martes, 3 de julio de 2012

La subversión de los sexos



Que las mujeres sean las más importantes en la conservación de la especie pero las menos poderosas, es contradictorio, problemático.

Por varios motivos creo que los humanos somos al revés de lo que pensamos o, lo que es igual, nuestro pensamiento nos entiende al revés, como si nos miráramos en un espejo donde la izquierda se nos muestra del lado derecho.

Ya he mencionado que la prohibición del incesto, si bien es una norma que afecta directamente nuestra función sexual, inhibiéndola, lo que en realidad logra es estimularla (1). En otras palabras, si no existiera esta prohibición, la conservación de la especie se vería en serios problemas porque sería muy escaso el deseo sexual de los humanos.

Otro sinsentido es que las mujeres, si bien poseen la función más importante para la conservación de la especie (2), están culturalmente relegadas a un segundo plano, siendo los varones quienes hacemos y deshacemos en la administración de nuestros bienes y normas de convivencia.

Si esto lo tuviera que juzgar alguien de otro planeta, no podría entenderlo: nos organizamos en base a un patriarcado cuando los fenómenos más importantes de la conservación de la especie están a cargo del sexo femenino: ¡Insólito!

Estas dos ideas están puestas una a continuación de la otra porque tienen una relación significativa. Podemos pensar que así como una prohibición de la sexualidad (prohibición del incesto) es estimulante, relegar a un segundo plano al sexo más importante también puede aportarnos (por ese extraño espíritu de contradicción que tenemos los humanos) la mejor forma de convivencia.

Claro que, así como una mala resolución del Edipo es la principal causa de nuestra angustia existencial, esta jerarquización subversiva (puesta al revés) de nuestros sexos también es la causa principal de tantas relaciones de pareja difíciles, angustiantes, perturbadas y perturbadoras, demasiadas veces ¡imposibles!

Nota: La imagen corresponde a Pratibha Devisingh Patil, primera presidenta de India.
         
(Este es el Artículo Nº 1.619)

Cómo somos y sus consecuencias



Si pudiéramos aceptar que solo disfrutamos de ver cómo otros trabajan, disminuiríamos las consecuencias negativas de nuestra baja productividad.

Es importante, aunque no sé si también es útil, saber cómo somos en realidad para poder sacarnos de la cabeza esa otra imagen tóxica de «cómo deberíamos ser».

Sólo un conocimiento confirmado de cómo somos puede desalojar esa imagen falsa de que somos trabajadores, activos, resistentes, sacrificados.

Lo diré sólo para recordarlo y comprobar si usted está o no de acuerdo conmigo.

A los humanos (en términos generales, desconociendo a las excepciones), no nos gusta trabajar, ni física ni mentalmente. Lo que sí nos gusta en este tema es ver cómo otros trabajan:

Es entretenido ver obreros manejando enormes grúas en el puerto, haciendo pozos en la calle, reparando una máquina, cocinando.

También es agradable sentarnos en una confortable butaca y que los artistas desplieguen sus talentos musicales, coreográficos, dramáticos, acrobáticos, para deleitarnos.

Es bello sentarnos a la mesa de una restorán, comenzar a leer la carta e imaginarnos qué son esos platos de nombres extraños, o esos postres exóticos o esos vinos nunca degustados.

Nada mejor que una reunión con amigos para comer alimentos prohibidos y beber líquidos vedados, con el pretexto de mirar un partido de algún deporte favorito.

Tenemos que saber, asumir, aceptar con resignación que lo único que preferimos de nuestro trabajo es cobrar algún dinero para gastarlo en lo más urgente y placentero.

No es cierto que la gente vocacionalmente trabajadora, austera, previsora, ahorrativa, sean mayoría. Ese grupito son unos pocos y me animaría a jurar que no están nada contentos con ese rol que alguien les impuso, porque es imposible que ellos lo hayan elegido.

En suma: deponiendo actitudes perfeccionistas y aceptando humildemente cómo es nuestra especie, quizá podamos encarar una modesta disminución del daño.

(Este es el Artículo Nº 1.599)

Inteligencia y astucia



La honestidad de las personas depende de su vocabulario y de cómo su cerebro procese los datos de la realidad.

Nuestro cerebro combina ideas para entender la realidad y adecuarse a ella. Un buen entendimiento es la condición necesaria para que la conducta sea la más conveniente.

El cerebro funciona para que, en términos prácticos, podamos conseguir lo que necesitamos para sobrevivir (y conservar la especie) con una calidad de vida que nos resulte aceptable.

Este órgano puede manejar una parte de la información existente, no toda. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que sólo recibimos datos por cinco sensores especializados: ojos, oídos, olfato, gusto y tacto. El resto de la información que pueda existir, la perdemos, no la detectamos, no sabríamos qué hacer con ella.

Tengamos en cuenta también que el cerebro procesa la información recibida si está codificada en forma de palabras. Procesamos lo que describimos lingüísticamente y por este motivo, lo procesamos según los criterios gramaticales que organizan nuestra lengua.

El motivo de este artículo es compartir con usted una posible explicación de cómo influye el lenguaje en nuestra conducta.

Los insumos que elaborará el cerebro son palabras que describen los datos provenientes de los cinco sentidos.

Según qué palabras (insumos) utilicemos, podemos obtener resultados diferentes.

La palabra inteligencia significa «capacidad de entender, comprender, resolver problemas, interpretar, habilidad, destreza, experiencia».

La palabra astucia significa «agudeza, habilidad para engañar y evitar ser engañado, aptitud para lograr artificiosamente cualquier fin».

Si bien son dos formas de procesar los datos que recibimos de la realidad, una y otra palabra pertenecen a filosofías de vida distintas, la configuración de mundo que tienen los usuarios habituales de una y otra palabra es diferente y, por lo tanto los resultados serán muy distintos.

Hasta la honestidad de una y otra persona son muy distintas.

El dolor femenino obligatorio



Probablemente las mujeres víctimas de la violencia doméstica, inconscientemente sienten que están cumpliendo una sentencia bíblica («parirás con dolor»).

Asumo que, a ciencia cierta, no sé nada. Tengo muchas ideas, hipótesis, suposiciones y, sobre todo, estoy lleno de preguntas sin contestar.

Por lo tanto, los miles de artículos que figuran en la web con mi firma son puras opiniones, conjeturas, sugerencias, que no informan directamente alguna verdad pero que si caen en cerebros fértiles pueden gestar alguna idea valiosa.

Este artículo será otro más con esas características.

A partir de uno de esos pensamientos breves que publico en otro blog (1), cuyo texto expresa:

«Las mujeres parirán con molestias; las mujeres bíblicamente sugestionables, parirán con dolor».

...se me ocurre proponerles pensar sobre cuán determinadas están las mujeres a considerar que sus padecimientos corporales son un mandato bíblico.

Teniendo en cuenta

— que la sentencia bíblica dice «la mujer parirá con dolor»;

— que nuestra función más importante como seres vivos es reproducirnos (2); y

— que es la mujer la que realiza el mayor esfuerzo físico para conservar nuestra especie (3),

podemos suponer que la mujer tiene una relación con sus dolores muy especial, en tanto cree que cuando sufre es porque está cumpliendo la tarea más importante de cualquier ser vivo.

La misma cultura que la predispone a sentirse conforme con su destino sufriente es la que, por otro lado, invierte grandes recursos para evitar, aliviar y curar cualquier tipo de sufrimiento (no solo el dolor humano sino también el de los animales que nos rodean).

Es con estas premisas que me pregunto si la violencia doméstica no merecerá otra lectura más ilógica de la que hacemos.

Si muchas de las mujeres golpeadas no quieren abandonar a quien las golpea, podemos suponer que prefieren sufrir el dolor que bíblicamente les fuera asignado.

     
(Este es el Artículo Nº 1.615)

El escaso entusiasmo productivo



El deseo reproductivo provocado por la naturaleza es infinitamente más efectivo que el deseo productivo provocado por el dinero (salario).

Les he comentado en otros artículos que, seguramente, las hembras humanas no se enamoran de cualquier varón, ni del más hermoso, ni del más acaudalado, sino de aquel que posee la dotación genética más conveniente para que, al «asociarse» con la de ella, gesten hijos viables, sanos, fuertes.

Alguien se preguntará: ¿cómo se entera ella de la dotación genética de él?, y mi respuesta es: como se entera de tantas otras cosas intuitivamente.

Ellas no buscan un varón que las fecunde, ellas lo encuentran, porque es la naturaleza la que genera las condiciones predisponentes para que aleatoriamente la conservación de la especie continúe ocurriendo.

Por lo tanto, en lo único importante que tenemos para hacer los seres vivos (conservarnos como individuos y como especie) (1), existe un fenómeno natural causante de que ella se sienta poderosamente atraída por un determinado varón, a partir de lo cual él se sentirá convocado por ella y el instinto les prohibirá frustrar el deseo de tener sexo.

Ese impulso de ella y ese impulso de él generado por ella, forjan lo que llamamos deseo. La atracción física que sienten es deseo y las posibilidades de eludirlo son bajísimas para ambos.

No son inventos de los poetas atribuirle a estos fenómenos biológicos (la atracción, el deseo, la copulación) un carácter prodigioso, sobrenatural, mágico. La incapacidad mental que nos impide entender el fenómeno, nos compele a inventarle causas irracionales, ilógicas, misteriosas.

Si comparamos la calidad del deseo reproductivo provocado por la naturaleza, con la generación de deseo que pretende ejercer sobre los trabajadores quien paga (estimula) con dinero para generar un deseo productivo, entenderemos por qué es tan difícil que un trabajador produzca con entusiasmo re-productivo.

 
Otras menciones del concepto «las mujeres eligen a los varones»: