Todo acto sexual (homo o heterosexual, con o sin barreras anticonceptivas), es inconscientemente reproductivo.
Entramos a una casa bellamente decorada, iluminada, ventilada, aromatizada.
Detrás de las paredes y de los pisos están los caños de agua fría, de agua caliente, con cables, con gas, imprescindibles para esa iluminación, temperatura, funcionalidad.
Podemos habitar esa casa toda la vida y no saber de ellos.
Una idea similar es la que tenemos los psicoanalistas respecto a que habitamos durante toda la vida un cuerpo del que no sabemos muchas cosas, una de las cuales es el inconsciente.
Por esto es que inventamos teorías, cuya comprobación depende de su utilidad práctica. Por ejemplo, si la teoría del complejo de Edipo es útil para mejorar la calidad de vida de millones de personas, entonces es una teoría útil, digna de ser amada y «nos casamos» con ella.
Una hipótesis que también podría ser útil, la explico de la siguiente forma:
Vuelvo a la comparación con la casa para decir que nuestra vida consciente es la que hace cualquier habitante común de una casa. En síntesis, no sabe ni le interesa qué hay debajo del piso y detrás de las paredes, sin embargo, gran parte de su calidad de vida depende de eso que no conoce.
La sexualidad es una función que está al servicio de la única misión que tenemos los seres vivos (1): conservar la especie. Por lo tanto es tan importante como respirar, alimentarnos, descansar.
Todo acto sexual está estimulado por el deseo reproductivo aunque a nivel consciente usemos anticonceptivos.
Lo real es que cuando tenemos sexo con nuestro ocasional partenaire, el intenso deseo y satisfacción provienen de esa parte imperceptible de nuestra «casa corporal» —el inconsciente—, que está tratando de gestar, embarazar, tener un hijo con cada eyaculación.
(1) Blog con artículos sobre
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