Los seres humanos no podemos asumir que somos animales por un temor similar al que alguna vez sentimos ante la iniciación sexual.
Una mayoría repudia la idea de que somos tan mamíferos como los demás.
Lo mismo ocurría cuando se suponía que los seres humanos habíamos sido creados por Dios. A Charles Darwin (1859) se le hizo muy cuesta arriba sugerir que quizá fuéramos un desenlace evolutivo a partir de los monos (1).
Seguramente habría sido mucho peor para Charles Darwin si hubiera dicho que los monos descienden de los humanos, dando a tender así que, no solamente no tenemos un origen divino sino que además somos una especie menos evolucionada que las otras, pues la posesión de un instinto que tiene «programadas» todas las acciones eficaces, parece estar mejor dotado que los modestos humanos que nacemos en una total ignorancia y vulnerabilidad.
Según nuestros propios criterios es más valioso un ser que pueda pararse a las dos horas de haber nacido y que pueda reproducirse a los 15 meses que otro (los humanos) que comenzamos a caminar a los 10 meses y que podemos reproducirnos a los 11-12 años.
En suma: La propia debilidad que nos caracteriza nos induce a imaginarnos superiores a los demás. Somos jactanciosos para compensar la pobreza vital de nuestra especie. De hecho, las conductas que tipificamos como orgullosas, arrogantes y presumidas, no son otra cosa que naturales compensaciones a una carencia no asumida y, por lo tanto, angustiante.
Que no podamos aceptar algo tan notorio como que somos mamíferos y de los más vulnerables, surge del temor a que si lo aceptáramos caeríamos en un pozo depresivo terminal.
Este temor es similar a las intensas tribulaciones que padecen los jóvenes sexualmente vírgenes, quienes terminan exclamando: «¡Ah, de haber sabido, lo habría intentado antes!»
(1) Artículo de Wikipedia sobre la «evolución biológica»
Otras menciones a «Charles Darwin»:
Pensamiento monopólico y violencia
En nuestra especie también hay padrillos
Los monos degenerados
(Este es el Artículo Nº 136)
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