Los feministas en realidad luchan para que los humanos aceptemos la falta, carencia, ausencia, como un estímulo para seguir viviendo.
Por más que le doy vueltas en mi cabeza, termino concluyendo (hasta que alguien me demuestre lo contrario), que valorativamente hombres y mujeres no somos iguales ante la naturaleza.
La mujer aporta a la conservación de la especie un 70% y los varones un 30% (1).
Claro que todo esto debe considerarse dentro de una cierta ideología. En mi caso esa ideología dice que la única misión que tenemos los seres vivos (humanos incluidos) es la de conservar la propia especie: sólo esa misión.
Por eso, desde este punto de vista, la mujer cuenta con una anatomía que logra gestar a un nuevo ejemplar y —como si eso fuera poco—, es capaz de alimentarlo con su propio cuerpo.
Supongo que estaré próximo a cambiar de tema porque ya he escrito dos o tres artículos (2) seguidos sobre la importancia de la falta, la carencia, la ausencia para despertar nuestras necesidades y deseos que estimulen el fenómeno vida (sin el cual moriríamos, valga la obviedad).
Algo muy llamativo en este tema es el esfuerzo que hacemos para negar su existencia.
Está generalizada la opinión de que las necesidades y deseos (sensaciones de vacío, huecos vitales, constatación de cuán incompletos somos) son negativas, molestas, enemigas, olvidables, ocultables, combatibles, asesinas, eliminables.
Y es cierto: porque nos provocan esas reacciones de enérgico rechazo es que nos aportan el estímulo imprescindible para seguir viviendo.
Lo que hoy me pregunto para ir terminando, es si la inversión de valores que demostramos en nuestra especie, descalificando al sexo más valioso para la única misión que tenemos (conservar la especie), no obedecerá a que ellas tienen vagina y útero: símbolos perfectos de hueco, vacío, faltante.
(1) El rapto saludable
La complejidad simplificada
(2) Huelga de vagos por tiempo indeterminado
El paradójico negocio de ayudar
La vida es placentera gracias a la placenta
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