domingo, 27 de mayo de 2018

OTRO FEMINISMO



En tanto las mujeres son capaces de “ver la paja en el ojo masculino, pero no la viga en el femenino”; y

En tanto los hombres son capaces de “ver la paja en el ojo femenino, pero no la viga en el masculino”,

el feminismo debería dedicarse a señalar los errores          masculinos de tal manera que los machistas puedan señalar los errores femeninos sin que estas se enojen. La crítica recíproca sería un primer paso para que nuestros derechos legítimos ganen vigencia por merecimiento y no por imposición.

miércoles, 14 de marzo de 2018


LO QUE FREUD NO PUDO SABER


Freud murió sin saber qué desean las mujeres. Los hombres necesitamos creer que ellas (o por lo menos, alguna de ellas), nos desean y a veces actuamos como si eso fuera así con atrevimientos, insolencias, abusos. Las mujeres deseaban a los hombres cuando tener hijos era maravilloso, pero desde hace décadas dejó de ser maravilloso, para convertirse en ‘moderadamente lindo’.

Sigue siendo atractivo para cualquier mujer sentirse apta para lo que se propone: tener un título universitario, ser escuchada con atención, manejarse sola en otras culturas (viajar), con otro idioma, con otro dinero, con otros códigos, poder ayudar y no necesitar ayuda, ser independiente, vivir sola sin sentirse abandonada. Como se ve, EL VARONCITO NO FIGURA.

jueves, 18 de junio de 2015

Significante Nº 2.187a




Demografía: El suicidio masculino es otra forma de frenar el crecimiento demográfico de una especie provista de una cantidad suficiente de ejemplares.

La síntesis de Mariana



 
Los hombres y las mujeres nos necesitamos para algo más que para conservar la especie: psicológicamente nos tomamos como un referente imprescindible. Nuestra identidad está determinada por cómo nos sentimos respecto al otro sexo.
En este relato, Mariana y Yolanda son dos amigas que llegan a una conclusión interesante y original sobre cómo son los hombres.


— ¡Qué pregunta tan difícil, Yolanda! Muchos creen que yo sé sobre ellos pero lo cierto es que estoy tan desconcertada como todas...—dijo Mariana a su amiga.

— Tenemos que reconocer que tu experiencia es superior a la nuestra. Casi nunca has estado sola; siempre salís acompañada. Según nos contás, tenés que hacer un esfuerzo para no compartir tu cama. Seguramente algo hacés para que ellos te deseen—, respondió Yolanda, fundamentando así por qué trataba de aprender con Mariana.

— Comprendo que ustedes piensen así, pero lo cierto es que yo no sé qué les pasa a los varones. Para mí, los hombres son un karma. No sé bien qué es un karma pero me lo imagino como una nube personal que te sigue a todos lados, que a veces te da sombra y otras veces te da lluvia— explicó Mariana.

— Creo que te envidio. Con una envidia buena, claro. Salgo, estudio, voy a lugares donde ellos están, pero nada. Parece que soy transparente, insípida e inodora. Me miran pero no se me acercan. Me arreglo como una diva, gasto hasta lo que no tengo en buena ropa, calzado, peluquería, perfumes y lo único que logro es que mis amigas me digan piropos—, respondió Yolanda, explicando, rezongando, quejándose. Un poco desilusionada pero también un poco reivindicativa, como exigiendo un derecho, como reclamando mayor justicia en un supuesto reparto de hombres.

Mariana estaba acostumbrada a estos comentarios. Los había escuchado desde que iba al liceo, donde los compañeros la buscaban y ella no sabía cómo estar un poco sola, sin tantos comedidos, adulones, caballeros gentiles con ínfulas de inteligentes y cancheros. Regalos, llamadas por teléfono.

— Mirá, Yolanda, los hombres son unos bebitos grandes. Son niños tiernos que solo quieren a una madre que los contenga, los mime, que los reciba nuevamente en su útero, aunque, por razones de tamaño, eso solo pueda realizarse cuando se te meten dentro del cuerpo. Con todos siento lo mismo: gozan intentando volver a anidarse en mi útero, poniendo su pene entusiasmado en la vagina. Como suelen eyacular a poco de comenzar el intento, se quedan sin la turgencia necesaria y se vuelven indiferentes, como para disimular que estuvieron intentando volver a la vida intrauterina—, le explicó Mariana a su amiga, asumiendo un tono de maestro cansado de repetir siempre las mismas enseñanzas.

— Para mí no es como me decís. Ellos quieren a una mujer de cabaret, quieren a una vedette, a una hembra impresionante que los encandile. Les gusta lo espectacular, los grandes senos, la mínima cintura, los glúteos bien formados, las piernas esculturales, ...—expuso Yolanda.

— Mirá que no es como pensás. De hecho tu problema es que no conseguís compañía masculina. Ellos dicen que admiran a una vedette solo porque no asumen que desean a una madre que los trate como a un hijo. Si supieran que se excitan con quien les recuerda a su mamá, se morirían de vergüenza. ¡No no lo quieren ni pensar! Por eso simulan admirar a una mujer bien diferente a su madre, pero terminan acostándose conmigo, que me parezco a quien los trajo al mundo.

 — ¡No te puedo creer! Toda mi vida me han dicho que soy divina, pero después ninguno concreta algo serio como me gustaría a mí. Sin embargo vos, siempre tan sencilla para arreglarte, los terminás echando y ellos se van haciendo pucheros o insistiendo para quedarse contigo—, suspiró Yolanda.

— Los hombres que se comportan como vos bien decís son niños inocentes que sueñan con ser unos «chicos malos», es decir, son ingenuos que desearían ser tan traviesos como si fueran unos «hijos de puta», y esa puta soy yo—, redondeó Mariana, haciendo una síntesis que la sorprendió a ella misma.

(Este es el Artículo Nº 2.271)


¿Qué te ocurre, Mariana?



 
Quizá no sea la mejor elección que una mujer se prepare para el trabajo como si fuera un varón. Esta decisión podría ser un error estimulado por las feministas cuando se unen, sin quererlo, a los machistas. Es decir: virilizar a la mujer podría ser un error de las feministas machistas.

— ¿Cómo podés decirme «No sé, papá», con esa cara de tonta imperdonable?—, dijo Rodolfo, con el rostro fruncido por la desilusión, la bronca y vaya uno a saber cuántos sentimientos más alojados en su frustración.

— Sí, te entiendo, pero es la pura verdad. Ernesto me puede, es más fuerte que yo. Entiendo que él dice tonterías, que aporta datos falsos con la certeza de un nobel, pero me fascina. Todo mi cuerpo se derrite, se entrega—, respondió Mariana, tratando de calmar el desencanto de su padre, compañero de toda la vida, educado, hombre masculino y viril, ejemplar modelo de la especie y, sin embargo, tan diferente al varón que ella eligió para padre de sus hijos.

El hombre la vio avergonzada, con la cabeza gacha, las manos presionadas por las piernas, los pies mirándose y algo volcados, como acompañando el duelo emocional que cursaba su dueña.

La carrera universitaria de la muchacha prometía grandes cosas para ella, pero se atravesó este sujeto de lindas cejas, y todo se le complicó. «¡Malditas hormonas!», gritaba desgarrado el interior de Rodolfo.

— Podés explicarme un poco más—, casi rogó el hombre, desesperado por encontrar algo que calmara su dolor.

— Mamá me lo entendió. Es cosa de mujeres...—, comenzó a explicar la muchacha.



— Es cosa de mujeres y de hombres, porque acá el problema es cómo te deterioraste cuando apareció este pobre diablo...—, saltó el padre, desbordado por la ineficacia de las explicaciones que imaginaba de su hija.

— No es un pobre diablo, papá. Ernesto es trabajador, hace lo que puede, ...—continuó Mariana, nerviosa porque Rodolfo se notaba cada vez más irritado.

— Sí, claro, “hace lo que puede”, “hace lo que puede”, que es poco y nada. Al menos si lo comparamos con lo que vos podés hacer. ¿Cómo se te ocurre juntarte con alguien que no llega ni a la suela de tus zapatos?—, exclamó casi gritando.

La joven suspiró, sin levantar la vista, sin liberar las manos, sin enderezar los pies. Esta situación parecía no tener salida. El padre tenía razón: Ernesto era, objetivamente, un muchacho de muy pocas luces, definitivamente inculto, empleado en una tarea de baja calificación y peor remuneración. ¿Tendrían que vivir con el sueldo de ella? «¿Qué me está pasando?», se preguntaba, solidarizándose con el papá idolatrado, su dios personal, el monumento más importante de su poblado intelecto.

Para demostrar su habilidad en la parrilla, Ernesto se invitó a comer un asado comprado por ella.

En la barbacoa, comenzó el mortificante espectáculo de un muchacho que se siente el rey de la creación, la incondicional enamorada y el testigo resentido, como un pollo mojado, tratando de que su salvaje sed de justicia no tomara por el cuello al impostor.

El asador, mientras encendía el fuego, les «enseñó» al padre y a la hija la verdad del fútbol, qué debe saberse, qué no sabe la gente.

Mariana, embobada, le hacía preguntas insólitas y Rodolfo se decía «¡No puede ser!», «¡no puede ser!», «esta no es mi hija». «¿Qué hice mal?».

Para su sorpresa, el padre empezó a sentir que la situación se ponía excesivamente erótica entre los jóvenes. La actitud de la muchacha parecía al borde de la locura; el novio, entusiasmado, aumentaba el alarde de conocimiento; el suegro sintió necesidad de irse, y así lo hizo a grandes zancadas.

Incapaz de controlar su cuerpo, ella se hizo penetrar. Incendiados por Mariana, los jóvenes se unieron como leños y se devoraron.

Más desorientado que antes, el padre se vio masturbándose con la misma urgencia sexual que sintió su hija.

(Este es el Artículo Nº 2.267)

domingo, 10 de mayo de 2015

Significante Nº 2.131




Llorar: Lo femenino conserva la especie gestando nuevos ejemplares y lo masculino cuida a los que lloran. Por eso ellos no deben llorar.

miércoles, 8 de abril de 2015

Significante Nº 2.087b




Maternidad: Que nada sea más importante que la maternidad y la conservación de la especie, no significa que las madres sean felices.