martes, 31 de agosto de 2010

Unos contra otros a favor de todos

En otro artículo (1) comparaba el funcionamiento de una sociedad organizada con un organismo humano, haciendo especial hincapié en los recursos que cada ciudadano-célula necesitan para desempeñar el rol social o biológico (respectivamente) que tienen asignado.

Eso me lleva a pensar que la cantidad de riqueza está mal distribuida tanto en la sociedad como en la biología.

Y ahora digo que el error está en el adjetivo «mal».

Si en nuestra filosofía consideramos que algo está mal, seguramente estaremos pensando que eso se opone a nuestra existencia como individuos o como especie.

En otras palabras, dado que para los seres vivos no existe otra misión que la de conservarse individual y colectivamente, entonces está mal (merece ese adjetivo) todo lo que de una u otra manera pueda constituir un obstáculo para el mejor desempeño de esa única misión.

Es posible agregar otro ingrediente a esta reflexión que comparto con usted.

Ese fenómeno vida depende de los estímulos agradables y desagradables que nos impone y ofrece la naturaleza.

Tanto el dolor como el placer (2), nos ponen en movimiento para realizar tareas que, si no las hiciéramos, dejaríamos de vivir (comer, evacuar, descansar, reproducirnos).

Estas ideas, tomadas como premisas válidas, nos permiten suponer que para que ocurra lo único que realmente importa (vivir),

1º) todos necesitamos recursos materiales (alimentos, abrigo, dinero);

2º) dados nuestros roles biológicos, sociales, naturales, algunos necesitan (consiguen y tienen) más recursos que otros (riqueza);

3º) estas diferencias de patrimonio entre unos y otros, causa indignación en muchas personas;

4º) la indignación proviene de interpretar como mala esa despareja distribución de los bienes terrenales;

5º) esa indignación genera malestares personales y colectivos;

6º) el malestar es necesario para que el fenómeno vida no se detenga;

Conclusión: la lucha entre pobres y ricos, felizmente molesta y es natural.

(1) El injusto proveedor sanguíneo

(2) Ver Blog Vivir duele

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lunes, 9 de agosto de 2010

Mi primer oficio

Unos de mis primeros trabajos cuando vine a la capital para estudiar, me lo dieron para hacerme un favor.

En un enorme galpón, muy frío porque era invierno, tenía que doblar unos alambres con una máquina.

El trabajo debía hacerlo de noche, cuando los demás obreros se habían ido.

La iluminación era escasísima porque ahorraban energía eléctrica y sólo contemplaba la mínima visibilidad que requería el vigilante en sus esporádicas rondas.

Sentía lástima de mí, pero soñaba con todo lo que lograría cuando terminara los estudios y consiguiera una ocupación más rentable.

La emoción más fuerte la tuve el día de mi cumpleaños, porque el escenario (frío, penumbra, soledad), era exactamente lo opuesto al que tenía cuando vivía con mis padres.

Esa noche, los anhelos, promesas y hasta utopías, cobraron un vigor enorme.

Cuando tomé confianza en la tarea y con el vigilante, me animé a interrumpir la tarea para recorrer el resto de la planta.

Alguien me dijo ¡hola! con mucha simpatía.

Era una joven casi de mi edad, encargada de la limpieza de las oficinas y cuya jornada laboral comenzaba poco antes de mi salida.

Nos gustamos inmediatamente y ya el primer fin de semana fuimos a un parque de diversiones, a tomar y comer algo y sobre todo, a descargar las respectivas curiosidades.

Me contó que le gustaba limpiar porque todos los días se sentía muy útil, sentía que las oficinas tenían un antes y un después de ella, también encontraba cosas que la gente le agradecía con cartitas amorosas.

Estaba contenta con su protagonismo y su poder transformador.

— Mi padre también vive muy feliz —me contó—, aunque está viejito y achacoso. De madrugada reza para que salga el sol y el resto del día, dice que descansa.

Fue una suerte comenzar como doblador de alambres.

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