Nuestra cultura distorsiona la
Naturaleza de varias formas, una de las cuales consiste en generar normas,
prejuicios, leyendas, que estimulan el enriquecimiento de unos pocos sin
quitarle placer a la mayoría.
— Los que menos tienen son los que más dan
(bienes, dinero, su tiempo).
— Los que más tienen son los más tacaños,
avaros, egoístas y mezquinos.
Estas dos aseveraciones son propias de nuestra
especie. Con diferente grado de convicción, son dichas por casi todos.
Este dato de la realidad podría ser
interpretado de, por lo menos, dos maneras:
a) Los pobres son más generosos y humanitarios
que los ricos o, simplificando en extremo, «los pobres son más buenos que los ricos»; y
b) Los
pobres son más ignorantes de sus derechos y por eso obedecen con máxima
obsecuencia cualquier norma moral que se les haga saber. Si a un pobre se le
dice que debe seguir las enseñanzas de Jesús, es muy probable que lo haga con
mayor sumisión que un rico que conoce sus derechos.
De estas
conclusiones podríamos sacar otra: los pobres son pobres porque son obedientes
y los ricos son ricos porque son desobedientes.
Esto
también podría expresarse diciendo: Los ricos son ricos porque son todos
corruptos, amorales y delincuentes, mientras que los pobres son pobres porque
tienen una conducta ética y obedecen las normas.
Más aún:
alguien podría afirmar que los pobres son confiables, buenos ciudadanos, buenos
amigos, buenos padres de familia, mientras que los ricos son exactamente todo
lo contrario.
Este
conjunto de afirmaciones, creencias, prejuicios, tendrían que agravar la
desigualdad económica que suele desvelar a los economistas y a los gobernantes,
pues es tan adorable ser pobre y tan vergonzoso ser rico, que para serlo, no
solo hay que trabajar mucho y romperse la cabeza, sino además hay que remar
contra la corriente de las simpatías populares.
Desde el
punto de vista afectivo, ser pobre está subsidiado por la sociedad, recibe un
estímulo fuerte, es alentado por la mayoría, compuesta por los mismos pobres y
también por quienes consideran que esa clase social abandona recursos
materiales que facilitan la apropiación por parte de quienes son y seguirán
siendo ricos.
En suma: Nuestra cultura distorsiona la Naturaleza
de varias formas, una de las cuales consiste en generar normas, prejuicios,
leyendas, que estimulan el enriquecimiento de unos pocos sin quitarle placer a
la mayoría.
(Este es el Artículo Nº 2.200)
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