Reconocer que la naturaleza no es humana nos permite asumir que nuestra enfermedad y muerte son en realidad buenas noticias.
Las poesías y las fábulas son los únicos ámbitos donde podemos decir que los animales hablan, que los pájaros son arquitectos o que el sol está enamorado de la luna, sin que un psiquíatra sienta la inconfundible fragancia de la psicosis.
En otros artículos (1) he comentado que no podemos evitar la humanización de todo lo que observamos. Dicho de otro modo, no solamente en las poesías y en las fábulas atribuimos rasgos de nuestra especie a objetos y seres que no lo son.
Este defecto raramente está compensado racionalmente.
Cuando un deportista de «tiro al blanco» realiza su práctica, tiene en cuenta la distancia del objeto, la temperatura, la cantidad de luz, el viento, la humedad, el peso del proyectil que lanzará, la parábola (curva hacia abajo) que tendrá la trayectoria. El acierto (puntería) dependerá de cuán precisas sean estas correcciones a lo que su ojo ve.
Nuestra cabeza también necesita hacer correcciones a lo que piensa, razona, interpreta. Por ejemplo, debe compensar esa natural tendencia a suponer que el cosmos, es, piensa y actúa como un ser humano.
Si podemos realizar buenas correcciones a estos defectos de razonamiento, aumentará la «puntería» (acierto) de nuestra percepciones, pensamientos, conclusiones.
Esta tarea de «deshumanizar lo no humano» está severamente dificultada porque nuestra forma de hablar (idioma, lenguaje) está diseñada según ese modelo mental.
Con todas estas consideraciones, les comento que «la naturaleza se alegra de nuestra muerte», porque de esa forma se renuevan los ejemplares de una de sus tantas especies (la humana).
Se «alegra» tanto como nos alegramos los humanos cuando convertimos en chatarra las viejas máquinas para instalar otras nuevas, más modernas, eficientes, actualizadas según los nuevos requerimientos.
(1) La naturaleza es una monarquía absolutista
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario