lunes, 24 de mayo de 2010

El grato oficio de fornicar

La hipótesis de que la única misión del ser humano es cuidarse a sí mismo y a la especie, sigue dándome temas para pensar.

No es sencillo entender que la naturaleza tiene sus propias leyes de funcionamiento y que cuando nos referimos a ella no podemos evitar imaginarla como si tuviera comportamientos humanos. El propio lenguaje con el que no tenemos más remedio de comunicarnos, nos obliga a darle formato humano a casi cualquier cosa que pensemos.

Por lo tanto, no es que la naturaleza tenga conductas humanas sino que los humanos tenemos conductas naturales. Lo sepamos o no, lo tengamos en la conciencia o en el inconciente, nosotros le copiamos a ella y los mejores inventos no son más que adaptaciones de lo que ya existe.

Por ejemplo, imagino que el genial inventor de la rueda se inspiró observando como bajaba rodando una roca desde lo alto de la montaña. Lo único que hizo fue alisarle los bordes hasta darle forma circular y ahí tuvimos «nuestro invento».

Como la única misión (trabajo) es conservarnos a nosotros y a la especie, tenemos que las sensaciones voluptuosas que acompañan la eyaculación no aparecen antes de que esta se produzca. Millones de años demoramos en darnos cuenta que nunca se puede pagar por adelantado porque eso desestimula al trabajador.

Como ven, estoy comparando fornicar con trabajar y al placer del orgasmo con el cobro del sueldo.

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