martes, 3 de julio de 2012

La envidia y la homosexualidad



La envidia tiene semejanzas con la homosexualidad en tanto ambas condiciones avergüenzan a quienes las poseen y causan variados problemas sociales.

A un armario empotrado le llamamos clóset o placar. Es bastante conocida la expresión «salir del clóset» para definir la acción por la que una persona homosexual decide publicar su opción.

Supongo que esta forma de decirlo deriva de que la persona con esa particularidad sabe que la sociedad acepta de buen grado a los heterosexuales que algún día se casarán con alguien del sexo opuesto y gestarán hijos para alegría de la especie, de los propios cónyuges y de los abuelos.

Asimismo siente que la homosexualidad es rechazada por una mayoría y solo aceptada por los demás homosexuales o por quienes gustan mostrarse como liberales.

Los homosexuales que no ocultan su preferencia, ya saben que lo menos malo es asumir la propia condición, aceptarse, tratar de organizar la vida con esa realidad y, sobre todo, hacer el menor escándalo posible en un vano intento de disimular las mortificantes dudas, inseguridades y angustia que acompañan esta decisión crucial (compartir la información, aceptarse, «salir del clóset»).

Esta introducción sirve para comentarles que algo similar deberíamos hacer con la envidia (1).

La furia contenida y mal disimulada que sentimos contra quien parece tan feliz con su familia, con su cuerpo, con su trabajo, es moralmente comparable a la opción sexual que anula la posibilidad de procrear.

Por otra parte, las dificultades que tienen los homosexuales para publicar su forma de desear, parece menor a la que tienen los envidiosos que en muchos casos ni siquiera se dan cuenta que lo son.

No se acostumbra decirle al «envidiado» cuanto lo envidiamos. El malestar que produce su bienestar sólo alienta la muda esperanza de que le vaya mal, con o sin nuestra ayuda.

 
(Este es el Artículo Nº 1.594)

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