domingo, 26 de enero de 2014

La sexualidad obligatoria

  
Un varón, en relación monógama, se excita con múltiples extímulos eróticos. Su compañera se siente obligada a copular sin ganas.

Si dependiera de mí, trataría de que no hayan personas con una calidad de vida económicamente indigna (sin lo esencial para satisfacer las necesidades y deseos básicos).

Si dependiera de mí, trataría de que hombres y mujeres pudiéramos entendernos más como para no tener tantos desencuentros evitables.

Todos los días escribo artículos sobre la pobreza y sobre los sentimientos. Este es uno de ellos.

Una premisa que parece verdadera es que, anatómicamente y psicológicamente, hombres y mujeres somos muy distintos.

Otra premisa confiable dice que las mujeres, cuando están ovulando, entran en celo y aumentan su deseo de copular. Como ellas no pueden hacerlo con cualquier macho (como parecen hacerlo el resto de las mamíferas), excitan al señor elegido para hacer el amor con él.

Otra premisa dice que ellos responden a casi cualquier convocatoria femenina, tanto sea de su compañera habitual como de otras que lo seduzcan y también, ¡pobres y confundidos varones! con cualquier hembra que ellos imaginen que trata de seducirlos.

Es así que él puede sentirse estimulado sexualmente por alguien que lo mira en la calle, en el lugar de trabajo, en el lugar de estudio, en el cine, en la televisión.

Efectivamente, la sensibilidad receptiva de los varones es parte de la eficacia de la naturaleza para conservar la especie humana. Ellos se erotizan mirando indiscriminadamente piernas, glúteos, senos, caras, cabelleras, formas de andar, cinturas, caderas, vestidos, perfumes.

La estructura monogámica es la principal causante de los desacuerdo más atroces. Él se excita sexualmente, pero como no puede tener sexo con la fuente de excitación (mujeres que andan por ahí, imágenes eróticas, televisión), acude a su compañera monogámicamente obligatoria, quien no siempre lo recibe complacida.

(Este es el Artículo Nº 2.100)


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