domingo, 4 de mayo de 2014

El corazón de la personalidad



 
Cursamos tres tipos de experiencias infantiles que justifican en gran medida que en la adultez caigamos en pérdidas de la autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor que nos dicen que inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es vivir y de lo que es procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.

Muchas personas creemos que la infancia es una etapa de nuestra vida en la que se diseñan y determinan muchas particularidades de lo que será nuestra personalidad.

De hecho, el psicoanálisis hace hincapié en las peripecias vividas en aquella época y cuando el paciente puede recordarlas y resignificarlas, (entenderlas con la mentalidad adulta), se producen cambios significativos en la psicología del individuo.

 Como siempre ocurre, lo importante pasa a ser lo que genera malestar y deja de ser interesante todo lo bueno que vivimos en aquella época.

Vale la pena recordar tres tipos de experiencias:

1) Nuestro tierno amor hacia nuestros padres, era sano, genuino, lo mejor de nosotros, pero cuando pretendimos casarnos con nuestra mamá o con nuestro papá, sentimos una reprobación dolorosa, injustificada, lacerante.

Casi nadie tuvo la suerte de que le explicaran por qué no era bueno fundar una familia con un familiar. La ignorancia de los padres sobre cuáles son los motivos de la prohibición del incesto los convirtió en necios, violentos, brutales y eso nos convenció de que nuestros sentimientos amorosos son peligrosos por naturaleza, porque sí, sin explicaciones. Para casi todos quedó la idea de que debemos desconfiar de nuestras mejores intenciones. Nuestra primera propuesta amorosa fue rechazada impiadosamente.

2) Toda nuestra sabiduría innata se encontró con que nuestros seres queridos no la validaron, nos mandaron a la escuela a reaprender lo que los adultos dominantes creían. Nuestra sabiduría fue desacreditada, despreciada, algunos hasta se burlaron de ella. En la escuela se nos dijo cuáles eran las creencias valiosas y, en los hechos, nos dijeron que nuestros conocimientos no sirven.

Con esta historia es lógico que algunos adultos tengan rechazo a estudiar, desconfianza de los maestros y de los profesores, fobia a los libros, terror a rendir examen. En este estado, los conocimientos son fuente de dolor, de vergüenza, de rechazo, de heridas a nuestro amor propio.

3) Los humanos somos egoístas, tenemos que serlo de tan pobres y vulnerables que somos. Al niño se lo educa, adiestra, disciplina para que no sea egoísta, para que preste sus juguetes aun a quienes él no ama.

Es probable que los adultos seamos tan mezquinos, aunque hipócritamente solidarios y caritativos, porque alguna vez fue violado nuestro instinto de conservación obligándonos a desprendernos de lo que más deseábamos conservar. Estas traumáticas experiencias nos hicieron hipócritas, mentirosos y avaros que disimulan su avaricia.

Estos tres tipos de experiencias infantiles justifican en gran medida que en la adultez caigamos en pérdidas de la autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor que nos dicen que inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es vivir y de lo que es procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.

 (Este es el Artículo Nº 2.207)

Es injusto igualar lo diferente



 
Probablemente todos viviríamos mejor si los varones tuviéramos méritos para ser los responsables de las mujeres y los hijos que tuviéramos con ellas. La igualación de nuestros roles nos confunde, nos angustia, nos hace perder calidad de vida.

Nuestra cultura cultiva la envidia, probablemente con el tortuoso afán de mejorar la convivencia a través de la igualación de los diferentes.

Cuando digo diferentes me refiero a los hombres y a las mujeres, a los ricos y a los pobres, a quienes viven en países muy desarrollados y a quienes viven en países muy subdesarrollados.

La envidia es un sentimiento destructivo por su agresividad. El envidioso quiere disfrutar lo que imagina que el otro disfruta y si no puede lograrlo por la buenas, es decir, tratando de superarse, elegirá la vía rápida, esto es, destruir a quien le provoca envidia, ya sea dificultando su aparente bienestar o, directamente, matándolo.

Este sentimiento está en nuestra psiquis, funciona y seguramente es necesario. Por algo, en tantos milenios de evolución como especie, aun continúa funcionando y, como digo al principio, ahora con el apoyo de muchas personas que consideran beneficioso predisponer anímicamente a quienes están mal contra quienes aparentan estar mejor.

Para que las mujeres pudieran vivir mejor es probable que tendrían que pertenecer casi patrimonialmente a un varón de gran coraje, poderoso, autoritario, capaz de generar los recursos económicos suficientes para mantener una gran familia.

En ese contexto, la mujer se sentiría segura, ejerciendo un rol de hembra capaz de gestar y de ayudar a los hijos del gran hombre.

Sin embargo, esto es imposible porque ya no existen hombres con esas cualidades. Los varones actuales, (es decir, los menores de 100 años), no tenemos tanto coraje, fortaleza, heroísmo, ambición, don de mando. Podría agregar que ellas son tan feministas porque los varones nos hemos afeminado. En otras palabras, la igualdad se produce por un doble acercamiento: ellas son más independientes y viriles y los varones somos más dependientes y femeninos.

Este acercamiento es molesto porque perdemos identidad, dudamos sobre quiénes somos en realidad. Perdemos percepción de sexo porque perdemos rasgos claramente diferenciadores. Cada vez es más difícil saber si somos hombres o mujeres, nuestras respectivas sensibilidades se confunden.

Por estos elementos creo que podríamos vivir mejor si pudiéramos realzar las diferencias que aporten nitidez a nuestros perfiles y si perdiéramos las semejanzas que borronean nuestras figuras.

(Este es el Artículo Nº 2.197)

La ambición es un deseo ardiente



 
En la imagen del Sagrado Corazón de Jesús vemos un corazón en llamas que representa a la ambición (deseo ardiente). Quizá algunos cristianos, que rechazan la ambición en sus vidas, suponen que así debe ser porque la ambición es monopolio de Jesús.

 En el acierto o en el error, sigo creyendo que el cristianismo, con sus creencias, sus religiones, su dogma, es un verdadero aliciente para que los pobres sigan siendo pobres y acepten, sin avergonzarse, las dádivas que reciben de los gobernantes asistencialistas (generalmente populistas y casi siempre de izquierda), porque en algún lugar del Nuevo Testamento (Mateo, 6:26-34 – Sermón de la Montaña), Jesús habría dicho que no tiene sentido trabajar para ganarse la vida sino que, observando lo que hace Dios con los pájaros y con los lirios del campo, con cuánta más razón atenderá las necesidades de alimentación y de vestimenta de los humanos que se dediquen a adorarlo y predicar su palabra.

En suma: los cristianos tienen la obligación moral de no trabajar, por dos grandes motivos:

1) Porque Jesús dijo que no es necesario trabajar; y
2) Porque quienes trabajan seguramente desatenderán lo más importante, esto es, adorar a Dios y predicar su palabra. (No quiero ni imaginar cómo sería el planeta con solo curas y monjas. De hecho se habría extinguido la especie porque ellos no quieren tener hijos).

En el video asociado a este artículo les comento algo referido a la ambición, en tanto esta puede definirse como deseo ardiente.

Efectivamente, en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús puede verse, instalado en el cuerpo del líder, un corazón en llamas, rodeado de espinas.

Además de que esta imagen es sádica y que solo puede ser valorada por gente masoquista, agrego que también existe, entre los cristianos, una segunda intención disimulada.

Según creo, esta imagen que tan claramente simboliza a la ambición, podría indicarnos que los cristianos son personas que tratan de quitarse de encima la molesta carga de la ambición, porque esta nos obliga a trabajar, estudiar, ser disciplinados, austeros, ahorrativos.

A partir de estas premisas, este artículo y video intentan compartir la idea de que entre los cristianos, la ambición (el afán de progreso, intelectual y material) está delegado en esa figura sado-masoquista (la figura del Sagrado Corazón). Los creyentes en este mito tienen resuelta la molestia que padecemos los ambiciosos que no podemos delegar en otro esa vocación y los esfuerzos que nos impone (trabajar, estudiar, ahorrar).

(Este es el Artículo Nº 2.172)

Somos un matriarcado



 
Mientras sean las mujeres las que realizan la tarea más importante de conservar la especie (matriarcado), tendremos gran cantidad de pobres, porque el embarazo y cuidado de los hijos consumen tanto tiempo y energía que no pueden además ganar dinero abundante.

Los conceptos de matriarcado y de patriarcado pertenecen al campo de la erudición, de las personas que trabajan conceptos escasamente populares, por lo complejos y también, por qué no decirlo, por su escasa vinculación con los temas prácticos de todos los días.

No es razonable decir que la erudición, (conocimiento profundo y extenso sobre ciencias, artes y otras materias), es inútil. Lo que sí ocurre es que arroja resultados a mediano y largo plazo. En los hechos, somos gobernados por los eruditos, aunque en el día a día estos parezcan personas interesadas en asuntos superfluos.

Lo que digo en el video, y amplío en este artículo, es que toda nuestra cultura occidental parece gobernada por los varones, aunque en realidad son las mujeres quienes hacen la mayor parte de la única misión que tenemos los humanos: conservar la especie.

Como he mencionado en muchos artículos, son ellas las que, estimuladas por la ovulación, por el interés de ser fecundadas, las que eligen a un padre para sus hijos, lo seducen y, coito mediante, le extraen el semen necesario.

Todo este proceso puede o no estar acompañado de los rituales sociales previstos para el caso: noviazgo, casamiento civil, casamiento religioso, fundación de una familia. Cuando la inseminación no incluye los rituales, ellas logran ser fecundadas en un encuentro ocasional, sin establecer ningún vínculo duradero con el padre de sus hijos.

Por cómo llegan a producirse los embarazos, (por decisión y acción femeninas), es que digo que vivimos en un matriarcado.

Estaríamos en un patriarcado si fuéramos los varones quienes realmente tomáramos la iniciativa y nos hiciéramos totalmente responsables de proveer lo necesario para el sustento de nuestra esposa e hijos.

Detrás de estas consideraciones, la conclusión es la siguiente: Mientras sean las mujeres las que realizan la tarea más importante de conservar la especie (matriarcado), tendremos gran cantidad de pobres, porque el embarazo y cuidado de los hijos consumen tanto tiempo y energía que no pueden además ganar dinero abundante.

Para que la pobreza no sea tan amplia y profunda como ahora, necesitaríamos que fueran los hombres quienes sintieran pasión por conservar la especie, para lo cual solo tendrían que destinar energía para fecundar. En esta hipotética situación ellos podrían dedicar todo el resto de su tiempo y de su energía a generar riqueza, para la familia y para la nación.

En suma: porque vivimos en un matriarcado, tenemos menos riqueza y más pobreza.

(Este es el Artículo Nº 2.174)