Dormir es imprescindible para
recuperar energías, pero es una función corporal autónoma. Los intentos de
controlarla son inevitablemente contraproducentes.
El insomnio es una deficiencia cuyos
inconvenientes solo son conocidos por quienes los padecen y, hasta cierto
punto, por quienes comparten la cama del insomne.
En este caso, como en tantos otros propios de
nuestra especie, es el intento de «dominar» el problema lo que aumenta la dificultad. Nada peor para
conciliar el sueño que proponérselo.
Quienes
quieren controlar la naturaleza tienen algunos logros que solo sirven para
salir del paso transitoriamente, pero sobre todo, para suponer que esos
pequeños éxitos pueden ser potenciados y prolongados.
Esto que
estoy comentando tampoco sirve para mucho porque quienes necesitan y desean
controlarlo todo, no tienen control sobre este impulso que los gobierna.
Las personas
que tienen la necesidad de trabajar y producir lo necesario para cubrir los
gastos propios y de la familia, saben que necesitan dormir y cuando esto no
ocurre, padecerán un fuerte malestar además de que su rendimiento se verá
fuertemente descendido.
Como casi
el cien por ciento de las tareas remuneradas se realizan en equipo, el reloj
pasa a ser una herramienta imprescindible. Si todos tienen que hacer algo
juntos, deben empezar y terminar también juntos. Quienes no lleguen a la hora
de la convocatoria y con la cantidad de energía suficiente, estarán resintiendo
la producción de todos y esto generará otro malestar más: la presión de los
compañeros, quienes en forma directa o indirecta, reclamarán mayor puntualidad
y productividad.
Lo que
estoy tratando de proponer es mucho más fácil de describir que de hacer, pero
igualmente lo diré:
El dormir
no es una función tan controlable como comer, evacuar los residuos digestivos o
higienizarse. El descanso es más autónomo y los intentos de controlarlo son
inevitablemente contraproducentes.
(Este es el
Artículo Nº 1.629)
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