domingo, 4 de septiembre de 2011

Una mujer con dinero no (siempre) es prostituta

Resabios de épocas pasadas provocan dificultades en el desempeño de las mujeres fuera del hogar.

En dos artículos recientes (1) he mencionado el valor de intercambio que tiene la mirada, al punto de compararla con el dinero.

Este gesto tiene valor inclusivo. Quien mira a otro le demuestra interés, deseo, necesidad, lo invita a participar en el tejido social.

No es lo mismo la mirada masculina que la mirada femenina, en especial la que ella le dirige a él.

He mencionado muchas veces que en nuestra especie también es la hembra la que selecciona al varón por quien ella quiere ser fecundada (2).

Por exigencias culturales, ese genuino interés de ella por él debe ser disimulado (3) para que de esa forma él vea estimulado su interés en copular con ella al punto de ampliar su compromiso de constituirse como un buen padre de familia.

Estas conductas existen desde tiempos inmemoriales pero ocurre que desde hace unos pocos siglos a esta parte (sobre todo 19 y 20), la mujer ha ganado terreno en el espacio público con el consiguiente abandono del hogar físico (la casa, el domicilio).

La Revolución Industrial y las guerras la obligaron a tomar tareas que antes eran sólo masculinas y eso las llevó a usar dinero cotidianamente.

Sin embargo, estos cambios culturales no fueron acompañados por una actualización de los sentimientos, creencias y prejuicios referidos a los roles de la mujer y el hombre.

Hoy todavía existen personas (de ambos sexos) que conservan alguna idea inconsciente de que una mujer con dinero es una prostituta, que si una mujer mira a un cliente, compañero de trabajo, chofer, este pueda imaginarse seducido y en calidad de locatario pues “los lugares públicos son de los hombres”, obstaculizando (molestando, complicando) innecesariamente el normal desempeño de ellas fuera del hogar.

(1) Miradas hacia arriba
Las miradas se parecen al dinero
(2) La histeria aparente
(3) El deseo es inconveniente

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