Estamos ante la paradojal situación de ser sexualmente
animales, es decir, súbditos de quienes sí practican la sexualidad humana:
reyes, gobernantes, ricos.
En otro artículo publicado hoy
(1), digo textualmente:
«En otras palabras, se nos hizo pensar que el resto
de los seres vivos son inferiores a nosotros y que tenemos sobre ellos todos
los derechos que podría tener hasta el soberano más desconsiderado con sus
gobernados. Por este motivo, podemos usarlos para que trabajen en nuestro
beneficio y hasta podemos matarlos para comerlos y alimentarnos.»
En otras palabras, ahí digo
que explotamos al resto de los animales porque ideológicamente se nos inculcó
que ellos son inferiores a nosotros. Se nos hizo creer, (y nosotros lo
aceptamos acríticamente), que tenemos derecho a hacerlos trabajar en nuestro
beneficio y que, si su carne es rica y nos alimenta, podemos quitarles la vida,
faenarlos, asarlos y comerlos.
Es decir, la moral con la que
fuimos criados nos alienta a explotar al resto de los seres vivos. Por
supuesto: si alguno de ellos nos molestara demasiado, también podríamos
aplicarles técnicas genocidas para exterminarlos como especie, para que
desaparezcan (insectos, microbios o cualquier otro ser vivo que no sea
domesticable y explotable).
En el mismo artículo (1) también digo que
nuestra moral sexual nos ha inculcado que solo debemos tener relaciones
sexuales reproductivas y que la actividad sexual utilizada con fines
recreativos es perversa, amoral, condenable. Es decir, se nos ha hecho pensar
que recibiríamos algún castigo si utilizamos nuestra sexualidad solo para
divertirnos y evitando procrear. Esto equivale a decir que nuestra sexualidad
debe ser igual a la del resto de los animales no humanos.
Conclusión: como los seres humanos pueden
explotar salvajemente al resto de los animales y puesto que, por otro lado se
nos inculcó a practicar una sexualidad exclusivamente animal, apartándola por
insana de cualquier otra práctica única en nuestra especie (sexualidad
recreativa), quedamos ante la paradojal situación de ser sexualmente animales,
es decir, súbditos de quienes sí practican la sexualidad humana: reyes,
gobernantes, ricos.
(Este es el Artículo Nº 2.115)
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