martes, 3 de julio de 2012

Preferimos la escasez a la abundancia



Es probable que los seres humanos nos adaptemos mejor a la escasez (pobreza) que a la abundancia (riqueza).

La sabiduría popular no tiene inconveniente en contradecirse. Tanto nos dice:

«Lo que abunda, no daña», como
«Lo bueno, si es breve, dos veces bueno».

Quizá sea este desparpajo de contradecirse sin sentir vergüenza lo que le ha merecido la denominación de «sabiduría».

Dependiendo de a qué nos estamos refiriendo, la abundancia puede ser beneficiosa o perjudicial.

La abundancia de comida es diferente a la abundancia de lluvias. Cuando abunda la comida quizá tengamos que comer lo mismo muchos días o, peor aún, tengamos que tirarla porque deja de ser comestible. Cuando abundan las lluvias, saldremos de una eventual sequía pero de continuar, seremos perjudicados por las inundaciones.

Un chiste que nos provoque risa, dejará de hacerlo si se hace demasiado largo; un bello viaje tiene que terminar algún día para que no se convierta en destierro; el sueño reparador se torna insoportable cuando tenemos que permanecer postrados por mucho tiempo.

Más allá de estas reflexiones sueltas, referidas a la abundancia y a la brevedad, es posible pensar que cada uno de nosotros tiene una personal forma de evaluar las cantidades.

Algunos tuvieron mejores experiencias con la abundancia o sufrieron imborrables malestares por culpa de alguna carencia. Otros padecieron circunstancias donde predominó la desmesura o fueron muy felices con la vida frugal.

Quizá todos conocemos algún punto de equilibrio con el que nos sentimos bien, pero ocurre que los equilibrios son tan inestables, fugaces y breves, que la mayor parte del tiempo lo pasamos en situación de carencia o abundancia.

Me animaría a decir que el ser humano está mejor preparado para resistir ciertas carencias que para adaptarse a la abundancia duradera.

Quizá la abundancia sea más inhóspita para nuestra especie.

(Este es el Artículo Nº 1.584)

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