martes, 1 de enero de 2013

Los abandonos inevitables



   
No podemos elegir entre tomar y no tomar precauciones porque estamos determinados por nuestra condición humana. Creemos ilusoriamente ser libres.

La creencia en el libre albedrío (1) fue conveniente para nuestra especie desde tiempos inmemoriales, pero creo que ahora están dejando de existir las razones que justificaban esa creencia.

Esto me permite asegurar sin temor a equivocarme que en uno o dos milenios más nadie creerá en él, todos estarán convencidos de que estamos cien por ciento determinados por factores naturales ajenos a nuestro control y que, por lo tanto, no existe ni la culpa ni la responsabilidad.

Mientras nos tomamos un tiempo para admitir esta total subordinación a las causas que nos determinan, pensemos que algunas situaciones son un error que derivan de otro error. Me explicaré mejor (si puedo, claro!).

El instinto de conservación que nos gobierna actúa para que nadie quiera morir. Ese instinto nos obliga a luchar contra la muerte, evitar los peligros, reaccionar vivamente cuando sentimos algún malestar preocupante.

Para reafirmar lo dicho en el párrafo anterior digo que los suicidas tampoco quieren morir, solo que están afectados de una enfermedad terminal, que rechazan tanto como a cualquier otra enfermedad terminal, pero que los creyentes en el libre albedrío interpretan como que la auto-eliminación fue un acto voluntario: no lo fue, el suicida no quería morir pero lamentablemente falleció en condiciones especiales.

Algo que tampoco deseamos, porque cuando nos ocurre «nos sentimos morir», es ser abandonados por la o las personas que más queremos porque son las que más necesitamos (padres, cónyuge, amigos).

Las precauciones que tomamos para no morir son tan ilusas e ineficaces como las que tomamos para que no nos abandonen los seres queridos.

Tomamos cualquier precaución porque somos así, no lo podemos impedir, estamos determinados por nuestra condición humana. No podríamos evitarlo.

 
(Este es el Artículo Nº 1.777)

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