sábado, 4 de mayo de 2013

Para algunos está prohibido trabajar




Para algunos es muy difícil conseguir un trabajo remunerado porque su inconsciente confunde trabajar con fornicar con los familiares.

Para poder platearles la idea que les comentaré a continuación debo decir que fornicar es un trabajo placentero, en el que la naturaleza nos paga un salario en forma de alivio de la tensión deseante y nos premia con la breve aunque inolvidable voluptuosidad de los orgasmos.

Nuestra «empleadora», (la Naturaleza), nos «emplea» para que produzcamos nuevos ejemplares que permitan la conservación de la especie. Hace lo mismo con el resto de los ejemplares de las demás especies.

La Naturaleza es una gran empresaria y dispone de una política de recursos humanos incuestionablemente exitosa.

Con ese trabajo que Ella nos encarga, nosotros producimos nuevos ejemplares de la especie, es decir, nos reproducimos.

En este contexto general, ocurre algo que padecemos solamente los humanos.

Quizá para intensificar la producción de humanos (re-producción), quizá para tener más soldados dispuestos a morir y engrandecer el afán imperialista de algunos líderes, en algún momento de nuestra historia más remota alguien se dio cuenta que prohibiendo la reproducción más accesible, es decir, la endogámica, la que puede realizarse con los propios integrantes de la familia, el deseo reproductivo es mayor, pues si alguien puede ser padre de un hijo fornicando con la madre o con la hermana, deseará fecundar cuatro o cinco fornicando con mujeres extrañas a su familia. Esta es una explicación de cómo surgió la prohibición del incesto.

Esta prohibición está vigente y es muy eficaz en casi toda la población más educada.

Como dije al principio, fornicar es un trabajo y para algunos es muy difícil conseguir un trabajo remunerado porque su inconsciente lo confunde con la mejor tarea, la de fornicar con quienes está prohibido, con los más amados, con los familiares.

No ganan los buenos sino los fuertes



 
La Primera y la Segunda Guerra Mundial no fueron ganadas por los más buenos sino por los más fuertes.

En la primera mitad del siglo 20 Europa estuvo conmocionada por dos grandes guerras que pusieron en peligro valores muy importante para nuestra especie, sobre todo la vida de millones de personas.

Hubo líderes políticos y militares tan influyentes que aún hoy conservan su mala fama: Adolf Hitler y Benito Mussolini.

Después que terminó la Segunda Guerra Mundial, para todos quedó claro quiénes eran los ganadores pero hasta que eso no ocurrió, nadie sabía qué le deparaba el futuro.

Si Hitler y Mussolini hubieran ganado la contienda el mundo hoy sería otro y en vez de condenarlos furiosamente como hacemos, estaríamos llenando de oprobio a los perdedores.

Todos los grandes personajes que tomaron partido a favor de los que terminaron derrotados también fueron perdedores y por eso hoy no los recordamos, sus logros cayeron en el olvido, sus valiosos aportes tomaron fuego junto con el fracaso de sus autores.

La inmadurez emocional de los humanos nos hace funcionar como niños malhumorados, belicosos, hiperactivos, incontinentes, necios.

Quizá algún día reconozcamos que el peor error del nazismo (liderado por Hitler) y del fascismo (liderado por Mussolini) provino de que fueron vencidos por una cooperativa de ejércitos de varios países (los Aliados).

Esta sumatoria de fuerzas terminaron con las ambiciones imperialistas de los dos grandes líderes, pero no ganaron porque tenían razón, ni eran más inteligentes, ni estaban iluminados por algún ser superior, ganaron porque lograron sumar más fuerza, más violencia, más poder de fuego.

Ambos bandos están compuestos por lo mejor y lo peor de nuestra especie y es nuestra necedad infantil la que nos hace creer que ganaron los buenos y perdieron los malos. No: ganaron los fuertes y perdieron los débiles.

(Este es el Artículo Nº 1.880)

Una legislación por sexo



 
Como lo que varones y mujeres podemos dar y necesitar está vinculado a nuestras respectivas anatomías y funcionalidades, necesitamos dos legislaciones.

Insisto en que para poder saber más del ser humano tenemos que deponer el prejuicio según el cual ambos sexos pertenecemos a la misma especie.

Como todo prejuicio nos aporta la gran tranquilidad de resolvernos una incógnita que mantiene al cerebro atenazado por una morsa aunque, en la simplificación, tiramos al bebé junto con el agua del baño.

Mi insistencia quizá también sea prejuiciosa pero al menos plantea una alternativa que nos permitirá iluminar otras zonas del conocimiento, actualmente relegadas por el oscurantismo que impone la creencia en una única especie.

No es lo mismo tener útero gestor de seres humanos y senos alimenticios que no tenerlos. Los puntos de vista de unos y otros cuerpos son inevitablemente diferentes, aunque para no transgredir el prejuicioso igualitarismo, los varones nos feminicemos y las mujeres se masculinicen.  

Es gracias a nuestra radical desigualdad que podemos ser complementarios, pero por otro lado, cuando queremos saber más de unos y otras, caemos en la tontería de imaginarnos de la misma especie.

Por ser tan diferentes no merecemos tener los mismos derechos y obligaciones. La igualdad ante la ley es la peor de las injusticias.

La consigna socialista es excelente también para la distribución de derechos y obligaciones. Cuando dice «De cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades», está diciendo: «A los varones hay que pedirles lo que son capaces de dar y darles lo que honestamente necesitan» y, además está diciendo: «A las mujeres hay que pedirles lo que son capaces de dar y darles lo que honestamente necesitan».

Como eso que podemos dar y necesitar está vinculado a nuestras respectivas anatomías y funcionalidades, necesitamos dos legislaciones.

(Este es el Artículo Nº 1.876)

La seducción y la conquista son inútiles




La Naturaleza es la única encargada de juntar las parejas para que estas conserven la especie. Nadie seduce ni conquista.

Queridos varones, no pierdan el tiempo.

Les voy a contar algo que probablemente no sepan, pero, eso sí, no me van a creer porque el deseo que ustedes sienten de que todo ocurra como piensan ahora es más fuerte que la verdad más obvia.

Para ratificar esta incredulidad, observen que seguimos diciendo que «el sol SALE por el este» cuando lo que realmente ocurre es que nosotros comenzamos a verlo por el este, pues somos nosotros los que nos movemos y no el sol.

Como nos gusta más que sea el sol el que se toma el trabajo de girar  alrededor de la Tierra, entonces reconocemos que Copérnico fue muy inteligente hace más de 500 años pero, sin embargo, seguimos pensando como si él no hubiese existido.

Acoplada a esta aseveración que ustedes tendrían que aceptarme, va mi hipótesis confiado en que correrá una suerte similar (no será creída).

Por lo tanto, queridos compañeros de sexo masculino, el asunto es como les diré a continuación:

Para que una mujer nos desee tenemos que tener la suerte de que sus hormonas así se lo indiquen y esto no puede gobernarlo ni el Premio Nobel de endocrinología femenina.

Ellas tampoco tienen control alguno sobre ese impulso que las controla, a pesar de que suponen que el beneficiado por su predilección superó algún examen que ellas habrían hecho (inteligente, atractivo, trabajador, divertido, pulcro).

No es como ellas creen: las hormonas de ellas les dicen algo así como «Fulano será el padre de tus hijos» y allá van ellas cargadas de ilusión, sueños, vergüenza, miedo, esperanza, seducción.

El feliz «Fulano» no tendrá nada que hacer y si lo hace perderá el tiempo lamentablemente.

(Este es el Artículo Nº 1.872)