Las personas adultas mayores (con 50 años o más), si creen saberlo todo, están cultivando un estado depresivo bastante penoso.
En la vejez nos jactamos de estar de vuelta y descalificamos (menospreciamos, hasta nos burlamos) a nuestros jóvenes cuando nos hablan con entusiasmo de sus descubrimientos, inventos, hazañas, diciéndoles: «cuando tu vas yo ya estoy de vuelta».
Si nos expresamos de esta forma entonces nos creemos sabios, conocedores de verdades, creyentes en la certeza de nuestras opiniones irrebatibles e indiscutibles.
Esto no es así. Se trata de un delirio propio de algunos adultos porque estamos cansados, con poca energía, desalentados, deprimidos y como siempre ocurre en la naturaleza humana, compensamos el deterioro (la carencia, la falta, la juventud perdida) exagerando las antípodas (el extremo opuesto).
En general, si afirmamos algo, si hablamos con seguridad sobreactuada, demostramos tener o estar poseídos por una ilusión, una fantasía, un sueño.
Los apartamientos de la realidad son necesarios y tienen un costo.
En nuestra especie somos frágiles, débiles y vulnerables. Si no podemos tolerar la realidad sin distorsionarla aunque sea un poquito es porque en estado puro nos marea, asusta, desestabiliza.
Imaginarnos sabedores, conocedores, suficientemente preparados para la vida se parece a sentirnos egresados, recibidos, doctorados, sin más por aprender. Esta sensación es muy agradable y, como dije, tiene un costo.
El referido costo, (infortunio, pérdida) consiste en padecer la sensación de haber llegado al final, a la meta, al objetivo, a la tumba. Cuando llegamos a la meta nos quedamos sin proyecto.
La palabra «proyecto» significa «tirar hacia adelante» (proyectil, algo a realizar).
En otras palabras: las personas adultas cuando contamos con la alegre credulidad en las producciones de nuestras cabezas y suponemos haberlo aprendido todo, nos quedamos sin futuro y hasta afirmamos «estar de vuelta». Algunos se jactan de una situación muy parecida a un «pre-fallecimiento».
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