miércoles, 5 de junio de 2013

Las prohibiciones estimulan




Las prohibiciones estimulan la transgresión y lo autorizado se torna indiferente, pero transgreden solo quienes tienen un deseo abundante, caudaloso.

Cuando la madre, o quien haga las veces, higieniza al pequeño también acaricia su piel y al hacerlo, la estimula, la erotiza, la libidiniza, la convierte en zona erógena, es decir, zona del cuerpo especialmente apta para estimular el deseo e intercambios sexuales.

Por lo tanto, en esas primeras experiencias en el mundo exterior, fuera del útero, continúa la gestación.

Quien posea un cuerpo apto para el amor tiene más posibilidades de llevar una vida satisfactoria que otros. La falta de sensibilidad epidérmica es determinante de la apatía, el desinterés por los demás, por la sexualidad.

La sexualidad es la función más importante porque de ella depende la disposición para cuidarse, alimentarse y reproducirse.

Nuestras culturas hacen un tratamiento curioso de una función tan importante para la vida individual y de la especie: la reprime, le agrega prohibiciones, tabúes, misterios, amenazas.

Algo que podría explicar esto es la siguiente hipótesis que les propongo en este artículo:

Cuando las empresas dedicadas a la generación de energía eléctrica deciden construir una represa (1) para acumular el agua de un río, no la construyen en cualquier lugar: eligen aquellos cursos de agua que aseguren un caudal abundante y permanente.

Una represa es un muro que interrumpe artificialmente un curso de agua para aumentar la energía que mueva las turbinas generadoras de electricidad. Un pequeño caudal ni las movería.

Mi hipótesis es que las culturas reprimen la sexualidad precisamente para aumentar su energía, para que los humanos se reproduzcan más, se cuiden mejor.

Esto también explica por qué todo lo prohibido es más tentador. Las prohibiciones estimulan la transgresión y lo autorizado se torna indiferente.

Eso sí, transgreden solo quienes tienen un deseo abundante, caudaloso.

 
(Este es el Artículo Nº 1.895)


La soledad hormonal



 
La mujer dejará de estar acompañada cuando la hormona que la estimula a fecundar desaparezca de su cuerpo.

Como les he comentado veces anteriores creo que somos animales igual que los otros aunque con una autopercepción que nos hace creer superiores a las otras especies.

Esa autopercepción (subjetividad) nos induce a creer inclusive historias tales como que el Universo fue creado por un ser infinitamente superior, con quien mantenemos un vínculo especial. Suponemos algo parecido a que ese Ser es como un monarca que nos alhoja en su castillo mientras que el resto de los seres vivos vive alejado del monarca-Dios. Los humanos somos de la realeza, somos cortesanos que vivimos en un palacio mientras que todos los demás seres vivos son nuestros súbditos, viven alejados del palacio real.

¡Si no fuera cómico sería patético!

Pero tampoco olvidemos que puedo ser el único equivocado y que efectivamente existe Dios y que los humanos somos sus hijos elegidos. No lo descarto. Ya me he equivocado varias veces al decir lo que pienso.

Mientras averiguamos quién tiene razón les comento algo sobre la soledad hormonal, hipótesis nueva que algún día quizá se confirme.

Cuando me refiero a la soledad hormonal quiero decir lo siguiente:

Los ovarios segregan hormonas que obligan a la mujer a buscar un varón que la fecunde. Cuando esto sucede ella nunca está sola, recibe mensajes de texto, flores, bombones, acoso sexual, miradas.

Por lo tanto, no es que ella sea encantadora sino que sus ovarios están segregando una sustancia que atrae a algunos varones y también a algunas mujeres.

Esa hormona puede seguir existiendo en el torrente sanguíneo de la mujer aún cuando se encuentre en la etapa post-menopáusica.

La mujer dejará de estar tan solicitada y acompañada cuando esa hormona disminuya o desaparezca de su cuerpo.

La naturaleza masculina y la reprobación social moderada



 
Los varones que abandonan a sus hijos reciben una reprobación social moderada porque esa conducta, (abandonarlos), está en su naturaleza.

Los humanos somos violentos, impiadosos y hasta malvados porque somos débiles, vulnerables, incompletos.

Utilizamos la violencia para resolver aquellos problemas de convivencia que no podemos resolver de una forma más humanitaria, pero como a su vez la violencia explícita, (inmovilización, golpes, insultos), está expresamente condenada por nuestra moral, terminamos inventando y utilizando una cantidad de recursos de violencia psicológica porque son más difícilmente identificables y condenables.

Un yacimiento inagotable de recursos para aplicar la violencia psicológica está en los conceptos de salud y enfermedad. Por eso los trabajadores de la salud son, sabiéndolo ellos o no, agentes de represión psicológica.

En otro artículo y su video (1) les comentaba que el ser humano masculino tiene un fuerte desapego hacia los hijos que gesta, mientras que es el ser humano femenino quien brinda la mayor dedicación para la gestación y crianza de los nuevos ejemplares de la especie.

Esta característica del varón no es buena ni mala es sí misma  pero está notoriamente condenada por nuestra organización social en la que necesitamos que la mujer sea ayudada en la crianza de los nuevos ciudadanos.

Nuestra cultura ha determinado que un varón es sano cuando cuida a sus hijos tanto como la madre, pero como esta exigencia no coincide con la naturaleza del varón, apelamos a los criterios de salud y enfermedad para decir que el varón que incumple las responsabilidades que la cultura le impone está enfermo, es un inhumano, un ciudadano condenable.

Sin embargo, observemos que las exigencias de la cultura van muy poco más allá de la condena social, pues cuando los varones abandonan a la mujer que embarazaron padecen una moderada reprobación, (presión psicológica), para que la ayuden.

 
(Este es el Artículo Nº 1.910)

La mala relación entre padres e hijos varones




Los padres varones no se llevan bien con sus hijos varones y estos tampoco quieren mucho a sus padres varones.

He comentado varias veces que mujeres y varones podríamos ser estudiados antropológicamente como dos especies separadas y así obtendríamos mayor comprensión de uno y otro sexo.

Por ahora, uno y otro solo están unidos por el «aislamiento reproductivo» (1), es decir que solo un espermatozoide de varón humano puede gestar el óvulo humano. Aparte de ese rasgo todo lo demás son semejanzas muy llamativas, pero semejanzas al fin, nunca identidades.

Agrego otro motivo de diferenciación últimamente poco mencionado: el padre varón siente desapego por su hijo varón y a veces, solo a veces, un deseo sexual por la hija.

El deseo sexual por la hija ocurre si casualmente la hija podría aceptar a su papá como padre de sus hijos. Las mujeres en general son muy selectivas y son muy pocos los varones que cada una de ellas elegirían como padres de sus hijos. En caso de que uno de esos escasos varones fuera el padre entonces tendríamos una conflictiva edípica de la hija con el padre.

En suma: los padres varones no se llevan bien con sus hijos varones, estos tampoco quieren mucho a sus padres varones y por lo tanto ambos desean la muerte del otro con tanto sentimiento de culpa que no lo saben y al leer esto, no lo aceptarían.

La madre sí quiere a sus hijos, pero no por una devoción sobrenatural, mística, maravillosa, sino porque fueron parte de su propio cuerpo al que sí aman. Por lo tanto el amor de las madres es casi infalible porque los hijos son una prolongación del cuerpo de la mamá, o sea que tampoco los ama por lo que son sino por lo que significan para ella.

 
(Este es el Artículo Nº 1.907)

El desapego de quienes tienen orgasmos



 
Los padres son más desaprensivos con los hijos que las madres porque ellos tienen orgamos y ellas generalmente no.

En muchos países se forman cooperativas para construir viviendas que luego usarán los cooperativistas.

El régimen para que el esfuerzo general se reparta equitativamente entre los futuros habitantes tiene un reglamento fácil de entender y cuenta con la vigilancia severa de todos, pues la intención de estafar al resto retaceando esfuerzo físico o económico es permanente y propio de la condición humana.

Todos deben aportar la misma cantidad de horas trabajadas, pero a veces ocurre que algunos cooperativistas prefieren aportar sus horas contratando la mano de obra de algún albañil, a quien le pagan de su propio bolsillo.

La situación afectiva de los cooperativistas que han trabajado haciendo cimientos, levantando paredes, instalando techos, haciendo revestimientos, enjardinando, es muy intensa. Aman a su casa con una profundidad diferente a la que tenemos quienes compramos la vivienda ya construida.

Sin embargo, los abañiles que cobraron por su participación, terminan su trabajo y se van a trabajar a otro lado, quedándose con un lejano recuerdo de cada una de las obras en las que participaron.

Hace algunos años les comenté (1) que la sensación voluptuosa que recibe el varón cuando eyacula está provocada por un espasmo necesario para que el semen sea expulsado hacia el interior de la vagina. El cuerpo femenino no necesita esa brusca contracción. Por todo esto es normal que los varones tengan orgasmos y las mujeres no.

Comentaba que ese placer equivale a una remuneración que la Naturaleza le hace a los varones cuando fecundan nuevos ejemplares para conservar la especie.

Con este artículo les comento que los padres son más desaprensivos que las mujeres porque se parecen a esos albañiles que cobran para hacer su tarea e irse.

     
(Este es el Artículo Nº 1.893)