Los jóvenes se obligan a saber de sexualidad aunque no se dan cuenta que lo están haciendo.
Compartiré con usted una idea
para que la evalúe personalmente, prescindiendo de quienes dicen saber.
Los humanos aprendemos jugando.
Según digo en varios artículos
reunidos en el blog La única misión (1), los
seres vivos tenemos una única misión para cumplir, esta es conservarnos como
individuos y reproducirnos para conservar la especie.
Según esta definición la sexualidad es la función más
importante.
Los niños comienzan a masturbarse a los pocos meses de
nacer, cuando descubren que los genitales tienen una gratificante sensibilidad
especial.
Luego continúan esa práctica autoerótica pero en la
adolescencia, niñas y varones descubren que existen otras prácticas que podrían
ser más placenteras si se hacen con otra persona, preferentemente del sexo
opuesto.
Los jóvenes, cuando alcanzan la maduración de sus órganos
reproductores (alrededor de los 12 años), tratan de tener actividad sexual en
forma de coito, para lo cual deben negociar un encuentro que, por ser demasiado
emocionante, los pone nerviosos y tímidos.
Para participar en esta otra etapa de aprendizaje mediante
el juego erótico suelen tomar alcohol para darse ánimo, para perder un poco la
conciencia de lo que están haciendo pues acertadamente les parece más trascendente
de lo que sus cortas experiencias les permite asumir.
Según creo (y les propongo pensar), la ingesta de alcohol es
necesaria en nuestra cultura por cómo tratamos el tema «sexualidad» con ellos.
Mejor dicho: casi nunca hablamos de sexualidad con nuestros hijos y alumnos.
Los jóvenes son muy severos entre ellos y desprecian a los
jóvenes que pretenden no tomar alcohol como la mayoría.
Si bien los adultos nos escandalizamos por esa prepotencia
de los «bebedores», no se descarta que lo hagan para que el aprendizaje de la
sexualidad sea obligatorio.
(Este es el Artículo Nº 1.815)
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