Es probable que los seres humanos nos adaptemos mejor a la
escasez (pobreza) que a la abundancia (riqueza).
La sabiduría popular no tiene inconveniente en
contradecirse. Tanto nos dice:
«Lo que
abunda, no daña», como
«Lo bueno,
si es breve, dos veces bueno».
Quizá sea
este desparpajo de contradecirse sin sentir vergüenza lo que le ha
merecido la denominación de «sabiduría».
Dependiendo
de a qué nos estamos refiriendo, la abundancia puede ser beneficiosa o
perjudicial.
La
abundancia de comida es diferente a la abundancia de lluvias. Cuando abunda la
comida quizá tengamos que comer lo mismo muchos días o, peor aún, tengamos que
tirarla porque deja de ser comestible. Cuando abundan las lluvias, saldremos de
una eventual sequía pero de continuar, seremos perjudicados por las
inundaciones.
Un
chiste que nos provoque risa, dejará de hacerlo si se hace demasiado largo; un
bello viaje tiene que terminar algún día para que no se convierta en destierro;
el sueño reparador se torna insoportable cuando tenemos que permanecer
postrados por mucho tiempo.
Más
allá de estas reflexiones sueltas, referidas a la abundancia y a la brevedad,
es posible pensar que cada uno de nosotros tiene una personal forma de evaluar
las cantidades.
Algunos
tuvieron mejores experiencias con la abundancia o sufrieron imborrables
malestares por culpa de alguna carencia. Otros padecieron circunstancias donde
predominó la desmesura o fueron muy felices con la vida frugal.
Quizá
todos conocemos algún punto de equilibrio con el que nos sentimos bien, pero
ocurre que los equilibrios son tan inestables, fugaces y breves, que la mayor
parte del tiempo lo pasamos en situación de carencia o abundancia.
Me
animaría a decir que el ser humano está mejor preparado para resistir ciertas
carencias que para adaptarse a la abundancia duradera.
Quizá
la abundancia sea más inhóspita para nuestra especie.
(Este es el
Artículo Nº 1.584)
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