaces de tomar riesgos, inseguros de nuestras opiniones, fóbicos ante el ridículo.

Todas estas debilidades son propias de nuestra especie. Nadie nace valiente, confiado, decidido, pero ¿cómo se las ingenia nuestra cultura para que estas debilidades naturales se tornen paralizantes, discapacitantes, patológicas? Enseñándonos a negarlas, a repetir que somos audaces, confiados, dignos de ser representados por nuestros símbolos patrióticos.

El método por el cual aprendemos a ignorarnos consiste en negar públicamente las características propias de nuestra especie: el miedo, la cobardía, la tendencia a ser traidores de nuestros semejantes.

Las consecuencias no podría ser mejores: quienes sentimos en nuestra mente lo que decimos no sentir, quienes sentimos miedo pero no podemos reconocerlo, quedamos paralizados, no sabemos quiénes somos, caemos en una completa inseguridad, le tenemos miedo a todo, solo sabemos obedecer, respetar, cumplir y continuar ignorándonos.

Si usted siente que se conoce, quizá se conozca realmente o quizá sea un buen alumno del sistema pedagógico que lo adiestra para que se desconozca.

Pero ATENCIÓN!! No existe un genio maligno que nos manipula sino que así nos organizamos los humanos. Este fenómeno (enseñarnos a ignorarnos) es propio de nuestra Naturaleza y no es obra de personas malintencionadas. Nos caracterizamos por esta forma de vivir, así como usamos un lenguaje o construimos grandes edificios.

(Este es el Artículo Nº 2.118)


Humanos sexualmente inhumanos


Fuimos educados para que nuestra conducta sexual imite a la del resto de los animales y para que reprima las prácticas exclusivamente accesibles a nuestra especie. Fuimos educados para ser sexualmente inhumanos.

Es probable que muchos hispanoparlantes  hayan sido educados teniendo en cuenta dos principios morales muy fuertes:

1) Debemos tener relaciones sexuales sólo para concebir hijos, es decir, sin barreras anticonceptivas; y

2) Toda otra práctica sexual que no tenga por objetivo la reproducción es perversa, amoral, condenable.

Estas dos importantes normas de conducta íntima, se pregonan en un contexto filosófico según el cual, el ser humano es un ser superior a los animales, hijo de Dios, y rey de todos los seres vivos.

En otras palabras, se nos hizo pensar que el resto de los seres vivos son inferiores a nosotros y que tenemos sobre ellos todos los derechos que podría tener hasta el soberano más desconsiderado con sus gobernados. Por este motivo, podemos usarlos para que trabajen en nuestro beneficio y hasta podemos matarlos para comerlos y alimentarnos.

En suma: se nos dijo que los seres humanos no somos animales y que solo debemos practicar relaciones sexuales con fines reproductivos, porque si utilizáramos el placer sexual con fines exclusivamente placenteros, estaríamos vulnerando la moral, estaríamos dejándonos llevar por los instintos, como si fuéramos animales.

Este artículo tiene por único objetivo compartir la siguiente reflexión:

Ningún ser vivo, excepto los humanos, tiene prácticas sexuales por diversión. Todos copulan solo para reproducirse. Parece que no saben jugar o no les interesa. Como están condenados a obedecer a sus inflexibles instintos, sus relaciones sexuales son mecánicas, incontroladas por ellos. Es decir, según lo que nos han enseñado, el resto de los animales cumple con esa norma moral que nos fue inculcada: solo copular para reproducirnos.

Conclusión: fuimos educados para comportarnos como cualquier animal, excepto como los seres humanos, porque somos los únicos que podemos masturbarnos, ser homosexuales, fornicar por puro placer utilizando barreras anticonceptivas.

La moral con la que fuimos educamos nos induce a reprimir las características de nuestra especie y nos induce a copiar la característica del resto de los animales.


(Este es el Artículo Nº 2.133)


La sexualidad de los ricos


Estamos ante la paradojal situación de ser sexualmente animales, es decir, súbditos de quienes sí practican la sexualidad humana: reyes, gobernantes, ricos.

En otro artículo publicado hoy (1), digo textualmente:

«En otras palabras, se nos hizo pensar que el resto de los seres vivos son inferiores a nosotros y que tenemos sobre ellos todos los derechos que podría tener hasta el soberano más desconsiderado con sus gobernados. Por este motivo, podemos usarlos para que trabajen en nuestro beneficio y hasta podemos matarlos para comerlos y alimentarnos.»

En otras palabras, ahí digo que explotamos al resto de los animales porque ideológicamente se nos inculcó que ellos son inferiores a nosotros. Se nos hizo creer, (y nosotros lo aceptamos acríticamente), que tenemos derecho a hacerlos trabajar en nuestro beneficio y que, si su carne es rica y nos alimenta, podemos quitarles la vida, faenarlos, asarlos y comerlos.

Es decir, la moral con la que fuimos criados nos alienta a explotar al resto de los seres vivos. Por supuesto: si alguno de ellos nos molestara demasiado, también podríamos aplicarles técnicas genocidas para exterminarlos como especie, para que desaparezcan (insectos, microbios o cualquier otro ser vivo que no sea domesticable y explotable).

En el mismo artículo (1) también digo que nuestra moral sexual nos ha inculcado que solo debemos tener relaciones sexuales reproductivas y que la actividad sexual utilizada con fines recreativos es perversa, amoral, condenable. Es decir, se nos ha hecho pensar que recibiríamos algún castigo si utilizamos nuestra sexualidad solo para divertirnos y evitando procrear. Esto equivale a decir que nuestra sexualidad debe ser igual a la del resto de los animales no humanos.

Conclusión: como los seres humanos pueden explotar salvajemente al resto de los animales y puesto que, por otro lado se nos inculcó a practicar una sexualidad exclusivamente animal, apartándola por insana de cualquier otra práctica única en nuestra especie (sexualidad recreativa), quedamos ante la paradojal situación de ser sexualmente animales, es decir, súbditos de quienes sí practican la sexualidad humana: reyes, gobernantes, ricos.


(Este es el Artículo Nº 2.115)


Misteriosa alarma por un peligro insignificante

Mucha gente importante está inexplicablemente alarmada por una eventual confrontación violenta entre 3.750 millones de pobres (leyó bien) y 85 híper millonarios.

Para comenzar el año 2014 tuvimos dos reuniones de los pobres humanos. Una en Davos (Suiza), organizada por el Foro Económico Mundial y la otra en Cuba, organizada por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

Los «pobres humanos» nos reunimos en dos lugares diferentes porque unos disponemos de más dinero que los otros. En Suiza nos reunimos quienes disponemos de más dinero y en Cuba nos reunimos quienes disponemos de menos dinero.

Todos somos igualmente pobres ante la vida, todos nos angustiamos, todos vivimos esclavos de algo o de alguien y todos terminaremos de la misma manera: muriendo, liberándonos en menos de un segundo de lo que tuvimos y de lo que padecimos.

El libro se cerrará y nuestro relato vital habrá terminado.

Según los medios de comunicación que han tratado profusamente las alternativas de estas reuniones, lo preocupante es la progresiva desigualdad entre unos y otros. Si la humanidad toda fuera un cuerpo biológico, nos estaríamos desmembrando. Es como si, por razones económicas, ese cuerpo imaginario, (la especie, la humanidad), estuviera despanzurrándose.

Los expertos dicen que la brecha entre pobres y ricos es cada vez mayor. La humanidad tiene una herida que, en vez de cicatrizar cada vez se abre más.

¿Cuál es el temor que provoca esta desigualdad entre la inmensa mayoría de pobres y la pequeñísima cantidad de híper millonarios? Tememos un estallido social, es decir, tememos que los 3.750 millones, (la mitad de la población mundial), de pobres ataquen a los 85 ricos.

Si tal estallido ocurriera, ¿cuántos milisegundos podría durar el exterminio de estas 85 envidiadas y odiadas personas?

No puedo creer que tantos periodistas, gobernantes, técnicos e intelectuales en general, pierdan su tiempo alarmados por un peligro que parece insignificante.

¡Acá hay algo más!

(Este es el Artículo Nº 2.113)


El desinterés por la masturbación

La masturbación está dejando de ser tan atractiva porque ahora ya no está prohibida como antes.

Cuando la especie aun sentía amenazada la supervivencia, instintivamente tomábamos precauciones muy severas en la administración de la sexualidad.

Casi siempre estuvieron unidos los esfuerzos de los líderes políticos, los líderes religiosos y la medicina. La participación de los medios de comunicación siempre estuvo presente porque las normas dictadas por esas tres instituciones de alguna manera tenían que llegar a la población.

Para conservar la especie se apoyaban la formación de familias, las políticas sanitarias y, sobre todo, la conducta sexual.

La fobia, casi universal, a la homosexualidad tiene como su principal causa la esterilidad de estas uniones.

En este artículo compartiré con ustedes un comentario sobre la masturbación masculina.

Hasta no hace mucho, (cursa enero de 2014), esta práctica era un tabú. Nadie confesaba practicarla. Ahora que somos siete mil millones de ejemplares, ahora que el temor a desaparecer como especie ha descendido, comienzan a surgir comentarios más distendidos sobre el autoerotismo.

Para los varones masturbarse era una vergüenza atroz, presumiblemente porque, en épocas de crisis germinal (escasez de embarazos, baja tasa demográfica), tirar semen podía considerarse un acto de traición imperdonable;

Para los varones también fue un honor que se nos prohibiera el onanismo alegando el cuidado de tan valiosa simiente. Nos privábamos de un placer pero nos sentíamos importantes;

La estructura social basada en el matrimonio monógamo es antinatural, pero terminamos aceptándola porque no teníamos otra alternativa. Los varones no somos monógamos, pero si además se nos prohíbe masturbarnos, nuestra sexualidad queda bajo el control de la esposa, pues, con particular frecuencia, ella apeló a extorsionarnos negándose a tener relaciones sexuales si no atendíamos sus intereses.

En esta situación, no quedaba otro recurso que complacer a la esposa que de hecho controlaba la satisfacción del deseo sexual masculino, o, en su defecto, la compra de servicios sexuales (prostitución), para lo cual el varón tenía que poseer los recursos económicos suficientes.

Todo esto, sin darnos cuenta, está cambiando porque creemos haber superado el peligro de extinción.

Al haber superado este peligro, los tabúes, prohibiciones y prejuicios de índole sexual están desapareciendo. Sin prohibiciones la libido pierde fuerza, las pasiones eróticas atenúan su intensidad, las perversiones son más escasas, quedando, la represión sexual del celibato católico, como uno de los pocos grupos de riesgo.

(Este es el Artículo Nº 2.130)


Los ancianos sí son monógamos


Los varones son, por naturaleza, polígamos, pero cuando envejecen tienen que aceptar la monogamia porque no tienen más remedio.

Los varones ancianos son monógamos por dos motivos fundamentales:

1) Porque las fuerzas físicas no les son suficientes para tener sexo con varias mujeres; y

2) Sobre todo, porque los ancianos difícilmente sean convocados por mujeres que los necesiten como padres de sus hijos.

De estas aseveraciones se deduce cómo funcionan los varones antes de convertirse en viejos:

1) Son polígamos y tienen que, obligatoriamente, tener sexo con todas las mujeres que los elijan para ser padres de sus hijos;

2) Son mentirosos porque no los dejan decir la verdad. Las sociedades están organizadas con tal hipocresía y desconsideración de las características naturales que obligan a los varones a ser monógamos y además a que ni mencionen su verdadera misión, esta es, satisfacer a cualquier mujer que los elija para ser fecundadas por él.

Y acá aparece un tema que bien podría ser el núcleo de este artículo. Lo expreso así: La mentira existe pero los mentirosos no.

La mentira existe porque las sociedad están organizadas sin tener en cuenta cómo somos los seres humanos (ahora me refiero a hombres y a mujeres).

Si mujeres y hombres fuéramos respetados en nuestras verdaderas características, podríamos decir que nos gusta el cuerpo de mamá, que nos gusta tanto el teléfono del vecino que desearíamos quitárselo, que si algún día tuviéramos suficiente poder seríamos prepotentes, que repudiamos estudiar porque preferimos ser aceptados como somos y no como pretenden los profesores que seamos, y un extenso etcétera.

En este imaginario sinceramiento social, los varones podríamos decir que amamos a todas las mujeres que nos aman, entendiendo por «amar» el deseo de ser fecundadas por nuestro semen.

Como la cultura nos obliga a ocultar nuestra forma de ser, los hombres tienen que mentir, tienen que ser infieles (a la cultura neurótica, pero fieles a la Naturaleza) y, cuando ya no pueden con sus huesos, entonces simulan un arrepentimiento de aquella vida licenciosa, cuando migraban de cama en cama dejando hijos por doquier.

Ellas también son fieles a la naturaleza, pero el cuerpo las obliga a ser más sedentarias. No es tan fácil andar por ahí con hijos pequeños que demoran veinte años en salir definitivamente del útero.

Los ancianos de ambos sexos retoman muchas características de la infancia. Las retoman porque se vuelven tan débiles como los niños.

Los varones tienen que simular arrepentimiento para juntarse con alguna mujer que fue monógama porque los hijos le obstaculizaron ser polígama como él.

Por todo esto los ancianos varones se convierten en monógamos y siguen siendo fieles...a la Naturaleza.

(Este es el Artículo Nº 2.141)