La envidia tiene semejanzas con la homosexualidad en tanto
ambas condiciones avergüenzan a quienes las poseen y causan variados problemas
sociales.
A un armario empotrado le llamamos clóset o
placar. Es bastante conocida la expresión «salir del clóset» para definir la acción
por la que una persona homosexual decide publicar su opción.
Supongo que
esta forma de decirlo deriva de que la persona con esa particularidad sabe que
la sociedad acepta de buen grado a los heterosexuales que algún día se casarán
con alguien del sexo opuesto y gestarán hijos para alegría de la especie, de
los propios cónyuges y de los abuelos.
Asimismo
siente que la homosexualidad es rechazada por una mayoría y solo aceptada por
los demás homosexuales o por quienes gustan mostrarse como liberales.
Los
homosexuales que no ocultan su preferencia, ya saben que lo menos malo es
asumir la propia condición, aceptarse, tratar de organizar la vida con esa
realidad y, sobre todo, hacer el menor escándalo posible en un vano intento de
disimular las mortificantes dudas, inseguridades y angustia que acompañan esta
decisión crucial (compartir la información, aceptarse, «salir del clóset»).
Esta
introducción sirve para comentarles que algo similar deberíamos hacer con la
envidia (1).
La furia
contenida y mal disimulada que sentimos contra quien parece tan feliz con su
familia, con su cuerpo, con su trabajo, es moralmente comparable a la opción
sexual que anula la posibilidad de procrear.
Por otra
parte, las dificultades que tienen los homosexuales para publicar su forma de
desear, parece menor a la que tienen los envidiosos que en muchos casos ni
siquiera se dan cuenta que lo son.
No se
acostumbra decirle al «envidiado» cuanto lo envidiamos. El malestar que produce
su bienestar sólo alienta la muda esperanza de que le vaya mal, con o sin
nuestra ayuda.
(Este es el
Artículo Nº 1.594)
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