Es posible decir que «voluntad», es la disposición, la energía, la dedicación a realizar algo no placentero.
Cuando lo que hacemos es divertido (mirar televisión, jugar con naipes, practicar un deporte), la disposición a la actividad, al esfuerzo, a correr riesgos, está provocada por el afán de disfrutar.
Como nuestra única misión en la vida es conservarnos y conservar la especie, el instinto que nos determina (gobierna, organiza, tiraniza) es el de conservación.
En nuestro lenguaje, usamos la palabra «naturaleza» para designar algo tan genérico, abarcativo e inespecífico, que podríamos decir que no significa casi nada.
Si tuviera que precisar qué es la «naturaleza», tendría que decir que es «la realidad», «las cosas como son», «todo, incluyéndonos».
Con estas pocas ideas imprecisas, quiero prologar la idea central de este artículo.
La «voluntad», es la disposición para hacer algo no placentero, impuesto por nuestro instinto de conservación, que en última instancia, forma parte de la naturaleza.
Para resumir el párrafo precedente, digo: «la voluntad es un fenómeno natural».
Cuando le pedimos a alguien que haga un esfuerzo de voluntad, le estamos pidiendo que se preocupe por algo que no le interesa, que actúe en contra de su naturaleza, en definitiva, que obedezca como un animal del trabajo.
Los motivos por los que un animal de trabajo o un semejante nos obedecen, surgen porque, al darles la orden (pedirles el esfuerzo de voluntad para que hagan algo que nos interesa a nosotros pero no a ellos), de alguna manera estamos excitándoles (al animal y al semejante) el instinto de conservación.
A los animales de trabajo se los golpea, se los pincha, se los amenaza y a los semejantes también (enojo, recriminación, insulto, privación).
En suma: pedir a otro un esfuerzo de voluntad, es siempre amenazante o inútil.
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