Los varones somos más arriesgados
que las mujeres porque somos naturalmente más prescindibles. Por esto se dice
que los varones miedosos son afeminados.
Necesitamos protección porque sabemos de
nuestra vulnerabilidad. En ese aspecto, la niñez fue una buena etapa de nuestra
vida porque, no solamente los adultos nos cuidaban sino que no teníamos noción
de todo lo peligrosos que fuimos para nosotros mismos.
Pero la vulnerabilidad no termina en la niñez.
Hasta nuestros últimos días seguimos necesitando que nuestra casa no se
derrumbe, que las carreteras sean camino seguros, que los alimentos sean
saludables, que el Estado evite las epidemias.
La sensación de vulnerabilidad y de peligro
posee un alto grado de subjetividad. Ante idénticas circunstancias, dos
personas pueden tener sensaciones bien distintas.
Es posible arriesgar una generalización
bastante confiable: por varios motivos, las mujeres deberían estar dotadas de
una mayor sensación de riesgo que los varones.
El instinto de nuestra especie debería
reconocer la diferencia que existe entre perder a una mujer y perder a un
varón.
Comenté hace mucho tiempo (1) que un macho, en
cualquier especie mamífera, está en condiciones de fertilizar a muchas hembras
mientras que las hembras tienen un mayor compromiso corporal porque después de
ser fecundadas, tienen un largo período dedicado a gestar y a criar a su prole.
Si la naturaleza se preocupa de que cada
especie disponga de los recursos suficientes para preservarse, entonces los
hombres deberíamos ser más arriesgados que las mujeres.
Como les decía, la razón es puramente
funcional: los varones somos mucho más prescindibles que las mujeres. Sería
exagerado decir que los machos de cualquier especie somos «descartables», pero lamentablemente acabo
de decirlo.
En suma: los varones somos más arriesgados que las
mujeres porque somos naturalmente más prescindibles. Por esto se dice que los
varones miedosos son afeminados.
(1) Es así (o no)
(Este es el
Artículo Nº 1.692)
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