jueves, 9 de junio de 2011

Hombre, madre o nada

Nunca lo vi escrito con tanta contundencia, por eso lo escribo: los humanos nos creemos que un adulto, como mínimo tiene que ser hombre o madre, de lo contrario está incompleto, fallado, castrado.

La naturaleza se encarga de todo: los seres vivos funcionan automáticamente logrando que se conserve cada individuo, induciéndolos a que se reproduzcan y logrando así que también se conserven las especies.

No sabemos qué ocurre con las demás, pero en la nuestra tenemos algo que llamamos «pensamiento» al que por ahora le da por suponer que vive gracias a que hace o deja de hacer ciertas cosas.

Una prueba rotunda de esta afirmación es que, según cada uno cree, puede matarse cuando quiere. Por lo tanto, el suicidio es un fenómeno terrible pero que también viene a confirmar el libre albedrío.

El razonamiento en este sentido es: si yo puedo interrumpir mi existencia cuando se me antoja, no necesito más pruebas para creer que el resto de mi existencia y actitud reproductiva, también son gobernados por mí mismo.

Claro que descarta alegremente la hipótesis de que no se mata cuando quiere sino que lo que llamamos suicidio es en realidad el desenlace inevitable de una enfermedad terminal mal diagnosticada.

Vivimos en mundos paralelos. En uno de ellos acontece todo lo real, lo mismo que le ocurre a un insecto, a un pez, a un mamífero, con las características que son propias de cada especie. En otro de esos mundos nuestra mente cree que está haciendo, decidiendo, impidiendo, resolviendo, transformando, con la convicción de que esa es la verdadera realidad, inclusive con una validez superior al de los fenómenos tangibles y objetivamente observables.

En este mundo paralelo, imaginario, fantaseado, ideal, imaginado, es donde creemos y actuamos pensando que un ser humano es completo si es hombre o madre.

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