La coherencia es una cárcel intelectual, defendida por
quienes, con tal de no cometer errores optan por no hacer nada.
Es una lástima que sea así, pero los humanos
progresamos muy impulsados por el dolor y escasamente atraídos por el placer
(1).
De hecho ya alguien dijo: «Los seres humanos somos hijos del
rigor».
Claro que
este beneficio del dolor no es suficiente para que se lo cultive como si fuera
una planta alimenticia, curativa o decorativa. Todo lo contrario, destinamos
gran parte de nuestro esfuerzo a erradicar lo que nos molesta o podría llegar a
molestarnos.
Precisamente
son estas acciones provocadas por el sufrimiento lo que le aporta sus rasgos
positivos.
Por lo
tanto, luchamos contra lo que nos causa problemas y es este batallar lo que nos
beneficia.
La
deducción lógica, aunque paradojal, es:
Aunque los
inconvenientes son desagradables,
—
convendría no combatirlos hasta exterminarlos;
—
convendría evitar cualquier actitud que disminuya el malestar que nos provoca;
—
convendría conservarlos como fuente de estímulo que nos permite desarrollarnos
como especie.
Las
personas que no han tenido ni el talento ni la oportunidad de crecer
intelectualmente, reaccionan con vehemencia cada vez que alguna contradicción
se cruza en su camino.
Esas
personas que no han tenido suerte, (porque ni la falta de talento ni la falta
de oportunidades, es responsabilidad propia), son las verdaderas policías de la
contradicción, sin tener en cuenta que la contradicción es universal mientras
que la coherencia es una cárcel que, si bien quita libertad (de pensamiento) es
amada y buscada porque protege a quienes temen cometer errores.
En suma:
1) El apego
a la coherencia es una solución mediocre, pobre y empobrecedora, reclamada por
quienes temen equivocarse, por quienes prefieren hacer lo mínimo posible por
temor a ser criticados; y
2) Las
molestias merecen ser amadas y rechazadas.
(Este es el
Artículo Nº 1.679)
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