Para que una idea o una persona maravillosas, funcionen, tenemos que averiguar cómo, cuándo y dónde pueden hacerlo.
Si echamos nafta en el cárter
(receptáculo del aceite lubricante), el vehículo no funcionará. Si la echamos
en el caño de escape, el automóvil se incendiará. Si la echamos en el depósito
de combustible, todo andará de maravilla: haremos que el vehículo funcione, se
desplace, acarree personas y objetos.
Si eyaculamos en la boca, el
recto o la piel de alguien, nada importante ocurrirá. Si echamos semen en una
vagina, existen probabilidades de que, en poco tiempo, contemos con un nuevo
ejemplar de la especie.
Si alguien prueba la capacidad
inflamatoria del combustible o la fertilidad del semen, en los lugares
adecuados, hará una comprobación bastante confiable, pero si hace la prueba en
lugares inadecuados, estará perdiendo el tiempo porque los resultados no pueden
comprobarse de cualquier manera.
Todo esto parece muy obvio
pero no siempre lo es.
El conocimiento sobre dónde
deben probarse el combustible y el semen no es intuitivo, no nacemos sabiéndolo;
en algún momento deberemos aprenderlo.
Podríamos afirmar que
actualmente existen millones de ideas fantásticas, que no nos benefician porque
aún no hemos averiguado dónde, en qué circunstancias, en qué momento, son
efectivas.
Ocurrirá además que, cuando
hayamos descubierto dónde, cómo y cuándo es efectiva, tendremos la deliciosa
sensaciones de que ya lo sabíamos.
Dicho de otro modo: para
probar la utilidad de algunas ideas, tenemos que descubrir exactamente cómo
funcionan bien y, cuando lo hayamos descubierto, tendremos el placer de pensar
que «eso siempre se supo».
Cuando me refiero a ideas maravillosas también puedo referirme a
personas maravillosas. Todos conocemos esos espectáculos en los que aparecen
artistas desconocidos que luego llegan, inesperadamente, a la fama.
Quizá usted tenga una idea maravillosa… o sea una persona maravillosa.
(Este es el Artículo Nº 2.010)
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