Las fantasías sexuales pueden actuar de tal manera que algunas personas (empleadas o empresarias) quedan inhibidas para defender sus intereses económicos.
Cuando sostengo que la única misión (1) que
tenemos los seres humanos es la misma que tienen los demás seres vivos del
planeta, refiriéndome a la obligación de conservar nuestra especie,
reproduciéndonos y conservándonos como individuos, hago un máximo hincapié en
la sexualidad.
Por lo tanto, esta función es la más
importante para los humanos.
Como nos caracterizamos por llevar la
contraria, por oponernos sistemáticamente a las obligaciones tanto como a las
prohibiciones, nos encontramos con que a la única función que debería
interesarnos (la sexualidad), tratamos de obstaculizarla, complicarla y
reprimirla.
En un intento por superar en mí mismo estas
reacciones que me afectan como a cualquier otro, propongo en los blogs que
administro varias ideas que parecen extrañas porque me gustaría que fueran
distintas a las que nos mantienen sin cambios.
En este caso, retomando los planteos
presentados en otros artículos (2), les comento que en muchas personas puede
existir la sensación inconsciente de que pedir dinero a otro equivale a pedirle
seductoramente que nos penetre y eyacule en nuestro interior.
La mencionada fantasía es realmente actuada en
las familias donde es el varón quien dispone monopólicamente del dinero
mientras que la esposa, cuando necesita algo para sus gastos, tiene que
pedírselo tan seductoramente como cuando lo estimula para ser fecundada.
Les propongo pensar que la homofobia (rechazo
feroz a la homosexualidad), asociada a estas fantasías de «qué significa pedirle dinero a quien lo tiene»,
pueden constituirse en una «inexplicable» dificultad para negociar asuntos
salariales, de fijación de precios o de gestión de cobro.
Efectivamente,
si defender el valor de nuestro trabajo o de nuestra producción connota una
actitud sexual, pasiva y reproductiva, el fracaso será inevitable.
(Este es el Artículo Nº 1.749)
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