Un varón, en relación monógama, se excita con
múltiples extímulos eróticos. Su compañera se siente obligada a copular sin
ganas.
Si dependiera de mí, trataría de que no hayan
personas con una calidad de vida económicamente indigna (sin lo esencial para
satisfacer las necesidades y deseos básicos).
Si dependiera de mí, trataría de que hombres y
mujeres pudiéramos entendernos más como para no tener tantos desencuentros
evitables.
Todos los días escribo artículos sobre la
pobreza y sobre los sentimientos. Este es uno de ellos.
Una premisa que parece verdadera es que,
anatómicamente y psicológicamente, hombres y mujeres somos muy distintos.
Otra premisa confiable dice que las mujeres,
cuando están ovulando, entran en celo y aumentan su deseo de copular. Como
ellas no pueden hacerlo con cualquier macho (como parecen hacerlo el resto de
las mamíferas), excitan al señor elegido para hacer el amor con él.
Otra premisa dice que ellos responden a casi
cualquier convocatoria femenina, tanto sea de su compañera habitual como de
otras que lo seduzcan y también, ¡pobres y confundidos varones! con cualquier
hembra que ellos imaginen que trata de seducirlos.
Es así que él puede sentirse estimulado
sexualmente por alguien que lo mira en la calle, en el lugar de trabajo, en el
lugar de estudio, en el cine, en la televisión.
Efectivamente, la sensibilidad receptiva de
los varones es parte de la eficacia de la naturaleza para conservar la especie
humana. Ellos se erotizan mirando indiscriminadamente piernas, glúteos, senos,
caras, cabelleras, formas de andar, cinturas, caderas, vestidos, perfumes.
La estructura monogámica es la principal
causante de los desacuerdo más atroces. Él se excita sexualmente, pero como no
puede tener sexo con la fuente de excitación (mujeres que andan por ahí,
imágenes eróticas, televisión), acude a su compañera monogámicamente
obligatoria, quien no siempre lo recibe complacida.
(Este es el Artículo Nº 2.100)
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