La riqueza (ausencia de pobreza) se logra por la energía productiva que genera el deseo re-productivo
de las mujeres.
Amo a las mujeres de forma bastante
indiscriminada, porque tienen el cuerpo que les tocó en suerte, con el cual
permiten cumplir el 90% de la única misión (1) que tenemos los seres vivos:
conservar la especie.
¿Qué es este amor? Sencillamente es «necesidad»; las amo porque las
necesito, como hace todo el mundo con sus objetos de amor.
Aunque me
consta que suelen atribuírseles varios motivos más románticos, el amor no es
otra cosa que el sentimiento que nos inspira aquello o aquel que nos sirve, nos
resulta útil, nos favorece.
Sólo para
completar el concepto: todos quienes no nos sirven, no nos resultan útiles y no
nos favorecen, están ubicados en la parte menos iluminada de nuestra
afectividad.
Si usted
cree que es capaz de amar sin esta actitud utilitaria, mezquina y materialista,
quizá no encuentre atractivo en lo que le falta leer de este artículo.
¿Qué es lo
que mantiene al ser humano fuera de la pobreza? El deseo. La escasez de deseo
es un boleto de «ida sin retorno» a la pobreza.
Describiré un modelo teórico de cómo se genera
ese deseo salvador de la pobreza y que explica por qué amo al sexo femenino.
Los varones tenemos poco para hacer excepto
fecundar a la mujer cada tanto y luego producir para alimentarla.
Como no es fácil producir para alimentarla
(alimentarnos, debí decir), tenemos para entretenernos sin caer en el
aburrimiento.
La mujer es la usina generadora de deseo para
toda la familia y la sociedad.
Si ella desea re-producirse, tiene deseo sexual,
provoca la erección del varón, entonces este es capaz de arar, sembrar, regar y
cosechar riquezas incalculables en el mismísimo Desierto del Sahara.
(Este es el
Artículo Nº 1.592)
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