jueves, 9 de junio de 2011

La trompa del elefante es un pene que da suerte

El dinero es asociado inconscientemente con la sexualidad especialmente masculina en cuanto a la relación billetes-espermatozoides. La superstición sobre el elefante de la fortuna corrobora esta fantasía.

El elefante es un animal que nos conmueve con mucha fuerza.

Es extraño, fuerte, enorme, pacífico. Se lo asocia con la suerte, con valores positivos: resistencia, longevidad, gran memoria.

En la India es utilizado para infinidad de propósitos, desde el duro trabajo hasta su endiosamiento encabezando ritos para los que son profusamente adornados con polvo de oro, plata, diamantes.

También es el medio de transporte de los grandes personajes humanos.

Los psicoanalistas estamos predispuestos a considerar que lo más importante para el ser humano es conservar su vida y la de la especie.

Por este motivo, por esta premisa fundacional de nuestras creencias-hipótesis, no podemos evitar la suposición de que el asombro y fascinación que nos produce este animal tiene mucho que ver con su trompa (probóscide) que nos recuerda un pene.

En otro artículo (1) he mencionado que el dinero puede ser comparado con el semen y observen que existe una superstición en gran parte de la humanidad según la cual trae buena fortuna en lo económico tener un pequeño elefante de cerámica (o cualquier otro material), con la trompa hacia arriba (¿erecta?), con un billete arrollado dentro de ella y apuntando hacia el centro de la casa.

La psiquis de quienes así proceden, sienten que colaboran responsablemente con el bienestar propio y el de la familia, si son trabajadores, cumplidores, eficientes, ahorrativos y poseen un elefante de la fortuna, con su billete arrollado en la trompa, el que preferentemente deberían renovar todos los días 29 de cada mes.

En suma: Podría ser este otro ejemplo que confirma la asociación inconsciente del dinero con lo sexual, con lo productivo y con lo reproductivo.

(1) Los espermatozoides monetarios

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Los varones desechables

Mujeres y suegras procuran inconscientemente traer niños a su familia, utilizando a un varón que ni se imagina cómo lo usaron.

Aunque la mujer padece una sobrecarga por tener que gestar y luego alimentar con su cuerpo a los nuevos ejemplares de la especie, algún beneficio suficiente recibe a cambio porque, entre quejas y lamentaciones, siguen embarazándose. (1)

Los varones por nuestra parte, si bien parecemos más aliviados, igualmente tenemos actitudes que denuncian un deseo creativo muy fuerte.

Que históricamente (los varones) nos hayamos encargado de grandes obras, empeños muy esforzados y de pelear hasta morir, son hechos que pueden interpretarse como el afán de ser útiles, creativos, gestores de contribuciones tan importantes como las que hacen las mujeres con su útero y sus senos ... (2) pero perdemos el tiempo: jamás las alcanzaremos en grandeza porque nada es más valioso que otro ser humano.

Por ahora la tecnología no ha resuelto definitivamente que las mujeres puedan prescindir de los varones.

Llegará un día que, así como un test de embarazo (imagen) puede hacerse en la casa comprando un producto de precio accesible, también podrán fecundarse en su casa del varón que elijan en un catálogo.

La aproximación a ese trágico (para los varones) final, hace que ellas, inconscientemente, se «enamoren» de un hombre, se casen con él, tengan uno, dos o tres hijos, y luego les pidan el divorcio «por riñas y disputas» exigiéndoles una pensión alimenticia que alimente los hijos que tuvieron con ellas.

A esta novela puedo agregar a la madre de ella, que inconscientemente ayude a traer esos nietos que alegren su menopausia.

En suma: sin culpa ni pecado, algunas mujeres sólo quieren ser fecundadas por el varón que les parezca genéticamente mejor dotado (3) y luego lo abandonan para disfrutar de esos hijos (y nietos) tan deseados.

(1) La naturaleza sobrecarga a las mujeres

(2) El embarazo de ambos sexos

(3) «A éste lo quiero para mí»

«Soy celosa con quien estoy en celo»

El celoso cuida su vida

Artículo vinculado:

Las jefas de hogar crían hijos pobres

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Los mediocres creamos genios

La mayoría de los seres humanos somos mediocres si nos comparamos con nuestros semejantes que descuellan porque son excepcionales ... gracias a nuestra existencia.

Los juegos de equipo incluyen una cantidad de fenómenos que no parecen interesantes y por eso los periodistas deportivos ni los mencionan.

Por ejemplo —para simplificar—, existen dos tipos de jugadores de fútbol: los que no pueden dominar la pelota si no la están mirando y los que pueden saber de su existencia y control sin perder una visión global de dónde están sus compañeros y contrincantes en cada milisegundo de juego.

Los jugadores talentosos son tan pocos porque la combinación de estas destrezas se dan en pocas personas.

No olvidemos que además de poseer esas características mentales, deben agregarse las características físicas en cuanto a la velocidad, flexibilidad, reflejos, resistencia a la fatiga, insensibilidad transitoria a los golpes.

Para completar esta visión simplificada del asunto, corresponde agregar que quizá haya más personas dotadas de todas estas características, pero que viven en lugares donde los estímulos sociales pasan por otro lado, por ejemplo, el sacerdocio, la ciencia, el trabajo inmediato para la subsistencia del grupo familiar y hasta el propio sexo, porque no se descarta que todas esas características estén ubicadas en un cuerpo femenino, con lo cual queda automáticamente descalificada para integrar un equipo de hombres.

Los mejores jugadores son los que ganan mucho dinero, se los ovaciona y reciben los estímulos sociales más atractivos.

Pero atención, tu, yo y todos nuestros conocidos, quienes comparados con Forlán, Maradona o Pelé parecemos muy poca cosa, mediocres, intrascendentes, tenemos el talento de permitir que la especie no se extinga, haciendo tan solo un trabajo de hormiga, sin brillo, ni gloria, ni fama, pero sin el cual ellos no tendrían quienes llenaran los estadios para aplaudirlos.

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En nuestra especie también hay padrillos

La naturaleza impone la poliginia (un macho fecunda a varias hembras) pero nuestras culturas se oponen, no sabemos a qué costo.

En otros artículos (1) comenté que biológicamente sobramos muchos varones. Les comentaba que un solo macho puede copular hasta tres veces por día y así fecundar a mil mujeres por año, tomándose 33 días de licencia.

Extremamos tanto la reivindicación de los derechos humanos precisamente porque nos cuesta respetarlos.

Quizá poseemos el triste privilegio de ser la única especie capaz de autodestruirse (homicidio, depredación, maltrato).

De los animales usados habitualmente en nuestra alimentación (vacunos, equinos, ovinos, aves de corral, etc.), son matados los machos y conservadas las hembras porque ellas son las reproductoras de nuevos ejemplares, mientras que con un solo macho pueden ser cubiertas muchas de ellas.

Hemos inventado la monogamia para salvarnos de una trágica abstinencia sexual a una mayoría que no tendríamos opciones reproductivas pues, según mis cuentas, 999 varones de cada mil nos quedaríamos sin hembra, desplazados por esos padrillos reproductores, provistos de los mejores genes para mejorar la especie ... como se hace con los animales utilizados para su explotación (alimentación, deportes, trabajo) [Me expreso autoexcluyéndome por pura falsa modestia, pero para nada me identifico con los 999 sino que aceptaría inmolarme como padrillo].

Las culturas donde está permitida la poligamia, dan satisfacción a esta lógica eugenésica (mejorar genéticamente la especie).

Seguramente los varones que potencialmente seríamos desplazados si nuestra vida sexual dependiera de algún tipo de selección genética, reaccionamos con enojo y exacerbamos nuestra intolerancia hacia esas culturas (árabes e hindúes) o hacia la religión mormona, alegando tendenciosamente razones morales.

En suma: la naturaleza impone la supervivencia de los más aptos (Charles Darwin) pero la mayoría de las culturas se empeñan en transgredirla... sin conocer el costo biológico de ese «delito».

(1) Es así (o no)

Hombres hasta morir

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Hombre, madre o nada

Nunca lo vi escrito con tanta contundencia, por eso lo escribo: los humanos nos creemos que un adulto, como mínimo tiene que ser hombre o madre, de lo contrario está incompleto, fallado, castrado.

La naturaleza se encarga de todo: los seres vivos funcionan automáticamente logrando que se conserve cada individuo, induciéndolos a que se reproduzcan y logrando así que también se conserven las especies.

No sabemos qué ocurre con las demás, pero en la nuestra tenemos algo que llamamos «pensamiento» al que por ahora le da por suponer que vive gracias a que hace o deja de hacer ciertas cosas.

Una prueba rotunda de esta afirmación es que, según cada uno cree, puede matarse cuando quiere. Por lo tanto, el suicidio es un fenómeno terrible pero que también viene a confirmar el libre albedrío.

El razonamiento en este sentido es: si yo puedo interrumpir mi existencia cuando se me antoja, no necesito más pruebas para creer que el resto de mi existencia y actitud reproductiva, también son gobernados por mí mismo.

Claro que descarta alegremente la hipótesis de que no se mata cuando quiere sino que lo que llamamos suicidio es en realidad el desenlace inevitable de una enfermedad terminal mal diagnosticada.

Vivimos en mundos paralelos. En uno de ellos acontece todo lo real, lo mismo que le ocurre a un insecto, a un pez, a un mamífero, con las características que son propias de cada especie. En otro de esos mundos nuestra mente cree que está haciendo, decidiendo, impidiendo, resolviendo, transformando, con la convicción de que esa es la verdadera realidad, inclusive con una validez superior al de los fenómenos tangibles y objetivamente observables.

En este mundo paralelo, imaginario, fantaseado, ideal, imaginado, es donde creemos y actuamos pensando que un ser humano es completo si es hombre o madre.

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