lunes, 5 de diciembre de 2011

La vergüenza sexual y comercial

Las culturas que necesitan distorsionar la condición natural de la función sexual agregándole prohibiciones e interpretaciones morbosas (malsanas, patológicas, desagradables), indirectamente también distorsionan la aptitud natural para negociar, cobrar, transar, ganar dinero.

En otras ocasiones he comentado que la sexualidad es jerárquicamente una de las funciones más importantes(1) porque contribuye a una de las dos misiones que tenemos los seres vivos, esto es, conservar la especie (la otra función es conservarnos individualmente).

Los humanos estamos gobernados por dos fuertes impulsos. Uno es el instintivo, el que tenemos como animales y el otro es la cultura, el impulso que tenemos por pertenecer a la especie humana.

Desde otro punto de vista, porque somos los animales más vulnerables, la naturaleza nos compensó con el talento suficiente como para crear un equipamiento instintivo artificial que nos permite adaptarnos al medio igual y hasta mejor que otras especies menos vulnerables.

Este segundo equipo instintivo (la cultura, las normas de convivencia, las tradiciones, las religiones, las instituciones administrativas de la convivencia), suele apartarnos de los instintos básicos.

Me explico mejor: como dije al principio, la sexualidad es una de las funciones más importantes junto con la de conservarnos, pero la cultura (este equipo instintivo artificial que nos creamos para compensar la vulnerabilidad que padecemos), suele distorsionarla.

Desde muy pequeños podríamos presenciar los actos sexuales adultos, así como presenciamos cuando trabajan, comen, discuten, juegan, sin embargo la cultura necesita desnaturalizar el desempeño sexual hasta convertirlo en «prohibido para menores de 18 años».

La práctica sexual entre adultos también se denomina «comercio sexual», porque implica un intercambio.

En suma: como la cultura necesita distorsionar el «comercio sexual», indirectamente también distorsiona perjudicialmente nuestra aptitud natural para interactuar en otras relaciones interpersonales económicamente rentables, al punto que muchas personas sienten pudor (vergüenza, inhibición) al hablar de dinero, precio, honorarios.

(1) La represión de las coincidencias


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