La masturbación está dejando de ser tan atractiva
porque ahora ya no está prohibida como antes.
Cuando la especie aun sentía
amenazada la supervivencia, instintivamente tomábamos precauciones muy severas
en la administración de la sexualidad.
Casi siempre estuvieron unidos
los esfuerzos de los líderes políticos, los líderes religiosos y la medicina.
La participación de los medios de comunicación siempre estuvo presente porque
las normas dictadas por esas tres instituciones de alguna manera tenían que
llegar a la población.
Para conservar la especie se
apoyaban la formación de familias, las políticas sanitarias y, sobre todo, la
conducta sexual.
La fobia, casi universal, a la
homosexualidad tiene como su principal causa la esterilidad de estas uniones.
En este artículo compartiré
con ustedes un comentario sobre la masturbación masculina.
Hasta no hace mucho, (cursa
enero de 2014), esta práctica era un tabú. Nadie confesaba practicarla. Ahora
que somos siete mil millones de ejemplares, ahora que el temor a desaparecer
como especie ha descendido, comienzan a surgir comentarios más distendidos
sobre el autoerotismo.
Para los varones masturbarse
era una vergüenza atroz, presumiblemente porque, en épocas de crisis germinal
(escasez de embarazos, baja tasa demográfica), tirar semen podía considerarse
un acto de traición imperdonable;
Para los varones también fue
un honor que se nos prohibiera el onanismo alegando el cuidado de tan valiosa
simiente. Nos privábamos de un placer pero nos sentíamos importantes;
La estructura social basada en
el matrimonio monógamo es antinatural, pero terminamos aceptándola porque no
teníamos otra alternativa. Los varones no somos monógamos, pero si además se
nos prohíbe masturbarnos, nuestra sexualidad queda bajo el control de la
esposa, pues, con particular frecuencia, ella apeló a extorsionarnos negándose
a tener relaciones sexuales si no atendíamos sus intereses.
En esta situación, no quedaba
otro recurso que complacer a la esposa que de hecho controlaba la satisfacción
del deseo sexual masculino, o, en su defecto, la compra de servicios sexuales
(prostitución), para lo cual el varón tenía que poseer los recursos económicos
suficientes.
Todo esto, sin darnos cuenta,
está cambiando porque creemos haber superado el peligro de extinción.
Al haber superado este
peligro, los tabúes, prohibiciones y prejuicios de índole sexual están
desapareciendo. Sin prohibiciones la libido pierde fuerza, las pasiones
eróticas atenúan su intensidad, las perversiones son más escasas, quedando, la
represión sexual del celibato católico, como uno de los pocos grupos de riesgo.
(Este es el Artículo Nº 2.130)
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