sábado, 2 de marzo de 2013

La envidia por desinformación



 
Muchas personas creen que si tuvieran dinero suficiente dejarían de sufrir. Por eso envidian y odian a los ricos erróneamente.

«La Naturaleza nos provoca dolor y placer para que el "fenómeno vida" no pare», dice el lema de un blog (1) donde se alojan varios artículos que he redactado sobre los dolores inevitables.

En síntesis, esos artículos tratan de explicar por qué «vivir duele». Parecería ser que la vida no tiene nada de mágico, como piensan quienes creen en el espíritu, el alma y demás explicaciones místicas sobre la Naturaleza.

Dentro de mi concepción materialista de los acontecimientos que observamos, el dolor y el placer son estímulos movilizantes, que nos llevan a apartar la mano del fuego para no perderla y que nos llevan a disfrutar de las relaciones sexuales para conservar la especie.

Pero nuestra fisiología incluye conductas sociales, actorales y políticas. Algo en nuestro cuerpo nos permite comunicarnos, simular y disimular.

Si bien nuestro cuerpo genera un ruido capaz de movilizar a varias personas y que solo se detiene cuando alguien «le da de comer a ese pequeño que no para de llorar», también es capaz de simular un llanto movilizante para inspirar lástima y activar a varias personas para que nos ayuden,... aún cuando podríamos valernos por nosotros mismos.

Es en estas comunicaciones entre adultos que podemos encontrar falsedades, manipulaciones, conductas extorsivas, que son propias de nuestra especie pero que nos hemos puesto de acuerdo en condenar por malignas, indecentes, tóxicas.

La envidia también es un dolor provocado porque quien la padece no soporta un bienestar ajeno al que no puede acceder.

Ese bienestar puede ser real o imaginado.

Muchas personas creen que los ricos no sufren porque el dinero todo lo calma.

Por eso suponen que están sufriendo porque no son ricas, entonces los envidian erróneamente.

 
(Este es el Artículo Nº 1.802)

Para el sexo recreativo no son tan selectivas

 
Las mujeres son muy selectivas cuando piensan embarazarse, pero para practicar sexo recreativo son tan poco selectivas como los hombres.

En varios artículos (1) he mencionado una idea que me parece bastante aceptable.

Se refiere a que es la mujer la que elige al varón que será el padre de sus hijos.

Esta conducta puede constatarse por la estricta selectividad que aplican entre los varones que le ofrecen su simiente mediante infinitos cortejos, exhibiciones, promesas.

Según creo ellas tienen un sexto sentido para elegir aquellos varones que tengan la mejor dotación genética que mejorará la especie al combinarse con la dotación genética de ella.

Esto explica por qué suelen vincularse sexualmente con pocos varones mientras que los varones solemos vincularnos sexualmente con muchas mujeres y de forma poco selectiva.

Los varones atendemos las convocatorias que podamos recibir y las mujeres reciben nuestro ofrecimiento como si fuéramos mercadería que se promociona.

Sin embargo, en otro artículo (2) comenté que los adolescentes de ambos sexos suelen practicar juegos sexuales con el objetivo de divertirse mientras aprenden.

Acá las jovencitas son menos selectivas porque decididamente jugarán protegiéndose de un posible embarazo.

Las mujeres en general pueden tener relaciones sexuales con cualquier varón que les caiga bien, sin aplicar criterios selectivos muy estrictos, porque no están actuando con un objetivo reproductivo.

Ellas tienen que ser muy selectivas con el futuro padre de sus hijos pero pueden practicar sexo recreativo casi con cualquiera que la ocasión le permita.

Las mujeres pueden «jugar» con varios hombres cuando viajan a un congreso, con algún compañero de trabajo, en una despedida de soltera, sin que se sientan inhibidas. Al menos así actúan cuando tienen la madurez emocional suficiente, pues si su moral las hace pensar que siempre están reproduciéndose, entonces tendrán tantas dificultades para jugar como para procrear.

   
(Este es el Artículo Nº 1.816)


El envejecimiento de la población




Los ciudadanos, sobreprotegidos por los Estados o la Medicina, tenemos la edad o las actitudes de los ancianos.

Nada de lo que haga la Naturaleza puede ser superado por una parte de la Naturaleza. Esto es como decir que «todo siempre es mayor que una parte de ese todo».

Por lo tanto, si los humanos somos parte de la Naturaleza nunca podremos superarla en nada. Lo que sí puede ocurrir, (y de hecho ocurre), es que como somos más imperfectos que Ella nuestro pobre cerebro piensa que la superamos.

Con esta cabeza humana que tengo, quiero hacerles un comentario para las otras cabezas humanas que quizá lean este artículo.

La longevidad no es algo que parezca beneficiar a las especies.

Los ejemplares más viejos funcionamos como un lastre que enlentece la evolución de las especies.

Sin embargo, no podemos negar que enlentecer un proceso puede ser algo beneficioso. No todo lo rápido es mejor que lo lento.

Por ejemplo, los mayores de 60 años quizá tenemos el rol de seguir haciendo algunas cosas mientras los jóvenes maduran hasta la edad en que pueden ser verdaderamente útiles, (mayores de 30 años).

La evolución entre los humanos es o parece lenta.

Desde hace unos años los gobernantes han adoptado la moda de sobre-proteger a los ciudadanos, al punto de hacer cosas por ellos que solo les conciernen a los propios interesados (1). Me estoy refiriendo a la obligación de los pasajeros de usar casco y cinturón de seguridad.

Por su parte, la Medicina agrega varias amenazas «protectoras» (tabaquismo, carnes rojas, sedentarismo).

Los veteranos nos cuidamos más que los jóvenes. Si estos están obligados desde el Estado y la Medicina a cuidarse como si fueran viejos, terminamos en lo que estamos: Los ciudadanos tenemos la edad o las actitudes de los ancianos.

(Este es el Artículo Nº 1.809)

La irritante prepotencia del estado



 
Algunas normas de conducta vial, (uso de vehículos), amenazan atrofiar el instinto de conservación que nos protege.

Días pasados fue entrevistado en la televisión un inspector de tránsito de la ciudad de Montevideo (Uruguay).

Aunque este funcionario hacía hincapié en la mala educación, la agresividad y la tendencia al desacato de los conductores que él tiene por función supervisar, me pareció entender algo diferente que ahora comparto con usted.

El inspector decía que a los automovilistas les cae muy mal la obligación de usar cinturón de seguridad y que se ponen de pésimo humor cuando el estado los sanciona económicamente por no usarlo.

Lo mismo ocurre con los motociclistas cuando son interceptados y obligados a usar un casco protector del cráneo.

Parece razonable que las autoridades del estado velen por la seguridad de los ciudadanos, haciendo carreteras seguras, anchas, bien pavimentadas, con buena visibilidad, con señales de tránsito inteligentes, oportunas y de fácil comprensión.

Parece razonable que las autoridades del estado velen por la idoneidad de los conductores, en tanto su manejo no se constituya en un riesgo para la integridad física de los otros usuarios de las vías de tránsito.

Parece razonable que las autoridades del estado velen por el buen estado de mantenimiento de los vehículos que circulan por la red nacional de carreteras, calles y caminos, para que esas herramientas de trabajo o de paseo no se conviertan en armas destructivas de vidas o bienes ajenos.

Lo que no parece razonable es que las autoridades del estado nos ataquen intentando remplazar el instinto de conservación de los ciudadanos, porque cuando lo hace, (obligándolos a usar cinturón y casco), no solamente invade la propiedad privada número uno, que es el propio cuerpo, sino que amenaza atrofiar al instinto encargado de conservar al individuo y a la especie.

(Este es el Artículo Nº 1.808)

La obligación de pagar con un beso



 
Cuando un adulto exige al hijo que bese a quien le da un regalo, realiza una educación de mal pronóstico.

Tengo el prejuicio según el cual la naturaleza se equivoca menos que los seres humanos que intentan mejorarla.

Los animales ejercen la función sexual con la misma naturalidad que comen, excretan o duermen.

Por algún motivo los humanos erigimos un gran tabú con esa función tan necesaria para la conservación de la especie.

Es casi seguro que la constitución de actitudes represoras ante nuestra función sexual debería tener alguna explicación cuya causa eficiente podamos encontrarla en las leyes naturales de las que no podemos evadirnos.

Algo que me viene a la mente es que cada vez que nos prohíben hacer algo, eso mismo es lo que deseamos hacer, mientras que lo que nos obligan a aceptar porque no está en nuestra naturaleza, es lo que trataremos de no hacer aplicando mucha energía, inventiva, inescrupulosidad.

Junto con la prohibición del incesto que se le impone a los niños sin darles explicaciones, se los obliga a dar las gracias cada vez que reciben un obsequio.

El resultado de estas imposiciones no puede ser otro que el opuesto a los que se buscan.

Efectivamente, los adultos que fueron educados en la represión sexual quedan proclives a la promiscuidad, a los excesos eróticos y hasta la violanción.

De modo similar, los adultos a quienes se les impuso agradecer lo que no estaban dispuestos a agradecer, muy probablemente desarrollen un cierto resentimiento hacia las transacciones pues quedan asociadas a una violación de su dignidad.

En otras palabras, si a un niño se lo obliga a dar un beso a quien le hace un regalo, muy probablemente se sienta humillado, avasallado y hasta violado.

Claro que la debilidad transitoria del pequeño dejará inadvertida tanta desconsideración (abuso).

(Este es el Artículo Nº 1.782)