sábado, 10 de julio de 2010

El señor Mesías González

En un artículo publicado hace unos días con el título El sol es color blanco les comento que la forma humana de percibir la realidad no es más que eso: nuestra forma de ver, oír o gustar. De ahí a que la realidad sea como la registramos puede haber una gran distancia.

Un defecto mental que nos impone esta esclavitud a nuestros precarios instrumentos perceptivos tiene que ver con la idea de principio y fin.

Como nuestro pensamiento armoniza todos sus contenidos, parece que no podemos suponer que algo carezca de un principio por la sencilla razón de que nosotros tenemos un nacimiento. Nuestra mente parece que sólo puede pensar así: «Si yo tengo un principio y un fin (porque nací y moriré), entonces el universo tiene que tener un principio y un fin».

De manera similar, como fui concebido por mamá y papá, entonces todo tuvo que tener (por lo menos) un creador. Como este pan que estoy comiendo fue amasado por alguien, entonces el universo fue construido por alguien también.

A partir de esta humanización de la realidad construimos cadenas de causas-y-efectos que pueden llevarnos a diversas conclusiones.

Como una de las maneras que tenemos de revisar la validez de nuestro funcionamiento mental consiste en consultar con otros sobre qué opina de nuestras reflexiones, es muy probable que el otro ser humano nos diga que está de acuerdo y a partir de ahí la hipótesis se convierte en verdad (descubrimiento).

Otro ejemplo clásico de la humanización de la realidad que hacemos se refiere a los motivos por los cuales algo sucede.

Cada vez que hacemos algo tenemos un propósito razonable, inteligente o caprichoso. Por lo tanto a la pregunta ¿para qué viene al mundo? pueden corresponderle respuestas del tipo: «para cumplir una misión divina»; «para que mi alma se perfeccione en sucesivas reencarnaciones»; «para algo importante pero estoy averiguando qué».

●●●

No hay comentarios: