sábado, 20 de noviembre de 2010

La sexualidad sacrosanta

De las múltiples actividades que realiza el animal humano, existen dos que parecen opuestas en un punto: el arte y la religión.

El arte piensa en la vida mientras que la religión piensa en la muerte.

El arte entrega bienestar ahora y la religión promete bienestar para el (supuesto) más allá.

Ambos hacen aportes muy valiosos a la calidad de vida de las personas que aún están vivas y —me animaría a decir— que ambos no hacen ningún aporte a las personas que están muertas.

Pero este no es más que un tema de creencias, que, como decimos los más hipócritas, son respetables.

En varios artículos anteriores (1) he comentado con ustedes que los seres humanos, al igual que cualquier otro ser vivo, tiene por objetivo (misión) conservarse: como individuo y como especie.

Por lo tanto, la sexualidad es una actividad esencial, tan importante como alimentarnos, defendernos de otros seres vivos que apetecerían colonizarnos o devorarnos (grandes o microscópicos seres vivos), y poca cosa más.

Si bien, como decía más arriba, el trabajo más importante de la religiones (me refiero exclusivamente a las judeo-cristianas), es la preparación para la muerte y la vida incorpórea, creo (¿creencia?) percibir que las religiones se interesan mucho por la sexualidad (por la vida), si bien lo hacen dando grandes rodeos, interponiendo opiniones contradictorias, agregándole prejuicios, tabúes, prohibiciones.

Efectivamente, lo más sagrado para las religiones es lo sexual, aunque no lo dicen expresamente sino indirectamente.

La pelvis contiene y protege los órganos genitales de hombres y mujeres, e incluye un hueso denominado precisamente sacro.

Esta coincidencia supongo que no es casual, porque si bien los humanos preferimos complicar las cosas en desmedro de simplificarlas, intuimos que nada es más importante que la sexualidad.

Por eso es tan sagrada y sacrosanta.

(1) Ver blog especializado en el tema, titulado La única misión.

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