Algunas normas de conducta vial, (uso de vehículos),
amenazan atrofiar el instinto de conservación que nos protege.
Días pasados fue entrevistado
en la televisión un inspector de tránsito de la ciudad de Montevideo (Uruguay).
Aunque este funcionario hacía
hincapié en la mala educación, la agresividad y la tendencia al desacato de los
conductores que él tiene por función supervisar, me pareció entender algo
diferente que ahora comparto con usted.
El inspector decía que a los
automovilistas les cae muy mal la obligación de usar cinturón de seguridad y
que se ponen de pésimo humor cuando el estado los sanciona económicamente por
no usarlo.
Lo mismo ocurre con los
motociclistas cuando son interceptados y obligados a usar un casco protector
del cráneo.
Parece razonable que las
autoridades del estado velen por la seguridad de los ciudadanos, haciendo
carreteras seguras, anchas, bien pavimentadas, con buena visibilidad, con señales
de tránsito inteligentes, oportunas y de fácil comprensión.
Parece razonable que las
autoridades del estado velen por la idoneidad de los conductores, en tanto su
manejo no se constituya en un riesgo para la integridad física de los otros
usuarios de las vías de tránsito.
Parece razonable que las
autoridades del estado velen por el buen estado de mantenimiento de los
vehículos que circulan por la red nacional de carreteras, calles y caminos,
para que esas herramientas de trabajo o de paseo no se conviertan en armas
destructivas de vidas o bienes ajenos.
Lo que no parece razonable es
que las autoridades del estado nos ataquen intentando remplazar el instinto de
conservación de los ciudadanos, porque cuando lo hace, (obligándolos a usar
cinturón y casco), no solamente invade la propiedad privada número uno, que es
el propio cuerpo, sino que amenaza atrofiar al instinto encargado de conservar
al individuo y a la especie.
(Este es el Artículo Nº 1.808)
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