jueves, 2 de agosto de 2012

La creencia pasiva y la creencia activa


«Creer» es imprescindible para vivir. Podemos creer pasivamente (con ingenuidad) y podemos creer activamente (para no invalidar ninguna hipótesis).

El verbo «creer» tiene varios significados según el D.R.A.E. (1), pero todos esos significados parecen resumidos en el primero:

«Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado.»

La acción de «creer» es importantísima a lo largo de toda la existencia. Es claro que las más importantes son «vivir» y «conservar la especie», pero podría decir que «creer» es la tercera en importancia.
Según puedo entender, (apoyándome en mi propio cerebro y en el suyo, para que trabajen juntos), existen dos formas de «creer»: una pasiva y otra activa. Extrañamente, una no es la inversa de la otra, sino bastante diferentes.

La «creencia pasiva» es la que tienen los niños y los adultos inocentes o que por alguna discapacidad intelectual pueden ser catalogados de ingenuos.

Quizá la mayoría de la población mundial pertenece a esta categoría. Los adultos inocentes «creen» en lo que les fue enseñado, en lo que les dijeron sus educadores, en las tradiciones de su grupo de pertenencia, en lo que dicen sus líderes políticos, religiosos y morales. 

Estos niños y adultos inocentes pueden tener necesidad de hacer consultas propias de ese nivel intelectual a personas que se dedican a evacuarlas. 

Estos «asesores de gente inocente» se especializan en demostrar la coherencia de su sistema de creencias. 

Una de las preguntas podría decir: «¿Cómo se explica que, siendo Dios infinitamente bondadoso, permita que una madre de cinco niños pequeños fallezca prematuramente?».

La «creencia activa» es aquella según la cual alguien es capaz de creer cualquier hipótesis al solo efecto de ponerla a prueba, para ratificarla o descalificarla. 

La «creencia activa» permite estudiar hasta la idea más descabellada sin invalidarla prejuiciosamente.

(Este es el Artículo Nº 1.624)

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