viernes, 23 de diciembre de 2011

Los que saben sin saber que saben

No hay profesional experto que no tenga un conocimiento muy profundo de la naturaleza humana, aunque no sepa cuánto sabe.

Si bien estamos determinados y carecemos de libre albedrío, algunas personas se equivocan menos que otras, algunas personas poseen una calidad de vida elevada y duradera mientras otras tienen menos suerte.

La casi totalidad de lo que llamamos «inventos» no son más que plagios que los humanos inventores hacemos de soluciones propias de la naturaleza.

Es muy interesante conocer sobre esos inventos porque la mayoría de las veces los inventores saben de la naturaleza más de lo que ellos creen.

La abogacía, la escribanía, la economía y casi todas las ciencias humanísticas, abundan en conocimientos sobre nuestra especie aunque los que más saben de esas ciencias, «no saben que saben»: los mejores profesores y profesionales cultivan su destreza para conocer la esencia humana, las intenciones, las mentiras, las trampas, los caprichos, pero lo hacen indirectamente.

Existe el prejuicio de que los que más sabemos de psicología somos los psicólogos, pero es falso. Muchos profesionales saben inclusive más que nosotros, pero tienen esos conocimientos fuera del área operativa de sus mentes.

Ya sea directa o indirectamente, es una buena suerte conocer y entender al ser humano. No sólo para entendernos a nosotros mismos sino también para poder desplegar una beneficiosa y gratificante vida social.

Pero no solamente los profesionales de las ciencias humanísticas saben del ser humano. Los ingenieros informáticos desarrollan sus programas tratando de que sean comprensibles para los usuarios y también tratando de entender cómo razona la mente para copiar los procesos inteligentes y automatizarlos informáticamente.

Les paso dos datos curiosos de nuestra mente:

— Entendemos muy bien la muerte ajena pero no la propia; y

— Entendemos muy bien nuestro derecho a la propiedad pero no el derecho ajeno (1).

(1) El fútbol también simboliza el robo

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La picardía de los futuros altruistas

Los humanos necesitamos sentirnos individuos, libres, autónomos pero soñamos con volver a fusionarnos como las aguas oceánicas.

Bailar en pareja, abrazarse y hacer el amor, son placeres sublimes que necesitan por lo menos dos personas.

Estas sensaciones apoyan la teoría ya comentada (1) según la cual, hasta cierta edad (18 meses aproximadamente) nos imaginamos formando parte del universo.

Aquellas sensaciones de pertenecer al todo debieron ser muy placenteras (2).

La palabra «yoga», que hace décadas está de moda, significa «unión». Más exactamente significa «yugo», ese trozo de madera que une las cabezas de los bueyes para que tiren juntos del arado o de la carreta.

No puedo olvidar el proverbio: «La unión hace la fuerza».

Esta recomendación de la sabiduría popular nos está advirtiendo de los inconvenientes del individualismo, especialmente en lo que refiere a que por ese camino no lograremos compensar adecuadamente la natural debilidad que tenemos los humanos.

A modo de resumen, por un lado gozamos uniéndonos y por otro lado sentimos el impulso a ser individualistas.

La resolución a esta dualidad de intenciones solemos resolverla uniéndonos cuando nos conviene y siendo individualistas cuando nos conviene.

La cultura condena esta actitud, calificándola de incoherente, oportunista, abusadora y otros adjetivos aún más corrosivos.

En nuestra intimidad sabemos que nuestra voluntad hará vanos esfuerzos por corregir esta «incoherencia», pero no perdemos la esperanza de que algún día podamos superarnos, así como hemos dejado de usar pañales, de caminar en cuatro patas y sabemos usar una bicicleta.

Somos optimistas y contamos con que algún día seremos totalmente generosos, solidarios y nos fusionaremos de cuerpo y alma a nuestros compañeros de especie, a la naturaleza, al universo.

En esta convicción optimista, empezamos a «gastar a cuenta» criticando a esos que se arriman al sol que más calienta, a los avivados, egoístas y mezquinos capitalistas.

(1) La burbuja del amor 

(2) La vida es placentera gracias a la placenta

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Las madres a veces se cansan

Los varones tenemos una baja participación biológica en la conservación de la especie pero la cultura nos obsequia un rol protagónico.

La salud mental de un adulto depende del vínculo que tuvo con sus padres.

En otro artículo (1) les contaba que la figura paterna (imagen psíquica que todos tenemos y que condensa varias características que observamos o imaginamos de nuestro padre biológico) contiene ese conjunto de normas que tenemos que cumplir en contra de nuestra voluntad para que los demás nos acepten y no nos castiguen: portarnos bien, respetar las normas (leyes), ser educados, más una interminable lista de molestias.

También les dije en otro lado (2) que el padre es quien interviene para que los cuidados maternos disminuyan prematuramente pues este señor pretende recuperar a su mujer lo antes posible para saciar sus deseos carnales.

Sin embargo vale la pena dudar de que todo esto sea así.

Anteriormente he comentado (3) que en nuestra especie es la hembra la que determina cuándo copular, si bien no posee un período de celo como las demás hembras de otras especies mamíferas.

También he dicho (4) que la naturaleza ha sobrecargado a las hembras en compromiso biológico para conservar la especie, mientras que los machos tenemos que ser presionados por la cultura para que seamos más colaboradores.

Todos estos hechos, observados con la incorporación de los comentarios precedentes, pueden llevarnos a pensar que es la mujer la que utiliza al varón para ser fecundada, también para que él haga los trabajos pesados del hogar (acarreos, reparaciones, disciplinar a los hijos) y para que figure ante estos como quien comete la maldad de privarlos de la madre por razones egoístas, eróticas, lascivas.

Los niños creemos que fue papá quien nos dejó sin mamá porque no admitiríamos que la teníamos cansada.

(1) La oposición de intereses bajo control

(2) Protegerse dentro de una idea fija

(3) La violación metafórica 

(4) El embarazo de ambos sexos

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Los desafíos provocados por la saciedad

La pobreza existe porque aún no aceptamos que el fenómeno vida (1) también se ve estimulado por la búsqueda de necesidades y deseos.

En otros artículos he comentado que los seres humanos conservamos el fenómeno vida en la medida que nuestro funcionamiento biológico pueda reaccionar huyendo de los dolores y dirigiéndose hacia la búsqueda del alivio, placer, goce.

La muerte ocurre cuando nuestro funcionamiento biológico no puede reaccionar huyendo de los dolores y atrayendo las sensaciones disfrutables.

Clásicamente decimos que la situación penosa ocurre cuando no podemos dar satisfacción a una carencia, cuando tenemos hambre y no podemos comer, cuando un gobernante hace mal su trabajo y no podemos cambiarlo por otro, cuando no podemos curarnos de una enfermedad invalidante.

Es menos frecuente el caso de quienes necesitan producir cambios en su vida porque lo que no tienen son necesidades y deseos (2).

El primer caso (el que todos conocemos por escasez, pobreza, carencia) es aquel en el que lo penoso ocurre por frustración de las necesidades y los deseos, ahora me estoy refiriendo a que las molestias ocurran precisamente porque todas las necesidades y deseos han sido cancelados por la abundancia de recursos. Me estoy refiriendo al malestar de la riqueza, de quienes lo tienen todo y han caído en el hastío, el aburrimiento.

Este grupo de personas satisfechas necesitan buscarse desafíos, necesidades, curiosidades, dificultades, juegos entretenidos, situaciones en las que puedan encontrar las necesidades y deseos de los que están siendo privados por la abundancia de recursos, por la desaparición de frustraciones.

Aunque suena de «ciencia ficción», no es tan disparatado suponer que el planeta posee recursos suficientes para cancelar todas las frustraciones de los seres vivos que lo habitan (incluida nuestra especie), como para que el desafío estimulante del fenómeno vida sea la búsqueda de necesidades y deseos.

(1) Blog destinado al «fenómeno vida»: Vivir duele 

(2) El sufrimiento por «saciedad extrema» 

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lunes, 5 de diciembre de 2011

La injusta venganza de la culpa imaginaria

Si no podemos disfrutar intensamente de la vida porque nos sentimos culpables, nos convertimos en ciudadanos vengativos y antisociales.

A ver si has oído estas frases, expresadas con seriedad por personas honorables, buenos ciudadanos que nunca han estado encarcelados y en algunos casos, asiduos concurrentes al cumplimiento de los cultos religiosos más piadosos:

— Soy exigente con los demás porque soy aún más exigente conmigo mismo;
— Hazle a los demás lo que querrías que hicieran contigo;
— Lo digo con dolor, pero la gente te obliga a usar mano dura con ellos;
— Te castigo pero créeme que me duele más a mí que a tí;
— La severidad es efectiva pues resulta disuasiva y ejemplarizante.

Estos buenos ejemplares de nuestra especie, que alguien por descuido podría confundir con un tirano cruel, incitan a los gobernantes de turno para que hagan el trabajo sucio de limpiar la nación de esos inmundos semejantes que molestan con sus robos, aspecto facineroso, música estridente, costumbres aberrantes.

Pero también sería superficial suponer que esto se trata de intolerancia químicamente pura. Es posible suponer «resortes anímicos» menos obvios.

Los delincuentes nos están recordando que somos alguien más del que se mira en el espejo del botiquín, peinándose con cuidado, haciendo muecas para constatar la higiene dental.

Esos humanoides que desearíamos eliminar también funcionan como espejos que reflejan aspectos nuestros horrendos e impresentables.

¿Cuándo padecemos remordimientos, culpas y nos recriminamos? Cuando algún accidente desafortunado nos impide negar lo que veníamos negando: que somos débiles, vulnerables, enfermables, solo algunas veces curables, envejecibles, mezquinos, infieles, mentirosos, crueles, sádicos, intolerantes, evasores, transgresores.

¿Para qué sirve este artículo? Para poder amarnos sin tener que engañarnos, para querernos también sin maquillaje, desprolijos, desalineados.

Y si podemos amarnos sin trampas, podremos disfrutar de la vida sin sentirnos culpables, sin imaginar fantasmas persecutorios ni ponernos vengativos injustamente.

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La insubordinación ciudadana

La democratización de los medios de comunicación puede incapacitarnos para convivir y producir si nuestra psiquis carece de la madurez suficiente para administrar la nueva sensación de poder.

Nuestra especie estuvo siempre cambiando pero desde hace unos cinco años (escribo esto en 2011), el cambio es mayor y más acelerado.

Quizá hubo épocas con esta aceleración en los cambios psicológicos cuando la Revolución Industrial (a mediados del siglo 18), durante las dos grandes guerras mundiales (1914 y 1939) y cuando se inventaron los anticonceptivos (a mediados del siglo 20).

En otro artículo (1) les comentaba que si no fuera porque la cultura nos induce a tener una percepción desnaturalizada de la sexualidad, los niños podrían observar a los adultos haciéndose el amor como si los vieran trabajando, comiendo o dialogando. Sin embargo, en casi todos los países hispanos se considera que los niños pueden ver escenas de sexo explícito después de los 18 años.

Algo que nos está cambiando aceleradamente es un incremento en nuestra cuota de poder debido a la popularización de nuevas herramientas de comunicación de una eficacia extraordinaria.

Si bien un niño sano podría ver sexo explícito sin que eso lo afecte, no ocurre lo mismo si a un niño sano se le asigna más poder.

En algún momento he mencionado (2) que la libertad es muy perturbadora cuando aún no hemos desarrollado una personalidad que nos permita administrar la posibilidad de elegir, decidir, protestar y hacer valer nuestros derechos.

Cuando una psiquis apta para la subordinación propia de un ciudadano que respeta de buen grado la autoridad de un gobierno legítimo, siente que puede criticar impune e irrespetuosamente a sus líderes, pierde el control de sus actos, se torna anárquico e incapaz de trabajar en equipo, cooperar, seguir un plan, ser puntual, esperar su turno, diferir sus anhelos.

(1) La vergüenza sexual y comercial

(2) Las tiranías benefactoras

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La provocación constructiva de Benetton

Nos llevamos mal con nuestra sensibilidad pues nos debilita la sensación de que podemos controlar nuestras vidas. Benetton se beneficia ayudándonos.

Según cuenta la historia, un joven italiano pensó (en 1955) que la gente busca ropas coloridas. Creyó que una mayoría rechaza los grises.

Con el entusiasmo que caracteriza a tantos jóvenes emprendedores, Luciano Benetton se dedicó a crear prendas muy alegres.

En suma, tuvo la suerte de tener una buena idea, tuvo la suerte de contar con recursos suficientes (corporales, sociales, ecológicos) como para que la idea pudiera desarrollarse y tuvo la suerte de que encontró público interesado en comprar ropa con su estilo.

El psicoanálisis encuentra su mayor número de pacientes entre quienes no pueden convivir con los sentimientos alegres.

Gran cantidad de personas prefieren la tristeza por el aplastamiento que provoca en los impulsos deseantes provocadores de una temible pérdida del control de sus vidas.

La décima y última lámina del Test de Rorschach (manchas de tinta), es la que tiene más colores y la que provoca reacciones (respuestas) más desorganizadas.

A grandes rasgos, podemos ver que muchos pueblos de raza blanca son parcos, serios, severos, católicos y usan ropas de colores apagados mientras que los pueblos de raza negra son más ruidosos, proclives a cantar y a bailar, con dioses igualmente divertidos y usan ropas de colores vivos.

Benetton hace especial hincapié en la integración, la tolerancia étnica, porque felizmente puede conciliar sus intereses comerciales con algo que a nuestra especie beneficia (la igualdad entre los seres humanos).

Este año (2011) presentó su campaña publicitaria «dejar de odiar» (UnHate), consistente en el uso de foto-montajes que presentan besándose en la boca, al estilo soviético, a personalidades que notoriamente tienen intereses contrapuestos, que quizá se odien, tanto como odiamos la tolerancia, la alegría, la audacia publicitaria.

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La inocencia de quien roba a un ladrón

Existe una especie de «cadena de robos» (explotación, abuso), donde quienes vendemos «commodities» somos un «eslabón» más.

La palabra inglesa «commodity» también es usada por quienes hablamos español.

Se denomina así a la materia prima difícil de diferenciar pues son casi idénticos el petróleo venezolano y el de Arabia, el trigo argentino y el mexicano, o las bananas brasileras y las de Ecuador.

Esa dificultad para diferenciarlos hace que su precio sea casi el mismo en todos los mercados.

Yo supongo, basado exclusivamente en razones fonéticas, que el vocablo «commodity» significa «común» [common], es decir, «lo que no está diferenciado», lo que no es raro.

Pero también supongo otra cosa y es que «commodity» está vinculado lingüísticamente a «accommodation», es decir, «un lugar donde vivir».

Probablemente no sea casual (aleatorio, azaroso, fortuito) que en los países productores de alimentos y minerales (commodities), también padezcamos una mala distribución de la riqueza.

Si no es por mala suerte (casualidad) que los países productores de materias primas tengamos la peor justicia distributiva, entonces llegamos al lugar donde también ha llegado el sentido común: algo estamos haciendo mal los pueblos.

Naturalmente, quien piensa que existe el libre albedrío tratará de buscar culpables.

Quienes creemos en el determinismo podemos suponer que la misma naturaleza que ha puesto en nuestros territorios la generosidad de una tierra fértil y de un subsuelo rico, puso pueblos adaptados a una especie de «paraíso» («accommodation»), desmotivados para agregar mano de obra diferenciadora que le aumente el valor a sus productos exportables.

En suma: Si abandonamos las hipótesis de culpabilidad que sólo nos han traído gobiernos militares, persecuciones y dictadores, es natural que los vendedores de «commodities», que no hacemos más que «robar» lo que produce u oculta nuestro suelo, quedemos expuestos a que otros nos «roben» (exploten) sin que podamos evitarlo.

Artículo vinculado:

Ignorar para no sentirse culpable


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Riqueza y lesbianismo

Los varones ganan más dinero que las mujeres porque están menos frenados por la vocación homosexual inherente a la condición femenina.

Observemos algunos datos de la realidad en los que estaremos todos de acuerdo, para luego interpretarlos de forma inevitablemente discutible.

Es indiscutible

— que los varones tenemos órganos genitales externos, lo cual contrasta con nuestras compañeras de especie en las que son internos;

— que en la casi totalidad de los casos es la madre quien se encarga de alimentar y cuidar al recién nacido, continuando de esa forma lo que estuvo haciendo con el útero hasta el nacimiento;

— que existe una prohibición de cometer incesto.

Datos discutibles (pues el psicoanálisis solo es una teoría), son:

— la visibilidad de los órganos genitales masculinos instala en su portador el temor a que le sean cortados, dañados, robados. Esta es una de las tantas características que conforman el «complejo de castración»;

— que sea una mujer la que presta los primeros servicios post parto, muy probablemente conduce a que varones y niñas aprendamos a amar a una persona de sexo femenino;

— por esta razón las mujeres son propensas a la homosexualidad (1) y los varones propensos a la heterosexualidad;

— puesto que nuestra única misión es la de conservar la especie, ellas sienten contrariado el instinto maternal por la vocación homosexual;

— por su parte, los varones desearían copular con la madre (complejo de Edipo) pero se ven inhibidos por la prohibición del incesto y por sentirse expuestos a un castigo que amenaza la conservación de los genitales.

Estos hechos (indiscutibles o no), hacen que los varones estén más decididos a la reproducción (porque desean a una mujer), las mujeres sientan más dudas frenadas por la homosexualidad (que no es reproductiva) y que por eso hayan más varones ricos que mujeres ricas.

(1) Si yo fuera mujer

Sabemos mucho de gays y poco de lesbianas



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Los maridos proveen mal

Las mujeres ganan menos dinero que los hombres porque nuestro sistema de convivencia desconoce algunos hechos.

Muchas decisiones dependen del criterio de valoración que utilicemos. Es más: muchas veces no usamos ningún criterio sino que confiamos en la valoración publicitaria.

También necesitamos desvalorizar a los demás para calmar los sentimientos de vulnerabilidad que nos atacan cuando padecemos algún pico de realismo agudo (y que raramente deviene crónico).

Me interesa compartir con ustedes el hecho innegable de que en nuestro mercado laboral las mujeres ganan promedialmente menos dinero que los varones.

Este es un fenómeno antipático pero de estricta justicia pues, desde el punto de vista del empleador, aunque ambos sexos tenemos capacidades productivas similares, ellas tienen más compromisos vitales que los varones y por eso es normal que falten para alimentar a sus hijos, para cuidar a los familiares enfermos y hasta para recuperarse ellas mismas de la sobrecarga vital a la que están sometidas por imperio de las leyes naturales.

Es normal que cuando un sistema está mal diseñado y da malos resultados, surjan voces defensoras del sistema gritando el slogan «Los sistemas son perfectos pero los que siempre fallan son los humanos» (nótese que el eslogan excluye tendenciosamente a quienes lo pronuncian).

Propongo pensar que los humanos somos perfectos en el diseño y la construcción aunque intelectualmente deficitarios, al punto que no percibimos este déficit.

Nuestro sistema de convivencia no contempla:

1º) Que nuestra única misión es conservarnos como individuos y como especie;
2º) Que en esta única misión, la mujer es, por lejos, la más comprometida;
3º) Que es un despropósito que además tenga que trabajar para sustentarse;
4º) Que los varones no tenemos mucho interés en mantener económicamente una familia.

La injusticia distributiva de responsabilidades vitales entre hombres y mujeres, causa pobreza patológica.


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Hijos que enriquecen e hijos que empobrecen

La formación educativa nos desarrolla la función simbólica sin la cual el instinto reproductivo sólo puede satisfacerse teniendo muchos hijos.

Los seres humanos contamos con la función simbólica. Todos disponemos de ella aunque con diferente grado de desarrollo.

Esquemáticamente digo que esta función es la que permite representar un vaso de vidrio por la palabra «vaso».

Cuando nos comunicamos, podemos entendernos tan sólo pronunciando esa palabra y no necesitamos mostrarlo.

La función mental que genera y comprende símbolos está —como dije—, diferentemente desarrollada.

Los niños, los jóvenes y los adultos con escasa formación educativa poseen un capital verbal escaso. A veces los vemos apoyarse en la mímica para poder comunicar algunas ideas y tienen dificultades con la comunicación telefónica y escrita.

Estas dificultades en la comunicación son importantes pero no tanto como otras áreas de la vida cotidiana.

Los humanos estamos instintivamente obligados a conservar la especie y por lo tanto a desarrollar nuestra sexualidad con fines reproductivos.

En los hechos no siempre podemos tener todos los hijos que la naturaleza nos proveería sin usar barreras anticonceptivas. Por eso precisamos gestionar una planificación familiar.

Las personas con escaso desarrollo de la función simbólica suelen tener más hijos que los más intelectuales. En nuestras culturas es casi una constante que los que han estudiado poco son más pobres que los que han estudiado mucho. Esto explica por qué los pobres tienen más hijos que los ricos.

Simbolizar la reproducción equivale a tener una fábrica, cultivar la tierra, crear obras de arte.

Quienes tienen desarrollada la función simbólica pueden sustituir a los hijos reales por otras «creaciones» cuya consecuencia económica es diametralmente la opuesta.

En suma: Un buen desarrollo de la capacidad simbólica permite que el instinto reproductivo pueda expresarse en armonía con otras necesidades económicas de las familias.

Artículo vinculado:

La ceguera por convicción

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La vergüenza sexual y comercial

Las culturas que necesitan distorsionar la condición natural de la función sexual agregándole prohibiciones e interpretaciones morbosas (malsanas, patológicas, desagradables), indirectamente también distorsionan la aptitud natural para negociar, cobrar, transar, ganar dinero.

En otras ocasiones he comentado que la sexualidad es jerárquicamente una de las funciones más importantes(1) porque contribuye a una de las dos misiones que tenemos los seres vivos, esto es, conservar la especie (la otra función es conservarnos individualmente).

Los humanos estamos gobernados por dos fuertes impulsos. Uno es el instintivo, el que tenemos como animales y el otro es la cultura, el impulso que tenemos por pertenecer a la especie humana.

Desde otro punto de vista, porque somos los animales más vulnerables, la naturaleza nos compensó con el talento suficiente como para crear un equipamiento instintivo artificial que nos permite adaptarnos al medio igual y hasta mejor que otras especies menos vulnerables.

Este segundo equipo instintivo (la cultura, las normas de convivencia, las tradiciones, las religiones, las instituciones administrativas de la convivencia), suele apartarnos de los instintos básicos.

Me explico mejor: como dije al principio, la sexualidad es una de las funciones más importantes junto con la de conservarnos, pero la cultura (este equipo instintivo artificial que nos creamos para compensar la vulnerabilidad que padecemos), suele distorsionarla.

Desde muy pequeños podríamos presenciar los actos sexuales adultos, así como presenciamos cuando trabajan, comen, discuten, juegan, sin embargo la cultura necesita desnaturalizar el desempeño sexual hasta convertirlo en «prohibido para menores de 18 años».

La práctica sexual entre adultos también se denomina «comercio sexual», porque implica un intercambio.

En suma: como la cultura necesita distorsionar el «comercio sexual», indirectamente también distorsiona perjudicialmente nuestra aptitud natural para interactuar en otras relaciones interpersonales económicamente rentables, al punto que muchas personas sienten pudor (vergüenza, inhibición) al hablar de dinero, precio, honorarios.

(1) La represión de las coincidencias


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La exagerada ambición sexual

El deseo de tener sexo no se detiene en el acto sexual sino que en nuestra psiquis va más allá.

Vivir es crear, producir, conseguir, investigar, luchar, matar y casi cualquier otro verbo.

Esta cantidad de verbos ocurren porque estamos dinamizados por las necesidades y los deseos.

Tanto las necesidades como los deseos son manifestaciones de carencias, escaseces, ausencias.

La misión específica (derivado del vocablo «especie») de reproducirnos nos provoca una de esas «dinamizaciones», cuya manifestación subjetiva se caracteriza por la necesidad-deseosa de tener sexo: con alguien del sexo opuesto, del propio sexo, con uno mismo (masturbación), con animales de otras especies o hasta con aparatos mecánicos.

Como mencioné en otro artículo (1), la naturaleza juega con el azar a su favor.

¿Cómo hace la naturaleza para ganar? Simplemente hace tantas apuestas que siempre logra algún resultado favorable, tal como es la gestación de un ser humano cada miles de actos sexuales, de los cuales sabemos que muchos están condenados al fracaso (anticonceptivos, homosexualidad, animalismo).

Lo que pensamos y sentimos los humanos es irrelevante para esta abundancia de intentos que hace la naturaleza.

En ese impulso que nos motoriza para cumplir nuestra misión específica (fecundarnos), encontramos situaciones extrañas.

Observen esto: estamos motorizados por la necesidad y el deseo. Tanto deseamos fornicar con alguien del sexo opuesto, que en el afán de saciarnos completamente llegamos a desear poseer a ese portador del genital complementario.

Esta ambición tan alocada como la del avaro más patológico, puede:

— provocarnos deseos homosexuales para sentir que tenemos lo que la persona deseada tiene («él tiene pene igual que yo»);

— estimularnos placeres autoeróticos pues así también sentimos poseer el órgano deseado («la mano es tan mía como el genital que puedo excitar con ella»);

— imponernos la monogamia, acompañada de celos posesivos, obsesivos, tiránicos, fundamentalistas.

(1) Cambiaré, pero no sé cómo

Lotería con millones de bolillas y miles de premios

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