Vivimos para trabajar y trabajamos para vivir porque es así como nuestro instinto de conservación individual logra la eternidad de la especie.
Aunque muchas veces hago especial hincapié en las desventajas de la religiosidad (negar la realidad tangible, confiar en superpoderes imaginarios, contar con la aprobación de un juez supremo cuyos criterios de justicia son casualmente los propios del creyente), no puedo negar sus aspectos positivos: calmar la angustia existencial, asociar a muchas personas de igual creencia, contar con un referente moral de amplio consenso.
Algo similar ocurre con la racionalidad. No existe nada menos eficaz para comprender la conducta humana que someternos a la lógica formal, al sentido común, al razonamiento deductivo.
En suma: Así como la religión posee grandes beneficios, la racionalidad posee grandes inconvenientes.
En un intento de apartarme de la racionalidad, comparto con usted un no-razonamiento.
Los varones y las mujeres somos lo que todos ya sabemos, especialmente los sexos necesarios para que la especie tienda a ser inmortal aunque esté compuesta por integrantes mortales.
La pregunta es: ¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?
La respuesta es: ambas cosas... pero ambos sexos tenemos deseos inconscientes diferentes.
A nivel inconsciente (esta es una hipótesis pues el inconsciente sólo puede ser inferido, deducido, supuesto, pero no conocido) los varones queremos imitar al sol porque este ilumina, abriga, germina, madura la cosecha.
A nivel inconsciente las mujeres son flexibles, adaptables, toleran, renuncian con más facilidad a sus deseos y preferencias, con tal de obtener lo que más necesitan: un nido social que las acepte, las proteja, las cuide, les permita gestar.
La satisfacción de nuestros respectivos anhelos inconscientes demanda un trabajo y por eso ambos sexos vivimos para trabajar y trabajamos para vivir porque nuestro instinto de conservación individual así nos orienta para que la especie sobreviva.
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