Los humanos somos capaces
de convertir a la sexualidad en una actividad sobrecargada de dificultades
artificiales.
En una publicación
anterior (1) les decía textualmente: «La sexualidad humana es muy sencilla pero se torna difícil y hasta imposible de entender si
insistimos con que los humanos tenemos libre albedrío.»
Luego de este enunciado, el artículo continúa
fundamentando los porqués del libre albedrío y sus efectos secundarios
indeseables, pero recién ahora intentaré dar cuenta de por qué la sexualidad
humana es tan sencilla.
Es sencilla porque es igual, aunque no
idéntica, a la de los demás mamíferos.
No es idéntica porque todas las especies
tienen rasgos identificatorios que justifican su «aislamiento reproductivo»
(2), esto es, que el único tipo de semen que fecunda a las hembras es el producido
por el macho de su misma especie.
Es sencilla porque cuando las mujeres están
cursando un periodo de fertilidad, aumenta su deseo sexual y claramente buscan
a un hombre que las fecunde.
Ese hombre difícilmente eluda la invitación
femenina porque su propio cuerpo está preparado para que el deseo sexual
aumente hasta niveles incontrolables y en muy poco tiempo (minutos, horas,
quizá dos días) estará descargando su semen en la vagina de la mujer en estado
de fertilidad.
Y esta es toda la sexualidad humana. No hay
más nada que esto.
Ahora bien, para quienes desean complicarla,
dramatizarla, tragedizarla, existen infinitas formas, recursos, historias para
tomar ejemplo.
Las fantasías sobre el libre albedrío nos
llevan a tener ideas de propiedad entre los fornicantes. Por algún motivo, uno,
otra o ambos, se creen con derechos sobre quien fecundó o fue fecundada.
Este único capricho cultural es capaz de
volver algo tan pacífico en un caos, en rituales aparatosos, en vinculaciones
patrimoniales, en alianzas políticas, en fiestas, viajes, compras, regalos.
Toneles de saliva en conversaciones.
(Este es el Artículo Nº 1.634)
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