El sistema educativo no publicita cuánto mejor estaríamos si entendiéramos de una vez por todas que «los demás no son iguales a mí».
Desde 2007 hasta hoy, este será el octavo
artículo que publico donde el proverbio «No le hagas a los demás lo que no querrías que te hicieran a ti», tiene
un rol protagónico (1).
El sistema
educativo que rige en nuestros países tiene, como uno de sus cometidos más
importantes, hacernos entender que, si bien todos parecemos iguales, no lo
somos en realidad, que compartimos aspectos muy importantes pero que en el
fondo nos diferenciamos por nuestros deseos.
Si nuestros
deseos son diferentes, entonces también seremos diferentes por cómo está
diseñada nuestra personalidad en consonancia con nuestro menú de deseos.
Dado que
tenemos diferentes deseos y, por lo tanto diferentes personalidades, nuestra
anatomía también es distinta porque, por razones de salud, tenderá a estar en
armonía con esos deseos, con nuestra personalidad y con el contexto social al
que pertenecemos.
Con estos
pocos elementos ya podemos estar afirmando que los humanos tenemos algunos
rasgos de semejanza pero la mayoría de esos rasgos son diferentes.
Un rasgo
diferenciador muy importante es nuestro sexo anatómico: no es lo mismo tener
deseos contando con útero a tener deseos sin contar con él.
Puesto que
la única misión (2) que tenemos los seres vivos consiste en conservar la
especie a la que pertenecemos, el aparato reproductor nos diferencia fuertemente
... y, ni qué hablar sobre ¡cómo nos diferenciamos varones y mujeres en la
función sexual!
Pero, justo
es señalarlo, los sistemas educativos de nuestros países no cumplen sus
objetivos. Apenas nos ofrecen el acceso a algunos datos pero no los publicita,
no nos informa sobre cuánto mejor estaríamos si entendiéramos de una vez por
todas que «los demás no son iguales a mí».
(This is
the Article Nº 1.691)
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