El cerebro interrumpe su desarrollo y continúa
produciendo pensamientos mágicos mientras el miedo a vivir no cede.
Los eruditos son personas con
el poder que confiere el haber leído muchos libros y tener la memoria
suficiente como para repetir gran parte de lo que leyeron.
Tal cual ocurre con un
ilusionista o prestidigitador, quienes asignan el calificativo de «erudito»,
ingenuamente creen que el adjetivado realmente sabe aunque aceptarían entender
que en realidad, más que «saber», lo que hace es recordar algo que otros
escribieron.
En otras palabras, popularmente decimos que alguien «sabe mucho» cuando
lo que en realidad ocurre es que expresa, dice, vocaliza, expone, algo que su
cerebro es capaz de recordar, como si fuera el disco duro de una computadora
complementado por la capacidad de hablar.
Le propongo que usted mismo se apropie de ese poder de los eruditos,
pero sin hacer trampas como él: simplemente le sugiero que piense, reflexione,
analice y luego crea en sus conclusiones, a sabiendas de que no recibirá un
Premio Nobel, ni le harán entrevistas por la televisión, ni le pedirán su
autógrafo.
Además de creer en su propio discernimiento, no le vendría mal reconocer
que sus conclusiones pueden ser equivocadas, tan equivocadas como las que
puedan pensar y enunciar los intelectuales más famosos.
No existen personas sobre-humanas, nadie va más allá de lo que la
especie permite: no volamos, no respiramos debajo del agua, todos padecemos
miedos, angustia, inseguridades, creencias insólitas, geniales y estúpidas.
Famosos e ignorados pasamos por alguna etapa del desarrollo en el que
nuestro cerebro segrega pensamientos mágicos que nos permiten calmar los miedos
imaginando magos, personajes milagrosos, adivinos, futurólogos, telépatas,
sabios que todo lo saben y que jamás se equivocan.
El cerebro se mantiene en esa etapa del desarrollo mientras el miedo a
vivir no cede.
(Este es el Artículo Nº 1.853)
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