La verdad es algo que sobrevuela nuestros discursos,
pero que casi nunca se dice o se oye. Consideramos verdad a ciertas historias
que contamos y nos cuentan, con la solemnidad de lo que merece respeto.
Me parece que la verdad nunca
tiene forma de confesión. Al contrario, cuando alguien está confesando es cuando más control intenta
tener sobre lo que dice. Quizá la máxima expresión de falsedad y cinismo ocurra
cuando alguien anuncia que está dispuesto a confesar.
Hasta la persona más pudorosa
pueden llegar a exhibir su cuerpo con absoluto desparpajo, pero no así sus
deseos, las intenciones, los sentimientos que guarda en su mente bajo siete llaves.
La máxima desnudez corporal
solo puede llevarnos a demostrar que somos animales mamíferos, pero la desnudez
psicológica puede llevarnos a demostrar que no somos humanos sino monstruos
abominables, imposible de amar. Por esto preferimos que se burlen y nos
humillen por nuestro cuerpo sin ropas, pero eso no dejará de ser una forma de
mirarnos, de incluirnos, de amarnos, aunque sea negativamente (repudiándonos).
Sin embargo, algunas verdades
decimos, quizá para desahogarnos, pero lo hacemos con gran disimulo. Filtramos
los contenidos a revelar.
Quizá existan dos formas de
colar eso que diremos: la ficción (imaginativa, surrealista, delirante,
metafórica) y la humorística (sardónica, cínica, despectiva, descalificante,
destructiva, agresiva, cómica).
Nunca confesaremos la envidia
que sentimos por nuestro hermano menor, pero insinuaremos que «no es tan
inteligente como parece»; nunca confesaremos quién robó aquel objeto de valor
cuyo ladrón jamás fue descubierto, pero comentaremos extrañados «¡qué cantidad
de delitos nunca son descubiertos por la policía...y de eso nadie habla!»;
nunca confesaremos las atormentadas dietas que hacemos para conservar un cuerpo
delgado, pero le haremos bromas a los obesos.
Y así por el estilo. A todo esto es a lo máximo que podemos aspirar en
sinceridad, en confesión, en franqueza. Los humanos decimos la verdad, pero sin
darnos cuenta. No la registran ni quienes las dicen ni quienes las oyen. El
psicoanálisis intenta hacer una lectura entre líneas del parloteo humano y,
probablemente, a veces encuentra verdades químicamente puras, tan insólitas que
ni el propio confesor puede dar
crédito a lo que dijo sin darse cuenta.
Quizá existan dos condiciones predisponentes para entender algo de lo
que se dice sin querer:
1) Poseer un inventario exhaustivo de nuestros defectos personales; y
2) Asumir
que nadie puede hacer, pensar o decir algo que no sea estrictamente humano. La
especie es una cárcel hermética: nadie escapa de ella ni puede incorporar
características no humanas.
(Este es el Artículo Nº 2.156)
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