Si pudiéramos aceptar que solo disfrutamos de ver cómo otros
trabajan, disminuiríamos las consecuencias negativas de nuestra baja
productividad.
Es importante, aunque no sé si también es
útil, saber cómo somos en realidad para poder sacarnos de la cabeza esa otra
imagen tóxica de «cómo
deberíamos ser».
Sólo un conocimiento confirmado de cómo somos
puede desalojar esa imagen falsa de que somos trabajadores, activos,
resistentes, sacrificados.
Lo diré sólo para recordarlo y comprobar si
usted está o no de acuerdo conmigo.
A los humanos (en términos generales,
desconociendo a las excepciones), no nos gusta trabajar, ni física ni
mentalmente. Lo que sí nos gusta en este tema es ver cómo otros trabajan:
Es entretenido ver obreros manejando enormes
grúas en el puerto, haciendo pozos en la calle, reparando una máquina,
cocinando.
También es agradable sentarnos en una
confortable butaca y que los artistas desplieguen sus talentos musicales,
coreográficos, dramáticos, acrobáticos, para deleitarnos.
Es bello sentarnos a la mesa de una restorán,
comenzar a leer la carta e imaginarnos qué son esos platos de nombres extraños,
o esos postres exóticos o esos vinos nunca degustados.
Nada mejor que una reunión con amigos para
comer alimentos prohibidos y beber líquidos vedados, con el pretexto de mirar
un partido de algún deporte favorito.
Tenemos que saber, asumir, aceptar con
resignación que lo único que preferimos de nuestro trabajo es cobrar algún
dinero para gastarlo en lo más urgente y placentero.
No es cierto que la gente vocacionalmente
trabajadora, austera, previsora, ahorrativa, sean mayoría. Ese grupito son unos
pocos y me animaría a jurar que no están nada contentos con ese rol que alguien
les impuso, porque es imposible que ellos lo hayan elegido.
En suma: deponiendo actitudes perfeccionistas y aceptando humildemente cómo es
nuestra especie, quizá podamos encarar una modesta disminución del daño.
(Este es el
Artículo Nº 1.599)
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario